QUEMAR DESPUÉS DE LEER

Tillie Olsen y la escritura obrera, por Laura Fernández

La escritora a la que admira por encima de todo Alice Munro escribió apenas un puñado de relatos, y publicó inacabada 30 años después una novela que había empezado a escribir a los 19, evidenciando hasta qué punto el silencio de un escritor depende del lugar del que procede y del que tal vez no quiere ni puede escapar

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tillie / SARA MARTÍNEZ

Laura Fernández

Laura Fernández

Esta semana dio comienzo el rodaje de un documental sobre Alice Munro en su pueblo natal, Wingham. En realidad, se trata de un documental sobre el lugar y la manera en que ha podido influir en la mente de la Premio Nobel. Wingham hoy forma parte de North Huron, Ontario, y se lo considera una pequeña comunidad. La idea de Invitation Voyage —el programa de producción francesa para el que se rueda el documental— es volver real, a través de la ficción de Munro, ese pequeño epicentro creativo, del que nadie sospechaba que podía llegar a convertirse en algún momento en un lugar de peregrinación para lectores de todo el mundo. ¿Qué lugar habría visitado Munro con el mismo fin? Tal vez Wahoo, una también pequeña población de Nebraska, Estados Unidos.

Militante del relato, como lectora apasionada y como escritora decidida a correr riesgos y a permanecer siempre “en el aire”, como el trapecista en mitad de una pirueta, Samanta Schweblin recomendaba hace unos días la lectura de Dimensiones, un relato de Munro incluido en la colección Demasiada felicidad (Lumen). “Es un relato largo, que, de alguna forma, termina cuando ni siquiera has leído la mitad. Te das cuenta leyendo que el cuento ha acabado ahí, pero sigue, y te dices, ¿cómo? ¿Qué va a pasar a continuación? ¿Qué puede haber después?”, se preguntaba Schweblin mientras leía. Evidentemente, el cuento continúa, pero lo que sigue al final situado casi en el centro del mismo es terreno desconocido, la clase de terreno que a Schweblin le fascina poder recorrer.

Los 30 años que Herman Melville pasó en un puesto de aduanas mientras ninguna de sus obras —¡ni siquiera 'Moby Dick'!— triunfaba, no son nada ante la cantidad de carreras literarias de mujeres que ni siquiera dieron comienzo

Decía también la escritora argentina que nada lee con tanta pasión como aquello que alguien a quien admira mucho ha recomendado. Así que a buen seguro ha leído Dime una adivinanza, porque a ojos de Alice Munro es el mejor relato que se ha escrito jamás. Lo escribió Tillie Olsen, y es la razón por la que Munro podría haber visitado la pequeña localidad de Wahoo, en Nebraska, el lugar en el que nació Tillie Olsen, en 1912. De ella se dijo cuando en 1994 ganó el Premio Rea —galardón con el que se distingue la carrera de un escritor de cuentos, y que lleva el nombre de Michael M. Rea, un empresario que fue también escritor, y un apasionado de los cuentos— que combinaba “la intensidad lírica de un poema de Emily Dickinson con el alcance de una novela de Balzac”.

En Dime una adivinanza, el cuento que da título a la colección de cuatro (que aquí publicó Las Afueras), una pareja se descompone a los 47 años de haberse conocido, ante la sorpresa de sus hijos. La forma en que Olsen describe el abismo de la separación —tan dolorosa como, en cierto sentido, liberadora— tiene algo de representación teatral capaz de escapar a la página y representarse ante el lector. Dime una adivinanza se publicó en 1961, año en el que ganó el prestigioso Premio O. Henry —la mayor distinción para el cuento, en solitario, que existe hoy en Estados Unidos, que lleva el nombre del ilustre autor de cuentos, sí, famoso por sus finales sorpresa; han ganado el O. Henry también Munro, y Schweblin—. Para entonces, Olsen llevaba tres décadas en silencio.

Olsen había empezado a escribir su primera novela en 1931, con 19 años. Atareada hasta decir basta desde niña —creció en una familia de seis hermanos, sus padres eran activistas políticos, llegaron a Estados Unidos huyendo de su Rusia natal, y no tenían un céntimo: ella trabajó desde los 15, y se inscribió en el Partido Comunista a los 18—, la publicó 30 años después, inacabada. Fueron pocas, poquísimas, las páginas que consiguió robarle al escaso tiempo que tuvo y hablan a menudo de esa batalla, la batalla de la escritora de clase trabajadora por la búsqueda de no ya un cuarto propio, sino unos minutos propios. Su obra quedó interrumpida por una infinidad de trabajos mal remunerados, el cuidado de sus cuatro hijas, y su irrenunciable activismo.

Por eso a Olsen le interesan los silencios de los escritores. En el único otro título que hay ahora mismo en circulación en España, Silencios (Las Afueras), se reúnen dos textos, que parten de dos conferencias, en los que habla de qué forma el lugar del que procedes y del que a veces no puedes ni quizá, como en su caso, quieres escapar —para precisamente reivindicar la condena de que no exista en el mundo una visión de tu mundo—, impide que escribas. Los 30 años que Herman Melville pasó en un puesto de aduana mientras ninguna de sus obras —¡ni siquiera Moby Dick, considerada poco después la gran novela americana!— triunfaba, no son nada, apunta Olsen, ante la cantidad de carreras literarias de mujeres que ni siquiera dieron comienzo. La suya es aún hoy, a 16 años de su muerte, una batallante excepción.