ENTREVISTA

El filósofo Eduardo Infante: "Hemos dejado a los jóvenes huérfanos de modelos"

Publica 'Aquiles en TikTok': "El influencer no es distinto ni especial, legitima el sistema"

Eduardo Infante, en Gijón.

Eduardo Infante, en Gijón. / Marcos León

Tino Pertierra

P. Twitter, TikTok… Usted no se rinde nunca para enganchar a la juventud a la filosofía...

R. Es que, como afirma Terencio, nada de lo humano me es ajeno y, hoy, no se puede entender al hombre sin comprender el fenómeno de las redes sociales.

El filósofo Eduardo Infante, profesor en un instituto de Gijón, enseñó "Filosofía en la calle". Exitazo. Luego pidió "No me tapes el sol". Exitazo. Y ahora, este onubense de 1977 que lleva gran parte de su vida en Asturias publicará el 29 de marzo Aquiles en TikTok.

P. ¿Cómo se puede explicar filosofía en esa red de vídeos?

R. No tengo la menor idea. Lo que sí se puede, y yo he intentado en esta obra, es hacer filosofía de Tik Tok. Pitágoras fue el primero en usar la palabra filosofía y cuando tuvo que explicar en qué consiste ésta puso como ejemplo una olimpíada: a ella concurren multitud de hombres, unos para alcanzar gloria y celebridad después de un duro entrenamiento, otros por ver si ganan algún dinero comprando y vendiendo mercadería, pues aprovechan así la gran cantidad de gente que se congrega con ocasión de una feria semejante, y otros, por último van allí solo para observar y ver lo que sucede y cómo sucede, pues bien, estos últimos son los filósofos. En mi caso, solo busco observar y comprender qué es lo que está sucediendo en las redes sociales y cómo y por qué sucede.

Hablemos de la enseñanza de la virtud: "Es el poder que nace del desarrollo de nuestras facultades. Es perfección, pero no perfeccionismo. La palabra perfección proviene del latín perfectio y significa ‘dejar algo completamente hecho y acabado’, o como decía Píndaro, llegar a ser quien eres. El perfeccionismo, en cambio, nace de un profundo desconocimiento de nuestra naturaleza y nos empuja hacia la frustración y la desolación por querer alcanzar metas que nos son impropias, como la de no cometer errores".

Los griegos, recuerda, "sabían que la virtud se educa enseñando a mirar y admirar a los buenos. Mirando y admirando a los buenos nos hacemos mejores. El problema es que nuestros jóvenes están faltos de referentes, no saben a quién mirar ni a quién admirar. Y esto es así porque parece que los adultos hemos abdicado de nuestra responsabilidad. Hemos dejado a nuestros jóvenes huérfanos de modelos. Así, a falta de referentes, los influencers se han erigido en sus modelos. Pero debemos preguntarnos: ¿modelos de qué? De éxito sin esfuerzo, de virtud desvirtuada, de felicidad reducida a consumo. El influencer es una campaña publicitaria de carne y hueso: un líder de opinión al servicio de las grandes marcas. Aunque los influencers se presenten como distintos y especiales, no son ni lo uno ni lo otro. Son en esencia lo mismo e interpretan el mismo discurso: la obediencia a un sistema que condena al individuo a un consumo perpetuo. Un influencer es un microrrelato con una función legitimadora. Su vida digital es un mito, no en el sentido de fábula o falsedad, sino en el de que sus narraciones legitiman el sistema. La cuestión que debiera ocuparnos (y preocuparnos) no es que los jóvenes quieran dedicarse al mundo de la publicidad, sino que quieran ser publicidad".

"La virtud es una gimnasia intelectual y espiritual que consiste en dialogar"

Modelos como los de Aquiles Sócrates, subraya, "nos enseñan cuáles son los valores más elevados y los principios éticos fundamentales. Con ellos aprendemos a emocionarnos ante la belleza, la justicia, el valor y el bien. Debemos recuperar los modelos clásicos. Son clásicos porque son eternos y son eternos porque nos muestran las formas más elevadas de humanidad".

P. ¿Cómo competir con Ibais y demás influencers? 

R. Es imposible educar las virtudes ciudadanas o públicas desde una escuela que, como la nuestra, desprecia las humanidades y aboga por formar productores de mercancías, incapaces de cualquier espíritu crítico y sin una conciencia moral autónoma. Nuestras escuelas parecen cada vez más obsesionadas con convertirse en agencias de colocaciones futuras; parecen haber olvidado que nacieron para forjar ciudadanos. Educar no es abandonar al alumno a cualquier forma de vida, menos aún a las más indignas –la del ignorante, el malvado o el infeliz–. Educar es elevar hacia la virtud. La griega era una escuela de ciudadanía en la que se aprendía que la mayor dignidad es participar en la vida pública y emular a los que le precedieron.

Dos sentidos

La palabra poder "tiene dos sentidos. El primero de ellos se refiere a la facultad o potencia de hacer algo, es decir, una posibilidad que aún no es realidad. El segundo, que es al que se refiere la virtud, se identifica con la energía; es la fuerza que te permite conseguir lo que te propones y, al mismo tiempo, hacerlo justamente, o lo que es lo mismo, en beneficio de la comunidad. La virtud es el poder que nace del desarrollo de nuestras facultades. La virtud es la tecla que activa nuestro desarrollo personal como seres humanos y, precisamente por eso, debiera ser la base y el objetivo último de toda buena educación. La virtud política es para Sócrates una virtud integral, y esto implica que solo es buen ciudadano el que consigue ser buena persona".

¿Nacemos virtuosos y la sociedad nos educa para lo contrario? "Esta es la gran intuición de Sócrates", responde Infante: "La virtud no es algo con lo que se nace, sino algo que se adquiere. Uno, si quiere, puede aprender a hacerse virtuoso. Eso sí, con trabajo y esfuerzo porque como afirma Hesiodo: los dioses colocaron el sudor delante de la virtud".

Sócrates concluye "desvelando" que la virtud "es un saber discernir, es un saber emplear correctamente la herramienta del juicio, es conocimiento de lo que es y de lo que no es, es un saber tener criterio, es un saber tener elementos de juicio. Y si la virtud es una sabiduría, no puede ser ni algo innato, sino algo que se adquiere con dedicación plena y con esfuerzo. La virtud es un arte a cultivar y, como todo arte, ha de poder enseñarse y debe haber maestros, pero ¿dónde encontrarlos? ¿En nuestras escuelas? ¿Cómo salen los jóvenes de nuestra escuela?, ¿mejores o peores? ¿En qué estado quedan para ejercer la ciudadanía? ¿Qué hacer con los coaches, los mentores, los consultores, los psicólogos, los orientadores o los pedagogos? ¿Tendremos que considerarlos locos por creerse sabios? ¿o quizá los dementes somos nosotros por emplear sus servicios?"

Lo cierto, apunta, "es que la virtud sigue, y seguirá, siendo a veces enseñable y a veces no. La virtud puede enseñarse, pero si y solo si el alumno quiere aprenderla, ya que el fruto de esta educación nunca es lo que el educador ofrece, sino lo que el educando toma. La virtud, al ser el talante existencial del buen ciudadano, no se puede enseñar mediante una asignatura, no puede aprehenderse a través del estudio de manuales o libros de texto, no es una doctrina de contenidos y conceptos".

Ante un ser libre

La virtud, enseña, "es una gimnasia intelectual y espiritual que consiste en dialogar. Pero no se puede obligar a alguien a dialogar. La educación filosófica solo puede realizarse desde la convicción de que estamos ante un ser libre. Solo se puede enseñar a ser un buen ciudadano a quien desee realmente ser un buen ciudadano, de lo contrario no haríamos otra cosa más que arar, una y otra vez, un campo que no ha sido sembrado".

La virtud, añade Infante, "solo se educa queriendo: el educando, queriendo aprender, y el educador, queriendo educar. Tanto en el amor como en la educación de la virtud media la libertad. Y por ello, Sócrates supo ver que la mejor estrategia para conseguir que el educando desee libremente emular el bien es que el educador encarne la virtud, que se convierta él mismo en un modelo a imitar".

El modelo educativo que prescinde de la filosofía es un modelo condenado al fracaso: "Sin duda, porque preguntarse por la virtud y cómo educarla es comenzar a formular una respuesta que Sócrates redactó con su muerte: elegir un modo de vida tan digno como para que sea preferible sacrificar antes la vida que la manera de vivir. Por eso todos los años leo con mis alumnos la apología de Sócrates: para recordar que cosa es la virtud, el valor, la justicia, la integridad, la fortaleza, el buen ánimo y, también, por qué no, la belleza".

Y remata: "Aunque nuestra escuela haya suspendido de empleo y sueldo a Sócrates, mientras haya algún joven que se atreva a leer su apología no se apagará en nosotros ese fuego que nos impulsa a amar todo lo noble, digno y elevado que hay en el ser humano".