QUEMAR DESPUÉS DE LEER

El mundo es una novela de J. G. Ballard, por Laura Fernández

J. G. Ballard y, en segundo plano, Andreu Navarra, Beatriz García Guirado, dos ejemplares de la revista ’Ambit’ y un blíster con pastillas de una droga.

J. G. Ballard y, en segundo plano, Andreu Navarra, Beatriz García Guirado, dos ejemplares de la revista ’Ambit’ y un blíster con pastillas de una droga. / SARA MARTÍNEZ

Laura Fernández

Laura Fernández

El año 1959, un escritor y pediatra londinense llamado Martin Bax fundó una revista literaria que acabaría por sacudir los cimientos del mundo, o, mejor, de la realidad, y su, a menudo mojigata, representación. La revista se llamaba Ambit, y no iba a tardar en contar entre sus colaboradores con el por entonces ya ilustre (y raro) James Graham Ballard, el aún no autor de El imperio del sol pero ya sí de Exhibición de atrocidades, El mundo sumergido y Crash, el amante de lo distópico contemporáneo, de un fin del mundo en marcha, de la nada sutil perdición del turbocapitalismo y del consumismo pantalla, de la oscuridad (y el Mal) que anida en uno y otro. Iba a contar Ambit con sus cuentos, pero también con sus ideas. Ideas ballardianas, esto es, ideas reconstructivas.

Propuso, Ballard, como extraordinariamente cuentan Beatriz García Guirado y Andreu Navarra en el delicioso, mutante e imprescindible -y ahora veremos por qué- Ballard Reloaded (H&O Editores), a Bax, un concurso que distinguiría el mejor poema o relato escrito bajo la influencia de cualquier droga, incluidas las aspirinas infantiles. La ganadora fue la brillantísima Ann Quin, con un relato que, en palabras de García Guirado y Navarra, "parecía haber sido concebido en un viaje ayahuasquero de primer nivel, a pesar de que sólo había ingerido píldoras anticonceptivas". En el relato, un hombre es perseguido por sus tres exmujeres en un alucinado y alucinante -orgías de amas de casa, ejecutivos entregados a máquinas- roadtrip por el desierto norteamericano.

Experimentación radical

Su intención era la de llegar allá donde aún no se había llegado. Hacer del mundo objeto de laboratorio, y de la escritura, visionario científico desalmadamente loco, y que su fusión se convirtiese en una intervención que llevase lo literario a otro lugar, un lugar extraño, en el que el extrañamiento desplazase cualquier tipo de certeza hacia la duda macabra y violenta, irracional, insoportable. Un espacio de experimentación radical, dicen los autores, en el que poder fingir que no todo está inventado. Y ese es el exacto lugar desde el que dispara, como un francotirador del fragmento iluminante, la no biografía, y no ensayo Ballard Reloaded, suerte de caleidoscópico híbrido de ficción y no ficción de centro único: la vida y la obra del de Shepperton.

Beatriz García Guirado y Andreu Navarra reinventan el concepto de ensayo en 'Ballard Reloaded' con una escritura que cruza todos los límites buscándose a sí misma y da una versión del mundo (en el que vivimos) que tiene al autor de 'Crash' como tótem cinético

Concebido como una suerte de expansivos greatest hits del escritor, expansivos en tan insospechables direcciones que parecen jugar, desde el principio, a perseguirse para, en algún momento, estallar, Ballard Reloaded rodea al lector con fogonazos que a veces son datos, a veces relato en marcha, a veces no fiable autobiografía de autor desdoblado, a veces mera profecía cumplida, y por momentos le hace sentir personaje lector de una novela de J. G. Ballard que se está escribiendo mientras ocurre, porque lleva escribiéndose desde su misma aparición. Y he aquí lo valioso de la escritura que cruza el límite -todos los límites- buscándose a sí misma: que descubre un camino inexploradamente salvaje, uno que en este caso, tiene al autor como tótem cinético.

Un antes y un después

Beatriz García Guirado -de la que no deberían perderse la indómita Los pies fríos (Slopper)- y Andreu Navarra alumbran así un nuevo tipo de aproximación a un autor, a la vez que inauguran un pensamiento experimental del mundo en tanto intervenido por ese autor inevitable y afortunadamente. Hubo un antes y un después de Ballard en la representación de aquello que ocultaba el aparente mundo feliz del abundante bien de consumo, del simulacro de la plastificada vida posmoderna. Y dentro de Ballard Reloaded -que arranca en el cementerio de Alicante, donde está enterrada su mujer, que murió en unas vacaciones, jovencísima, dejándole a cargo de sus tres hijos, a los que crió solo- se hace más que evidente, en sus muchas y muy distintas formas.

A Ballard, que siempre vivió entre lo aparente y lo macabro -creció, a la vez, en un pedazo de Estados Unidos en mitad de Shanghái, siendo inglés, y en un campo de concentración japonés, en el mismo Shanghái, cuando Japón ocupó China, año 1943-, le interesaba el concepto de what now -ahora qué-, es decir, el concepto de las consecuencias -de ahí su obsesión con los accidentes- porque su vida, en el fondo, no fue más que un accidente tras otro -las cosas parecían funcionar, y de repente, dejaban de hacerlo: su infancia perfecta, su matrimonio perfecto-, y su obra, tan profundamente impactante, supo elevarlo a concepto (advertencia) universal, permitiéndonos explicarnos por qué pasa lo que pasa aún, hoy, todo el cruel y despiadado tiempo.

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