ENTREVISTA

Cristian Mungiu ausculta al racista que todos llevamos dentro: "Estamos enfermos”

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cristian / ARCHIVO

Algo funciona mal dentro del cerebro de la humanidad y por tanto necesitamos urgentemente un chequeo, algo así como una resonancia magnética colectiva; eso, al menos, es lo que piensa Cristian Mungiu. “Hay muchas evidencias de que estamos enfermos”, afirma a modo de confirmación. “La guerra en Ucrania, por ejemplo. ¿Cómo es posible que, de la noche a la mañana, los rusos sean capaces de empezar a violar, torturar y masacrar a personas que hablan más o menos su mismo idioma, que escuchan la misma música, que ven los mismos programas de televisión? ¿Y cómo es posible que eso no les cause un cortocircuito ético?”

Conversar con el cineasta rumano puede dejarle a uno tan mal cuerpo como sentarse frente a cualquiera de sus películas. 4 Días, 3 Semanas y 2 Días (2007), que le proporcionó la Palma de Oro del Festival de Cannes, contempla un pavoroso aborto clandestino en la era del dictador Ceaușescu; Más allá de las colinas (2012) escenifica un delirante exorcismo con el fin de denunciar el fanatismo religioso; Los exámenes (2016) es un retrato de corrupción sistémica y endémica.

“Uso mi trabajo para penetrar en los rincones oscuros de la sociedad, y arrojar luz sobre la suciedad que se acumula en ellos”, reconoce el director, y su nueva película es otra traducción casi literal de esas palabras en hechos. Su título, R.M.N., alude a lo que los rumanos conocen como Rezonanta Magnética Nucleara y cuya traducción al castellano es más bien obvia, y su asunto es otra prueba más de esa disfunción mental comunitaria de la que hablábamos: la xenofobia.

A través de ella, Mungiu nos traslada a Transilvania, región que funciona a modo de mosaico étnico y donde se hablan indistintamente el rumano, el húngaro y el alemán; concretamente, en un pueblo aparentemente pacífico que degenera en un caos en la empresa panificadora local contrata a unos trabajadores de Sri Lanka; el racismo que solían reservar a la comunidad gitana se redirige rápidamente a los recién llegados.

“Quiero enfatizar que la película está basada en un hecho real”, afirma el director. “La jefa de una empresa estaba buscando nuevos empleados, pero no los encontró en los alrededores porque muchos de los habitantes de la región han emigrado para trabajar en Europa Occidental. Cuando llegaron los esrilanqueses, los lugareños reaccionaron con furia e incluso con violencia. Al final, nadie quería comprar pan y los migrantes tuvieron que ser alojados en otras localidades por motivos de seguridad”. En otras palabras, un lugar compuesto de diferentes minorías reacciona con brutal intransigencia ante la llegada de otra.

El director de cine Cristian Mungiu recogiendo la Palma de Oro en Cannes, junto a Jane Fonda.

El director de cine Cristian Mungiu recogiendo la Palma de Oro en Cannes, junto a Jane Fonda. / ARCHIVO

En cualquier caso, y pese a lo que las siglas R.M.N. puedan también sugerir, la película no habla solo de Rumanía. “También habla de las relaciones entre sunitas y chiítas, entre hutus y tutsis, entre blancos y negros, entre ricos y pobres, entre pequeños y grandes”, matiza Mungiu. “Su tema central es el animal que anidamos en nuestro interior. Basta con rascar ligeramente la superficie humana para que afloren la ferocidad y ese instinto de supervivencia cuya manifestación más obvia es el egoísmo. Si ahora mismo se produjera un incendio, yo me apresuraría a la salida para salvar mi propio pellejo. Como todos, pienso primero en mí mismo y mi familia, posteriormente me preocupo por otros allegados y miembros de mi tribu y por último, tal vez, me acuerdo del resto”.

Ese mecanismo, añade, se intensifica en tiempos de incertidumbre como el que vivimos. “Actualmente, muchos padres tratan de inculcar a sus hijos la creencia en que tendrán que luchar por sus vidas, y que todos los demás son un enemigo potencial. Está claro que esa no es una buena base sobre la que construir la sociedad del futuro”. 

Un fotograma de 'R.M.N.'.

Un fotograma de 'R.M.N.'. / ARCHIVO

En algunas escenas de R.M.N., los personajes parecen expresarse usando citas textuales de discursos como los que pronuncian los representantes de Vox en España, la ultraderechista francesa Marine Le Pen o la Primera Ministra italiana, Giorgia Meloni. “Los populistas apelan directamente a esos instintos básicos, e internet rebosa ideas racistas”, lamenta Mungiu. “En realidad, el populismo es un efecto secundario perverso de la democracia, porque en un sistema democrático no se puede prohibir que la gente exprese ciertas ideas, por perniciosas que resulten. Y, aunque esperamos que cada ciudadano tenga opiniones formadas y documentadas a base de investigación, muchos de ellos carecen de los ingresos y la educación suficientes para llevar a cabo ese proceso”. Eso, ojo, no significa que el director rumano defienda el freno a la libertad de expresión. “Claro que no. Puedes hacer que el otro cierre la boca, pero su forma de pensar no cambiará. La única solución es escuchar argumentos de distinto signo, intercambiar pensamientos, reflexionar sobre la validez de las ideas ajenas y, muy importante, sobre la de las propias”.

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