RECOGE EL TESTIGO DE 'SLOMO'

Blanca Paloma gana el Benidorm Fest: el flamenco vuelve a Eurovisión 33 años después del furor de Azúcar Moreno

'Eaea' se ha impuesto a 'Quiero arder' en un duelo similar al que protagonizaron Chanel y Rigoberta Bandini el año pasado: a medio camino entre el folclore y la electrónica, ha logrado diferenciarse gracias a una pasional escenografía y una arrebatadora voz

Sin contar el 'mejunje' de Son de Sol ('Brujería', 2005), han pasado tres décadas desde la última vez que España abanderó este género en el festival: la tecno-rumba-flamenca de Encarna y Toñi quedaron en quinta posición con 96 puntos

Blanca Paloma gana el Benidorm Fest

PI Studio

Pedro del Corral

Pedro del Corral

Reventar Eurovisión no es tarea sencilla. No basta con tener una buena canción. Se necesita carisma, luz y verdad. Porque allí no funcionan las cosas impostadas. Lo que el público desea ver es una propuesta que les arrebate. Quiere pura emoción. Por lo que, de lograrlo, les será imposible sacársela de la cabeza. Ahí reside la clave para lograr un buen puesto. Esta noche, Blanca Paloma ha ganado el Benidorm Fest con esta lección bien aprendida: su Eaea ha enganchado a la audiencia desde la primera nota.

Visceral, magnética y creativa. Ha contado su propia historia a través de la mirada. Y ha buscado la complicidad en cada uno de los planos. El amor hacía su abuela nos ha enternecido tanto que ha sido imposible quitarle ojo. Pura pasión en la mirada de su nieta.

En un programa por momentos insípido, ella ha conseguido acelerar las pulsaciones gracias a un derroche vocal arrebatador. Precisa y desgarradora, ha estado a la altura de una final en la que no todos han logrado afinar como debieran. Esa es la base. Por lo que, de no estar bien encajada, el resto de elementos no brillará con tanto ímpetu. Junto a Agoney, ha sido la única en tener los cimientos bien asentados. Y eso le ha permitido crear un mundo repleto de matices donde nada está en disonancia.

Eaea es un mar de sentimientos en forma de quejío, de nana, de silencio, de palmada… Enmudece tan pronto se oye su voz. Es un tema enérgico y delicado a partes iguales. Complejo en cuanto a escalas, pero sencillo respecto al mensaje. Es un apretón al corazón que recoge la elegancia de Après toi (Luxemburgo, 1972), el desparpajo de J’aime la vie (Bélgica, 1986) y la fascinación de Shum (Ucrania, 2021).

Además, su particular mezcla de sonidos folclóricos y electrónicos ha logrado que no se parezca a nada anterior. Lo que la ha vuelto singular. Y lo que, en consecuencia, le permitirá distinguirse en Liverpool. Al flamenco que Europa lleva tiempo demandándonos, ella ha insuflado buena dosis de vanguardia. España está presente, pero hay algo más. Ese duende indescriptible que, entre música y esternón, le ha impulsado al primer puesto. No lo ha tenido fácil. Rozando sus talones se ha quedado Agoney, el otro gran favorito.

24 puntos ha separado una candidatura de la otra: 169 (94 del jurado, 40 del televoto y 35 de la muestra demoscópica) frente a 145 (80 del jurado, 35 del televoto y 30 de la muestra demoscópica). Su Quiero arder lo tenía todo para triunfar: es disruptiva, animal, volcánica… Y, quizá, eso es lo que le ha restado ciertos puntos: resulta tan extraña que nos cuesta empatizar con ella.

Con ciertos toques de perfomance, el intérprete ha encajado los componentes de su proyecto con acierto. Y, de hecho, aunque pudieran parecer pomposos, en esta ocasión estaban más que justificados: si el escenario debía arder, lívido, sudor y látex tenía que haber. Sólo ellos dos han aportado algo nuevo en una edición repleta de clichés. Tras la hazaña de Chanel, la mayoría ha intentado repetir el efecto sorpresa con bandazos sin sentido.

Esa sobreproducción les ha restado autenticidad, inflando el show en detrimento del mensaje. El humo o el fuego tienen sentido si el objetivo es acompañar al cantante. Si no, corren el riesgo de empañarlo. Eso es lo que ha ocurrido con Alice Wonder. A pesar de tener el pellizco de las icónicas Molitva (Serbia, 2007), Amar pelos dois (Portugal, 2017) y Arcade (Países Bajos, 2019), Yo quisiera rompe su magia desde el momento en que la artista se ha levantado del piano.

El ventilador no era necesario. Como tampoco los movimientos estridentes de Fusa Nocta. Mi familia podría haber triunfado, pero su deficiente ejecución la ha dejado sin ninguna opción. Toda la parafernalia no las ha vuelto más espectaculares, sino más caóticas. En televisión, es importante controlar los espacios y conocer las gargantas. De lo contrario, corren el riesgo de perder el control. Y eso, en Eurovisión, se castiga. Mucho.

Esto es lo que, justamente, le ha ocurrido a Vicco: con un inicio prometedor, ha basado su apuesta en un conjunto de pasos coreográficos innecesarios que le han ahogado de principio o fin. El hit de la edición, que acumula más de un millón de reproducciones, no ha sabido aprovechar ese tirón para hacerse aún más grande. Demasiado brilli brilli para un tema que pedía buen gusto.

Sin ‘eurocomplacencias’


José Otero era uno de los aspirantes con más aptitud para hacerse con el BeFest. Tanto por voz como por canción: a su torrente sonoro había que sumar la gran acogida que las power ballads tienen en Eurovisión. Ahí están Why Me? (Irlanda, 1992), Crisalide (San Marino, 2013), Undo (Suecia, 2014)… ¿Qué ha pasado, entonces, para que no haya sido así? El directo. A los fallos vocales, hay que añadir una escenografía a medias tintas. No ha sido coherente con el relato que tenía entre manos. Y eso le ha pasado factura.

Esto no quiere decir que fuera mala, sino que no ha sabido sacar partido a una propuesta que podía haber sido enorme. Algo que, en cambio, ha constituido la principal baza de Karmento. La cantautora se coló en la final por haber llevado su esencia a la enésima potencia. Su Quiero y duelo es la mejor representación de sí misma: raíz, tierra y casa. En ese caso, sí que ha superado cualquier expectativa posible.

Se nota el extra que dan los años en el oficio. Megara, por ejemplo, se ha marcado una de las mejores actuaciones de la velada. Tras la campanada en la primera semifinal, la banda liderada por Kenzy ha servido personalidad con un género que España no ha explotado nunca en Eurovisión. Hubiesen sido buenos representantes, sin duda. Pues lejos de caer en la eurocomplacencia, ellos han sacado lustre a la diferencia.

Fieles al fucksia rock, han recordado que el Viejo Continente quiere ver a personas dejándose las entrañas sobre las tablas: Hard Rock Hallelujah (Finlandia, 2006), Deli (Turquía, 2008) y Zitti e buoni (Italia, 2021) arrasaron por arrastrar a 170 millones de espectadores a su particular revolución musical. Y eso es algo que, con independencia del estilo, deberían hacer todos. Blanca Paloma ya está en ello.