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Maria Ressa: "Sólo el periodismo puede detener la tiranía política y emocional de las redes sociales"

Periodista filipina, fundadora del portal informativo Rappler, fue galardonada con el Premio Nobel de la Paz en 2021

Madrid. 27.02.2023. María Ressa, periodista.

Madrid. 27.02.2023. María Ressa, periodista. / JOSÉ LUIS ROCA

Llegó a sumar 103 años de condena en los tribunales del ex presidente filipino Rodrigo Duterte. Recibió el Premio Nobel de la Paz en 2021 por su labor en defensa del periodismo independiente contra las grandes tecnológicas y sus algoritmos, bots y demás artimañas que utilizan para secuestrar la opinión y la política mundiales. Publica Cómo luchar contra un dictador (Península), un ensayo periodístico que hace apenas 10 años parecería una novela de ciencia ficción.

Es un hecho que las redes sociales han aniquilado el periodismo, pero ¿además están barriendo el significado de democracia de la faz del planeta?

Sí, claro –responde Maria Ressa (Manila, 1963), de gira promocional después de obtener un sinfín de permisos de los Tribunales para salir de su país y hablar con periodistas en Europa–. La tecnología debiera respaldar la ética pero en lugar de ello hace un uso insidioso de sus mecanismos, como el Big Data, anulando la transparencia, honestidad y contabilidad de las voluntades democráticas. Lo que ha puesto al mundo patas arriba.

Internet fue creado en los 80 por militares estadounidenses: un mecanismo para acabar con la oposición al poder mediante una perfecta ilusión de libertad. ¿Por qué nos sorprendemos tanto de este maquiavélico resultado?

Al principio, antes de que las grandes tecnológicas accedieran al algoritmo, internet fue un instrumento interesante para el empoderamiento de la voz popular. Pero a medida que se hicieron enormes y les otorgamos el derecho a darnos aquello que quieren, se desató su uso engañoso de la información: cuanto más tiempo estés en una plataforma, más dinero gana, por ello dejaron de lado la ética y decidieron secuestrar nuestras más bajas emociones.

¿Y así fue como Bolsonaro, Duterte, el Brexit y demás fenómenos virales triunfaron para imponerse a la realidad contra todo pronóstico?

Sí, algo que se evidencia en el estudio de los algoritmos utilizados por Youtube para conectar a los más dispersos grupos de ultra derecha en Brasil, que de otro modo nunca hubieran llegado a conocerse ni unir fuerzas.

En ese rastreo de la manipulación ejercida por los algoritmos de las redes sociales también llegó usted al fenómeno del independentismo catalán. ¿Qué descubrió?

Fue en el contexto de las campañas de desinformación ejercidas por Rusia, que a través de sus bots (robots o programas informáticos que imitan la acción humana) manipulan la tendencia del voto apelando a nuestras emociones. Fue un caso clarísimo, como el del Brexit; o el de Black Lives Matter, que buscaba romper la unión social en Estados Unidos. Parecen coincidencias, pero son realidades, aunque todavía nos suene a ciencia ficción.

El cénit hasta ahora lo alcanzaron con la elección de Donald Trump. ¿A partir de entonces la política se convierte en marketing y nada más?

No, supera al marketing, porque es impune, no rastreable. Yo lo comparo a una cascada: en el nacimiento del río hay una fábrica que contamina, y sin remedio todo el río se poluciona, en este caso de mentira. La mentira en las redes se dispersa seis veces más rápido que la verdad tácita.

La periodista Maria Ressa, en Madrid.

La periodista Maria Ressa, en Madrid. / JOSÉ LUIS ROCA

¿Y esto es así porque incide en nuestros más bajos y primarios instintos?

Sí, las tecnológicas han descubierto que son capaces de retener más nuestra atención si difunden las mentiras con enfado y odio, funciona como el sensacionalismo. En el libro recojo las investigaciones de un gran biólogo del MIT, E. O. Wilson, que demuestran que el gran problema de la humanidad hoy es que mientras nuestras emociones son paleolíticas y nuestras instituciones, medievales, hemos acogido a la tecnología como una especie de dios. Los grupos más prósperos son aquellos que están dispuestos a utilizar el miedo, el enfado, el odio y la mentira, y así es como han conseguido poner el mundo patas arriba, mientras se han cargado el periodismo y su aburrida y veraz información. Sí, no hubiera escrito una mejor novela de ciencia ficción si me lo hubiera propuesto.

El asesinato, la detención y la amenaza a los periodistas alcanza hoy las cotas más altas jamás habidas, pero ¿su empobrecimiento no es además una de las armas más poderosas contra la información veraz? ¿Quién está dispuesto a cubrir una guerra a razón de 50 euros la crónica como sucede en España?

Sí, claro que es una estrategia: el modelo de negocio de los medios ha muerto en virtud de la micro focalización de las redes (yo te doy lo que tú buscas), que ha sustituido a la publicidad, que era la regla de oro que hacía posible la existencia de la prensa. Son las estrategias de las compañías tecnológicas para provocar el relevo del periodismo: amenaza, empobrecimiento y ataques a su credibilidad.

Cualquier rabieta o bulo puede convertirse en dinero si te mantiene enganchado a una red social

Una estrategia que tiene su punto débil, porque ¿cómo es posible que la gente siga creyendo en los likes y seguidores cuando las granjas de cuentas falsas y clicks son una evidencia?

Porque su poder es aritmético. Es cierto que en la campaña presidencial de Macron se descubrió la existencia de 30.000 cuentas falsas, pero es que en la última de Filipinas se demostró que solo 26 cuentas falsas habían movilizado a 3 millones de votantes, lo que se denominó como red de marionetas.

Compara usted la creciente confusión y autocracia con lo sucedido en 1939, pongamos Berlín. ¿Atendemos a la guerra de poder del hombre contra la máquina?

Qué graciosa tu pregunta, pero la respuesta es no: esto es una guerra del hombre contra el hombre. Es el hombre quien programa las máquinas, quienes trabajan en Silicon Valley son humanos, y sus experimentos tecnológicos con la población jamás serían aprobados por una agencia nacional como la FDA, porque nos afectan psicológica y emocionalmente. Pero ellos lo saben: información es poder, es la única vía posible para hacer justicia en el mundo, y la han convertido en un producto de mercadería, que se compra y se vende y es capaz de alterar cualquier equilibrio en beneficio del que más pague.

¿Tiene solución esta situación de inopia?

Sí, acabando con la impunidad de la tecnología. Los que se niegan a la regulación de las redes tal vez ignoran que, antes aún, la tecnología ha censurado la información real en base a sus intereses monetarios. La única manera de acabar con la impunidad de la tecnología es hacerla contable y transparente.

La periodista Maria Ressa, en Madrid.

La periodista Maria Ressa, en Madrid. / JOSÉ LUIS ROCA

Sostiene que Facebook saca lo peor de nosotros, pero ¿no es peor aún lo que sucede en Twitter?

Bueno, en todas las redes sociales: hemos de entender el sistema económico que hemos creado. La Revolución Industrial acabó con el robo y el abuso impunes que relató Dickens, lo hizo a base de legislación laboral y sindicatos que consiguieron invertir fondos públicos en formación y educación, pero ahora existe tal impunidad que cualquier rabieta o bulo puede convertirse en dinero si te mantiene enganchado a una red social. Se están registrando entre los jóvenes los más altos índices jamás habidos de depresión, insomnio, suicidio y ansiedad, y la responsabilidad es claramente de las plataformas sociales. Pero esto es como luchar contra el lobby del tabaco: las grandes tecnológicas tienen licencia para imprimir dinero.

¿Alguna iniciativa posible para luchar contra este abuso?

Sólo el periodismo puede detener la tiranía política y emocional de las redes sociales. Tiene que sobrevivir para conseguir que las tecnológicas y el Big Data sean contables y transparentes.

Perdóneme, pero esto me resulta tan utópico... ¿Podría convencerme?

Necesitamos comprometer a la sociedad, y esto podemos lograrlo creando comunidades de acción a través del periodismo.

Maria, si ni siquiera el Premio Nobel ha conseguido que dejen de encarcelarla e intimidarla, ¿cómo es posible que le quede esperanza?

Al principio, cuantos más premios me daban más detenciones sufría, pero este año he conseguido reducir mis condenas a 34 años, y ni siquiera tenemos abogado en el staff de nuestro canal informativo (rappler.com). Mi premio Nobel ha sido un reconocimiento a la profesión y la necesidad del periodismo y su compromiso con la ética.

¿Tampoco la vuelta que preconiza al periodismo influyente de los 80 es una utopía?

No lo creo, como periodistas hemos visto lo peor de la condición humana, pero también, lo mejor. Podemos doblegar el poder de las tecnológicas, la acción de los jueces en mi país me devuelve la fe: no todo está perdido, pero se nos acaba el tiempo. Hemos atravesado el valle de la muerte, nos hemos hecho más fuertes, nos toca devolver la democracia a un mundo compasivo, igualitario y sostenible.