ENTREVISTA

Núria Graham: “Tengo claro que no lo petaré y estoy tranquilísima”

La cantante y compositora de Vic transforma su lenguaje musical en ‘Cyclamen’, un álbum de resonancias ensoñadoras, publicado a escala internacional por el histórico sello estadounidense Verve

La artista Núria Graham, en una imagen promocional.

La artista Núria Graham, en una imagen promocional. / EPE

P. Ahora toca el piano además de la guitarra, y la acompañan instrumentos como el arpa, la flauta y el saxo, así como una sección de cuerda. ¿Sentía que necesitaba un cambio?

R. No tengo una sensación de ruptura, pero sí de cambio de ciclo. Tenía ganas de explorarme y hacer cosas que no había hecho, quizá por miedo o porque no tenía la suficiente confianza en mí misma. Siempre piensas que necesitas a alguien con más experiencia a tu lado, y me dije: “a la mierda”. La experiencia es un aburrimiento y al producirte a ti misma topas con cosas muy interesantes.

P. Aquí, en efecto, firma la producción y ya no cuenta con Jordi Casadesús (La Iaia).

R. Ambos sabíamos que era una decisión necesaria. Producir es una manera de componer. He abierto una caja y me he dado cuenta de que dentro ya hay cosas, pero me queda todo el resto de la caja por descubrir. Lo importante es hacerte caso y seguir tu instinto. Estaba yo sola en casa con el piano y me fueron saliendo melodías de canciones que han mandado mucho, como The Catalyst y Poisonous Sunflower.

P. En su anterior álbum, Marjorie (2020), flotaba el imaginario de sus raíces irlandesas por parte paterna. Ahora, el título de Cyclamen hace referencia a un género de plantas que históricamente, en la poesía y el arte, se ha asociado al amor y a los sentimientos sinceros. ¿De qué se alimenta este disco?

R. Aquí he investigado cosas más generales que en Marjorie. Estaba quieta en casa observando el mundo y por eso en los textos utilizo muchos elementos de la naturaleza: una montaña, un pájaro que avisa que viene un desastre, un pez… Hay una sensación física extraña, derivada de lo que hemos vivido estos años. En el disco hay cierta temática catastrofista: el volcán de la portada, las olas enormes… Pero no lo es. El girasol simboliza que voy en búsqueda de la luz. Por eso empieza en Procida y termina ahí, y es como cuando vuelves de un viaje y eres diferente. Estás en el mismo sitio, pero has cambiado, y no para mal.

P. Procida es una pequeña isla situada delante de Nápoles, y hay otra canción relativa a esta ciudad, Disaster In Napoli.

R. Esta es la más antigua del álbum. Tiene siete años y viene de un desastre sentimental que viví allí. Mi sensación es que Nápoles está muy conectada a la muerte: cuando andas por la calle y ves aquellas esquelas. Y el Vesubio te la recuerda, con esa naturaleza exuberante e impredecible. El tema Fire Mountain Oh Sacred Ancient Fountain es eso. El disco habla de esos avisos de la naturaleza.

P. La idea de que la naturaleza tiene sus leyes y que no es tan dominable como creíamos.

R. Totalmente. En muchos sentidos, estamos desconectados de la naturaleza. Hasta cuando vamos al bosque pretendemos aprovecharnos de él y no lo escuchamos. Hace demasiado tiempo que no oímos los mensajes que nos da la naturaleza. Y cuando hablo de su poder destructivo incluyo a los humanos.

P. Muchas de esas canciones son cortas y no tienen estribillo. Se ha apartado del canon pop.

R. Me apetecía ir más allá del esquema tradicional de estrofas y estribillo. Descubrir la música de Blake Mills, hará unos dos años, me marcó un camino. Él era un cantautor pop-folk, y en su último disco había un nuevo paisaje sonoro a explorar. Me dije que yo también quería explorar sonoridades. Me considero inexperta en muchas cosas y esto es un juego para mí. Sabía que ahí habría unos vientos, un arpa… Pero hasta tres semanas antes de grabar no lo había decidido del todo.

P. ¿Le dice algo el nombre de Kate Bush?

R. Absolutamente. Es un ídolo para mí. Una persona que comenzó siendo muy joven, compuso y produjo sus discos y lo suyo no era lo típico, era una chaladura, y funcionaba porque hacía lo que creía. Es muy inspiradora. Esa música tan onírica y tan poco comercial, como en su álbum The Dreaming (1982). Me gusta pensar que una compañía como EMI dijera “vamos a apostar por esta loca”.

P. Cyclamen lo publica a escala internacional la histórica compañía Verve, de la mano del sello New Deal, de Blake Mills, y de Universal y Primavera Labels. No está mal. ¿Siente que se la está jugando?

R. En mi lista de sueños, Verve estaba en la primera plaza. Publicó en su día a Billie Holiday y a muchos más. Cuando lo supe, el disco todavía no estaba hecho, pero fue cuando me dije: “lo que tenga que pasar, pasará”, y decidí producirlo yo misma. Intento no ponerme demasiada presión y sé el tipo de carrera que tengo en mente. Tengo claro que no lo petaré y estoy tranquilísima. Lo que quiero es encontrar mi lugar en el mundo. No para ir a lo grande, sino ir hacia más sitios y cómodamente.

P. A la mayoría de los artistas de aquí que cantan en inglés, utilizar esa lengua no les ha supuesto poder cruzar fronteras y ampliar su mercado. Este otoño dio conciertos en Estados Unidos y en varios países europeos, y en marzo retomará la ruta internacional. ¿Cree que puede romper ese estigma?

R. La única ley que debes seguir es hacer lo que te salga de dentro. A mí, el inglés me sale de natural, aunque da un poco de risa a los anglohablantes porque no tengo un nivel realmente nativo y lo utilizo de una manera, digamos, curiosa. Es algo casi exótico. Mi padre es irlandés, pero soy vigatana de pura cepa y ahora vivo en La Bisbal, donde tampoco practico mucho el inglés. Pero sí que es frustrante pensar en los prejuicios que hay con las lenguas. Si El Petit de Cal Eril fuera estadounidense, a lo mejor estaría al nivel de unos Big Thief. A mí me gusta escuchar música en todos los idiomas. Deberíamos ser más abiertos.

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