MEMORIA DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
El descarnado periplo de una judía en el Berlín nazi
El hijo de Marie Jalowicz Simon condensó en 'Clandestina' las increíbles memorias de su madre, que con 19 años evitó ser deportada y logró sobrevivir sola en la Alemania del Tercer Reich
En 1938 su madre murió de cáncer; en 1941, su padre. Marie Jalowicz Simon (Berlín, 1922-1998) era una judía de 19 años cuando se quedó sola en el Berlín nazi, siendo trabajadora forzada con un sueldo mísero en una fábrica de armamento de Siemens, donde contribuyó a la resistencia con pequeños sabotajes. Y tenía 76 cuando, pocos días antes de morir en el hospital, terminó de contar su increíble historia de supervivencia durante la Segunda Guerra Mundial a su hijo, el historiador Hermann Simon. Él, unos meses antes le había dicho: "Siempre has querido contar tu historia", y le puso una grabadoras sobre la mesa. El resultado fueron 77 cintas de casete cuya transcripción condensó en Clandestina, coeditado por Periférica y Errata Naturae.
"Prefiero el páramo helado y prefiero estar sola porque veo en qué va a acabar esto. Nos deportarán, y será el final para todas", le dijo Marie Jalowicz en 1942 a su comprensivo capataz de Siemens, que le dictó una baja por enfermedad que le permitiría desaparecer del mapa por un tiempo. A partir de ahí empezó un periplo en el que "una concatenación de azares, a menudo increíble y milagrosa", según su hijo, le permitió ser uno de los aproximadamente 1.700 judíos que sobrevivieron de los 15.000 que, como ella, eligieron vivir en la clandestinidad.
La joven Marie logró huir en dos ocasiones a la Gestapo. Hasta el fin de la guerra se refugió en una veintena de hogares distintos viviendo como una alemana más, ocultando su origen judío, sin llevar la obligada estrella de David cosida en la ropa, y con papeles falsos.
Sus memorias, narradas sin victimismo, cuentan cómo pasó hambre y sufrió humillaciones, abusos, traiciones. Vio cómo una de sus arrendatarias fue deportada a un campo de concentración, igual que una tía, denunciada por un estafador que la engañó proponiéndole matrimonio. "Mi instinto me decía que todos los que iban allí iban a la muerte".
Vivió su primer amor con un judío de buena familia que le ocultó un secreto y la dejó embarazada. Un médico judío le dio un remedio para "provocar un mal parto" y abortó, sola, en un cubo viejo. "No tuve escrúpulos morales: quería vivir y no me quedaba otra. Pero sí estaba triste", relata concisa.
Mi instinto me decía que todos los que iban a los campos iban a la muerte
Un comunista casado abusó de ella a cambio de darle alojamiento. En otra ocasión, desesperada, ella misma llegó a ofrecer "un encuentro íntimo" para lograr cobijo. Tuvo suerte con otro con el que se alojó, un "nazi furibundo" que guardaba cual reliquia unos supuestos pelos del pastor alemán de Hitler y decía que "odiaba tanto a los judíos que podía olerlos a metros de distancia"... Sospechaba que tenía sífilis, lo que le evitó tener relaciones sexuales con ella.
Pasión por Hitler
Llegó a ayudar a una modista que cuando salía el nombre del Führer "sonreía arrobada y entrecerraba los ojos". "Por primera vez -añade- fui testigo del fenómeno del entusiasmo pasional por Hitler que rayaba en el delirio religioso". Reflejo de lo que pasaba en muchos hogares, cuidando a una anciana se encontró "con un montón de meritorios pequeños nazis que los días de fiesta ondeaban esvásticas por doquier".
Aunque también estuvo con una acróbata y en el piso de una prostituta y topó con un vecino nazi que no la denunció por aquello de quién sabe cómo acabará la guerra y quizá un día necesite un testimonio a favor. Al principio de estar sola, Jalowicz estuvo a punto de consumar un matrimonio de conveniencia con un chino para obtener el pasaporte pero no logró la autorización. Luego se enamoró de un obrero búlgaro pero la boda se acabó frustrando.
Violada por soldados rusos
En uno de los pisos tuvo que utilizar el mismo cazo donde cocinaba para defecar porque el baño estaba en la escalera comunitaria. "Se me hacía insoportable. Me daban arcadas", recuerda. En los estertores del Tercer Reich, no se salvó de las violaciones en masa a que los soldados rusos sometieron a tantas mujeres alemanas de toda edad y condición. "A mí también me tocó, claro", zanja.
Tras la guerra, Jalowicz se afilió al Partido Comunista, se quedó a vivir en la antigua RDA y ejerció de profesora de Historia Cultural Literaria de la Antigüedad Clásica en la Universidad Humboldt de Berlín.
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