QUEMAR DESPUÉS DE LEER

El escritor está entre el público, por Laura Fernández

Acaba de nacer una nueva modalidad de novela, y es una que convierte en material literario aquello que los escritores hacen cuando no escriben. En concreto, lo que hacen cuando intentan vender aquello que han escrito. Sí, presentar su libro. Francis Plug cometió una temeridad, pero dio un paso adelante en algún tipo de futuro híbrido

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c536f3fc f48e 4ed1 8dd0 d47ced5caa20 alta libre aspect ratio default 0 / SARA MARTÍNEZ

Laura Fernández

Laura Fernández

El nombre del tipo es Francis Plug. Es decir, literalmente Francis Tapón. Se supone que es jardinero, pero tiende a fingir que no se encuentra del todo bien para saltarse el trabajo siempre que hay un escritor cerca. Francis Plug dice ser escritor. A veces va por ahí buscando su libro en los escaparates de las librerías. Pero entonces recuerda que no ha acabado aún su libro y que de ninguna forma puede estar en ninguna librería aún. Bebe más de la cuenta. Sobre todo, en las presentaciones de libros. Tiene un problema con las presentaciones. En realidad, tiene más de uno. Para empezar, no va a ninguna en la que el autor no haya ganado el Booker. Porque algún límite debe ponerle al asunto de las presentaciones, ¿no hay demasiadas?

Decidido a convertir en material literario aquello que hacen los escritores cuando no escriben, o más bien, aquello que hacen para tratar de que lo que escriben se venda —charlas, charlas y más charlas—, Plug analiza, como si de un relato en marcha se tratase, lo absurdo de sus encuentros forzados con escritores de todo tipo. Ahí está Salman Rushdie, el día en que a Plug se le ocurre dejar de pedir copas de vino y pedir la botella entera para disfrutar de ella cómodamente en su silla mientras se pregunta qué clase de cosas estarán creciendo en el agua estancada y caliente que hace demasiado le sirvieron al autor de Los versos satánicos. A la salida, Rushdie, como el resto, tiene que estampar su firma en un ejemplar de Plug, y no puede creerse que no le esté tomando el pelo: “¿Plug? ¿En serio?”.

Un Edward Hopper de lo literario

Lo curioso y valioso de la temeridad de Paul Ewen, el autor que se esconde tras el ficticio Plug —que en todo caso, se presentó como esa suerte de jardinero escritor ante los escritores a los que abordó, porque es a ellos a quienes dedican, todos, sus libros; la edición de Francis Plug: Cómo ser un autor público (Impedimenta), incluye una fotografía de todos ellos, como muestra y prueba—, es que, como un Edward Hopper de lo literario, hace literatura con aquello que se tendría como un punto ciego de la vida del propio autor. Un momento narrativo, pues el autor está explicándose, en el que sin embargo, nada pasa. Más allá de que, a cada nueva aparición, más público se vuelve el autor. ¿Y cómo soportan los escritores tal exposición? ¿Por qué lo hacen?

No hay respuestas en esta deliciosamente cómica boutade. Sólo situaciones que se dejan en ridículo a sí mismas, y que permiten al lector estar presente en el momento que describe y a la vez, tener acceso, de alguna forma, a la mente del escritor que está sufriendo el acto en cuestión. Eso sí, los fans de los autores con los que se topa Plug disfrutarán más que el resto. Después de todo, son momentos privados robados, situaciones insospechadas a las que uno tras otro, de Margaret Atwood a John Banville, de Hilary Mantel a Graham Swift, de V. S. Naipul a Keri Hulme, hacen frente. El hecho de que ni siquiera sepamos en qué sentido fueron reales no hace más que añadir leña a un fuego que, en algún sentido, está llevando la literatura, a partir de sí misma, a otro lugar.

El tiempo del escritor

Hay una denuncia, una crítica salvaje, a la sola idea del acto público para alguien que nada desea más que estar solo, en casa, sentado ante su escritorio, y es a través del absurdo que Plug, sin descanso, encuentra, cada vez, la manera de dejar claro hasta qué punto resulta ridículo. El camino es siempre distinto, pero el final es el mismo: nada tiene sentido, empezando por el aspirante a escritor jardinero que bebe más de la cuenta sentado en primera fila. ¿De veras el tiempo de un escritor vale tan poco como para perderlo por esa clase de tipos?, está diciéndole al mundo el corrosivamente genial libro de Ewen que, por otro lado, está demostrando que colocar a un escritor entre el público dispuesto a narrarse a partir de eso, pone en evidencia el absurdo.

Noah Baumbach, el cineasta, hijo del escritor Jonathan Baumbach —la clase de raro escritor, y a la vez genial y barroco, que se sintió siempre incomprendido: sí, de él es de quien habla en Una historia de Brooklyn—, dedicó una película entera —mi favorita entre las suyas— a una de esas presentaciones de libros. La protagonista, Margot (Nicole Kidman) es una escritora ardorosamente cruel, profundamente amargada, que acude con su hijo adolescente a la boda de su hermana en la pequeña ciudad en la que, también, debe presentar su último libro. Francis Plug podría haber estado entre el poco nutrido público de la presentación en la que Margot se autoconsume, en una exégesis caníbal, que nada tiene de divertida, y que sin embargo acaba también convertida en vehículo narrativo.

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