MÚSICA

U.S. Girls: la maternidad como el más fértil disparador creativo

La artista estadounidense, una de las mentes más brillantes de la escena alternativa, presenta un nuevo álbum concebido totalmente durante su embarazo, y que se mueve entre el pop experimental, las baladas y la música disco

Meghan Remy, la mujer que se esconde detrás del nombre artístico U.S. Girls.

Meghan Remy, la mujer que se esconde detrás del nombre artístico U.S. Girls. / Emma McIntyre

Jacobo de Arce

Jacobo de Arce

Pump, la canción que cierra el nuevo disco de U.S. Girls, arranca con el sonido de un sacaleches eléctrico funcionando a pleno rendimiento. El zumbido intermitente resulta desagradable al principio, pero enseguida se integra en la sección rítmica de la canción, una alegre base funk: los caminos del sample son inescrutables. Todo cobra sentido cuando Meghan Remy (Chicago, 1985), la artista que se esconde detrás de ese plural tan genérico que pone nombre a su proyecto musical (“Las chicas de EEUU”), se arranca a cantar. “Mi primer hijo fueron dos / Me refiero a dos bebés a la vez / Y esos nueve meses / No hicieron nada para prepararme / Así que cuando me abrieron / Y me los sacaron / Se giraron hacia mí / Y me dijeron: ‘Mamá estoy hambriento. Danos algo de comer!”. Luego viene toda una letanía sobre el apego, el cuerpo, las máquinas, el nacimiento y la muerte. El espíritu que ha alimentado el álbum está destilado ahí, en sus últimos versos.

Remy no es la primera artista que ha grabado un disco durante su embarazo. Pero pocas veces el vínculo entre esos dos procesos ‘creativos’ había sido tan explícito. Porque el disco viene con más marcas de fábrica que el sacaleches. En algunas letras y también en su voz. La transformación física vivida durante esos nueve meses hizo mella en su capacidad para cantar. “Como mi diafragma iba cambiando, con el embarazo fui perdiendo espacio para respirar, y eso se nota en la voz”, dice en entrevista con EL PERIÓDICO DE ESPAÑA. Una dificultad que se hace muy evidente en St. James Way, donde canta con un falsete que casi parece un silbido. “Normalmente, la gente se hace fotos durante el embarazo, pero a mí me parecía muy especial poder registrarlo a nivel sonoro”, explica. Que todo ese proceso de registro haya sido feliz no quiere decir que haya sido fácil. No de casualidad, el álbum se titula Bless this mess (Bendito este lío).

Madurez rebelde

Si la Meghan Remy de hace 15 años se plantara delante de la que asoma ahora al otro lado de la pantalla de Zoom desde el estudio de su casa en Toronto, con un bonito piano delante, una colección de guitarras perfectamente ordenadas en la pared y los gritos de fondo de sus gemelos, es posible que le sobreviniese un colapso por lo que seguramente habría considerado puro y duro aburguesamiento. En esa época, recién arrancado este proyecto en el que sigue embarcada, Remy se aferraba a una filosofía hazlo-tú-misma a prueba de bomba, facturando una música llena de distorsiones y cacofonías que era de escucha, cuando menos, complicada. Del espíritu punk del asunto da cuenta que para tocar en cada ciudad, completamente sola sobre el escenario, se desplazase a golpe de Greyhound, esos autobuses de línea plateados en los que ya solo se mueven quienes se han quedado apeados del sueño americano.

Hoy en día, en cambio, la artista de Chicago no sale a actuar con menos de seis o siete personas acompañándola, recibe elogios grandilocuentes de medios como The New York Times, The Guardian o Rolling Stone y se mueve con mayor confort, aunque conseguir la financiación necesaria para organizar una gira todavía le resulte complicado, como explicaba en una entrevista para la televisión nacional canadiense en 2020. Algo que le pasa casi a cualquiera que no sea Rosalía y unos cuantos elegidos. Eso sí, el espíritu anticapitalista que abrazaba en sus inicios y el afán explorador e irreverente de su música siguen ahí, intactos. Aunque lo que entonces eran altas dosis de ruido y rabia con el tiempo se haya reconducido hacia un pop arty y maduro en el que se mezclan desde sofisticados temas disco, funk o yacht rock hasta baladas preciosistas a base de piano que podrían encajar en la discografía de Elton John o en la de Carole King, como la que da título al álbum, el más complejo y variado de los que ha publicado hasta ahora.

En esa transición desde la joven iconoclasta de sus inicios hasta la artista asentada que es hoy en día, el cambio más importante ha sido el control de sus inseguridades. Remy cuenta cómo en aquellas primeras giras le daba vergüenza que se descubriera que no sabía tocar y que carecía de formación musical, y recuerda cómo en sus conciertos "ni siquiera levantaba la vista para no ver qué pasaba alrededor". Las cosas solo empezaron a cambiar cuando conoció a su actual marido y cómplice artístico, Max Turnbull, conocido musicalmente como Slim Twig. Aquella fue la primera vez que Remy hizo música en serio con alguien, y ya no hubo vuelta atrás. "En cuanto ví el resultado, todo cambió. De repente quería trabajar todo el rato con otros. Sobre todo viviendo aquí, en Toronto, donde es una locura la cantidad de músicos buenísimos que hay”. 

La artista solitaria se convirtió en la líder de una comuna. Este último disco, como los anteriores, lo ha grabado con un legión de amigos de la que forman parte la cantautora Basia Bulat, Alex Frankel, mitad del dúo de electrónica Holy Ghost!, o el insuficientemente reconocido Marker Starling. Producido en parte durante la pandemia, hay canciones nacidas en el sofá de casa junto a su marido, otras que son fruto del intercambio de whatsapps e emails con esos amigos y otras que brotarón más espontáneamente cuando se pudieron reunir en el estudio.  

A lo largo de su discografía, que dio un importante salto en reconocimiento a partir de su fichaje por un sello tan emblemático como 4AD (el de Pixies o The National, entre otros), Remy ha trazado un itinerario creativo en el que lo personal se alterna siempre con lo político, sin dejar de bucear en los pozos más oscuros de su autobiografía. Un par de álbumes atrás, la artista utilizó sus canciones para purgar un dolor antiguo, los abusos sufridos a manos de su padre. Pero tampoco ha tenido problema en revelar en entrevistas ciertas complicaciones pasadas con el consumo de alcohol.

Ser madre, sin embargo, parece haberle ayudado a colocar mejor todo ese historial de traumas. “Ahora veo el pasado de otra manera. No creo que la vida te pueda traer nada que no seas capaz de manejar", reflexiona. Y se pone metafísica cuando continúa. "Además, dar a luz es también pensar en la muerte. Nacer y morir están en diálogo. Y conocer el ciclo de la vida y saber que llegará la muerte, que no hay escapatoria, me reconforta”, dice sin abandonar la sonrisa. A pesar de su alegría evidente, reconoce que la maternidad y sus contradicciones no están siendo precisamente fáciles y le hacen sentir al mismo tiempo "feliz y deprimida" [risas]. "Una no está preparada para esto. La demanda física y mental es inmensa, pero tampoco querría hacer otra cosa". Ese balance se plasma en este disco, donde hay más humor y más luz que en otros anteriores, pero sin abandonar la ironía y el espíritu crítico marca de la casa.

El 'complejo militar-industrial'

En ese capítulo, el político, cabe preguntarse si ese elemento ha tenido alguna influencia a la hora de decidir instalarse en Canadá, más allá de que su marido sea de allí. “Cuando conocí a Max justo me estaba planteando mudarme a Europa. Tenía claro que quería dejar EEUU. Había vivido en diferentes ciudades americanas, y estaba harta de la lucha diaria que suponía y en qué se invertían mis impuestos. También necesitaba un poco de distancia respecto a la cultura americana. Aunque bueno, esto en realidad es imposible [risas]. Pero sí, necesitaba dejar de salir por la puerta de mi casa cada día y empezar a mirar el dinero. Y aquí en Canadá, por ejemplo, el tema de la salud es importante: tuve acceso a sanidad pública incluso antes de conseguir la residencia. Nada que ver con EEUU”.

Pero las diferencias no van mucho más allá, y algunos demonios son comunes. La artista saca por fin el término que define su filosofía política y que saldrá varias veces a lo largo de la conversación: el célebre "complejo militar-industrial estadounidense”. Uno de los pecados de Canadá es “que lo apoya y se beneficia de él”. Que uno de los singles de su disco, Futures Bet, arranque con un remedo del célebre himno de EEUU distorsionado que tocó con su guitarra Jimi Hendrix en Woodstock a modo de protesta contra la Guerra de Vietnam, y que termine con algo parecido con el himno de Canadá, no es fortuito. Pero la crítica está bastante racionada en un disco que ella reconoce como más personal que político. Se deja ver, por ejemplo, en la ironía con la que trata la última burbuja inmobiliaria en So Typically Now, el primer single de los que publicó antes de la salida del álbum.

Remy ha preferido esta vez correr un velo sobre sus traumas y su rabia política y suavizar el bisturí al que es tan aficionada. Hay momentos del disco que son pura diversión y y juego. En Tux (Your Body Fills Me, Boo), un tema disco redondo que suena como si Daft Punk y Mark Ronson se hubieran juntado para componer el himno oficial de la reapertura de Studio 54, Remy se mete en la piel de un esmóquin que, aburrido de estar guardado en su funda, necesita salir de fiesta. El peso de la pandemia se nota en el álbum y las ganas de asomarse a una pista de baile aparecen salpicadas aquí y allá. Sin embargo, ella reconoce que, hoy por hoy, prefiere las baladas. “Es el tipo de canción que realmente me obliga a ponerme a prueba, tanto en mis capacidades como emocionalmente. Especialmente en directo. Es fácil tocar una canción con mucho ritmo, sonar muy alto y sentir que estás llenando la sala y llegando a la gente. Pero es muy difícil plantarse ahí en un tono menor, más vulnerable”. Lidiar con esa vulnerabilidad parece ser el gran desafío actual de la artista, una mujer que, por otra parte, suena poderosa y con las ideas más que claras. Pero que, como los grandes, ha sabido convertir en arte todas esas contradicciones.

TEMAS