EXPOSICIÓN

Lucian Freud, en el Museo Thyssen: la pintura se hizo carne

Francesca Thyssen dona al Estado el retrato de su propiedad que Freud pintó de su padre, incluido en la gran retrospectiva que la pinacoteca dedica al pintor

Fragmento de 'Hombre en una silla', el retrato de que Francesca Thyssen ha donado al Estado.

Fragmento de 'Hombre en una silla', el retrato de que Francesca Thyssen ha donado al Estado. / THE LUCIAN FREUD ARCHIVE | THYSSEN-BORNEMISZA COLLECTIONS

Son los años 40, está probando y se está buscando. Pinta a su primera novia, Felicity Hellaby y a su primera esposa, Kathleen Kitty Garman. Pinta una garza, la cabeza de un gallo muerto o su estudio de trabajo, con la cabeza de una cebra asomando por una ventana. Pinta como un miniaturista. Y se pinta a sí mismo. Lucian Freud acaba de emprender el viaje que le llevará a ser Lucian Freud, sus autorretratos muestran un rostro hierático, de mirada distante y algo alucinada, y sus pinceles cargan aún con la influencia de los retratistas del Renacimiento alemán. En Habitación de hotel (1954), el pintor congela en el tiempo la ruptura con su segunda esposa, Caroline Blackwood, tendida en la cama, a la que observa a contraluz, junto a la ventana. Será el último cuadro que pinte sentado y, cuando se ponga de pie, Freud cambiará sus pinceles y su trazo, pero también su visión sobre el cuerpo de los otros y sobre el suyo propio, que veremos alto, erguido, vestido con traje gris, en un espectacular contrapicado del pintor que observa su propio reflejo en un espejo situado en el suelo y que no vemos.

Se llama Reflejo con dos niños (Autorretrato) y ese cuadro de 1965, que convierte en protagonista la mirada desafiante de Freud sobre sí mismo, es la imagen que ha elegido el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid para dar la bienvenida al visitante a una de las grandes exposiciones del año, Lucian Freud. Nuevas perspectivas, que la pinacoteca inaugura este martes en colaboración con la National Gallery de Londres, donde pudo verse hasta finales de enero. La muestra, que coincide con el centenario del nacimiento del pintor, está comisariada por Daniel Herrmann en Londres y Paloma Alarcó en Madrid, y reúne 55 obras de Freud a lo largo de siete décadas de producción.

Su llegada a Madrid, como la mirada de Freud, también ha tenido algo de desafío: “Desde hace años venimos acariciando el sueño de traer una exposición de Freud, después de la muestra que le dedicó el Museo Reina Sofía en 1994, y fracasamos en varias ocasiones hasta que en 2018 nos armamos de valor y decidimos visitar a David Dawson, director del archivo del pintor (y su estrecho colaborador en las últimas décadas), que nos dijo adelante”, ha sostenido Guillermo Solana, director artístico del museo, en la presentación de la muestra.

Según Solana, el Thyssen se convirtió en la segunda sede de la exposición debido, en parte, a que el director de la National Gallery, Gabriele Finaldi, trabajó durante años en el Museo del Prado, que, a pesar de ser el socio natural de la institución inglesa, no dispone de obra de Freud, al contrario que el Thyssen, que cuenta con cinco obras del pintor británico, dos de ellas retratos del Barón Thyssen, con quien Freud mantuvo una relación de amistad de años.

'Reflejo con dos niños (Autorretrato)'./ THE LUCIAN FREUD ARCHIVE | MUSEO THYSSEN-BORNEMISZA


Y en torno a los retratos que Freud hizo del barón saltaba la noticia, siempre insólita en una presentación institucional, cuando Francesca Thyssen ha anunciado públicamente su decisión de donar al museo (y, por tanto, al Estado) el retrato de su padre Hombre en una silla, de su propiedad, que Freud firmó en 1985. En el cuadro se ve a Heinrich Thyssen sentado en un sillón, vestido de traje y apoyadas sobre las rodillas, sus manos fuertes y un tanto desfiguradas. Francesca ha explicado en la rueda de prensa que sus hijos y ella convivieron con el retrato durante una década en su casa de Viena pero, al dispararse en el mercado la cotización de las obras del artista, no pudo asumir el coste del seguro y de ahí que primero prestara el cuadro al museo, después lo dejara en depósito y ahora haya decidido donarlo. Se trata del quinto Freud que pasa a formar parte del Estado, junto con las otras cuatro obras que ya tenía el Thyssen y que se incluyen en esta muestra: Reflejo con dos niños. Autorretrato (1965), Gran interior. Paddington (1968-69), Último retrato (1976-77) y el otro retrato del barón, de menores dimensiones.

Una nueva perspectiva

recuperar su vozcelebrity Freud “ha sido un personaje público antes de ser un pintor admirado”

El Thyssen prescinde también de la crítica feminista que calificó la obra de Freud de “misógina” y “homófoba” y coloca en primer plano la reflexión en torno a la pintura que atraviesa toda su obra: “El ingrediente sin el cual la pintura no puede existir: pintura”, dijo Freud, palabras que también leemos impresas en las salas del museo.

'El cuarto del pintor'./ THE LUCIAN FREUD ARCHIVE | COLECCIÓN PRIVADA


Lucian Freud. Nuevas perspectivas es, además, una exposición que quiere ser lenta, que invita al público a que contemple las obras despacio, con la misma lentitud con la que trabajaba Freud. Organizada de manera más o menos cronológica desde los años 40 y hasta 2011, año de la muerte del pintor, se divide en secciones temáticas que reúnen sus primeros retratos, sus inicios en ese proceso de “llegar a ser Freud” y la intimidad de sus vínculos con amigos, familiares o amantes que el pintor traslada en los retratos dobles de sus hijas Bella y Esther o de la pareja de artistas Angus Cook y Cerith Wyn Ewans. El Thyssen dedica otra sala al poder, a esos encargos que Freud aceptaba en contadas ocasiones y cuyos modelos, como el resto, también posaban en sesiones larguísimas, el barón Thyssen o el banquero Rothschild, entre ellos.

'El cuarto del pintor'./ THE LUCIAN FREUD ARCHIVE | COLECCIÓN PRIVADA


Pero si hay una sala estrella sobre la que orbitan las demás esa es la dedicada a esos desnudos en los que Freud volcará su visión del cuerpo humano, una visión tan empática como despiadada que tiene que ver con el tiempo, con el deterioro, con la piel, las nalgas, los órganos genitales, los pliegues, las cicatrices y las marcas. "Quiero que la pintura actúe como si fuera carne", dirá el pintor, y esa carne que inunda las salas del museo será la carne de cuerpos a la intemperie, de cuerpos vulnerables, de cuerpos con conciencia de mortalidad, de cuerpos que perturban y seducen a partes iguales, cuerpos como el de Sue Tilly en Durmiendo junto a la alfombra del león.

La exposición termina con una selección de obras en las que Freud convierte su estudio en escenario y tema de su pintura, un espacio casi teatral en el que impone sus reglas, en el que observa desde arriba y coloca los cuerpos en una perspectiva ascendente, en pendiente, como si fueran a precipitarse por la parte inferior del marco. El último de los cuadros de esta muestra es la última obra que pintó Freud, un retrato inacabado de David Dawson, desnudo, junto a un perro tumbado, en cuya oreja, alerta Freud, posó por última vez sus pinceles antes de morir el 20 de julio de 2011.