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Aventureros fracasados, entre el heroísmo y la hilaridad

El periodista y escritor Bruno Léandri rinde un homenaje a aquellos aventureros que, con más entusiasmo que medios y suerte, protagonizaron algunas de las expediciones más delirantes y con peores resultados de la historia

El explorador Robert Falcon Scott.

El explorador Robert Falcon Scott.

"Todo el mundo habla de los ganadores. A nadie le atraen las historias de perdedores porque piensa que son menos gloriosas o menos interesantes", comenta Bruno Léandri, escritor francés que muestra una especial atracción hacia unas historias fallidas que, en su opinión, "presentan momentos más increíbles que las de éxito. A veces son demasiado tristes o insoportablemente horribles; en otras ocasiones son completamente absurdas o realmente divertidas, pero tanto en unos casos como en otros, soy de los pocos que las cuenta".

Colaborador de las míticas revistas Fluide Glacial y Hara-Kiri, de la cadena de televisión Arte, animador de hotel, periodista y escritor, Bruno Léandri acaba de publicar Los fracasados de la aventura (Errata Naturae, 2022), una recopilación de hazañas ilustradas por el artista David Sánchez y cuyo principal nexo de unión es que, por una u otra razón, todas fracasaron.

"Algunas de estas historias proceden de la cultura general. Por ejemplo, mucha gente conoce la expedición de Robert Falcon Scott al Polo Sur. Además, cuando se habla de las hazañas de los ganadores también se suelen incluir algunas referencias sobre los perdedores, o los desafortunados predecesores, que aportan pistas a la hora de buscar otros libros, artículos o reportajes de televisión que hablen de ellas y, por supuesto, a la hora de encontrar estas historias también cuenta mucho la casualidad", comenta Léandri, que llama la atención sobre la variedad de perfiles y orígenes de los protagonistas de sus historias.

"Puedes encontrar proyectos descabellados en cualquier país del mundo. La diferencia es que en algunos de ellos existen libros, periódicos y otros medios que recogieron esas hazañas. Lo mismo sucede con los perfiles de los exploradores. Proceden de todas las clases sociales y profesiones. En ocasiones se trata de individuos muy locos, en otras son personas razonables. Solo hay una cosa que es constante: el género. Todos los ejemplos del libro son hombres y no sé por qué, porque hay muchas mujeres aventureras, pero ninguna en la galería de los fracasos épicos".

De la mala suerte a la arrogancia


El desarrollo de la industria y los medios de transporte motorizados, como los aviones, los barcos y los trenes a lo largo del siglo XIX, fueron un aliciente para que muchos de esos aventureros emprendieran sus expediciones de reconocimiento o cartografía. Esta tendencia continuó durante el siglo XX e incluso en el XXI, aunque, al no quedar tierras desconocidas por descubrir o cumbres vírgenes por conquistar, los objetivos fueron otros. Por ejemplo, batir récords de vuelo, de navegación, de altura… En definitiva, expediciones de diferente naturaleza a las de sus predecesores, en las que ya no era tan relevante la ciencia o la utilidad pública de los descubrimientos como satisfacer el ego de sus protagonistas que, en muchos casos, fracasaron justamente por exceso de vanidad.

"En el libro se pueden encontrar muy diferentes tipos de fiascos. Desde la simple mala suerte hasta la estupidez más absoluta, pasando por la improvisación total, la ignorancia profunda o la arrogancia ridícula", explica Léandri, que recuerda la experiencia de la expedición de Franklin en el Polo Sur de 1845, fracasada porque los protagonistas despreciaron los conocimientos de los nativos de la zona respecto al clima del lugar.

"Muchos de estos fracasos tuvieron su origen en la certeza de que el hombre occidental y su tecnología eran más poderosos que la naturaleza en cualquier circunstancia. La consecuencia de ello fue el desprecio de las técnicas y conocimientos indígenas que, en último término, fue la mejor manera de ir a la catástrofe", confirma Bruno Léandri que, a pesar de los desastrosos finales de las historias que recoge en Los fracasados de la aventura, considera que "todas las experiencias, tanto las mejores como las peores, y por pequeñas que sean, son de algún modo útiles para la humanidad", opinión que refrenda eligiendo tres de sus historias favoritas. "Me gustan especialmente las historias de Scott en el Polo Sur, porque es un ejemplo de arrogancia occidental y fe ciega en la técnica. De hecho, aunque no mereciera triunfar, por sus sufrimientos y los de sus compañeros habrían merecido al menos volver con vida. También me gusta la historia de L’abbé Le Gentil, que tuvo el récord absoluto de desgracias de toda la historia y, por último, la del general Laperrine, oficial francés de los inicios de la aviación que murió en el accidente de su avión en África, sirviendo de airbag al mecánico y convirtiendo su fallecimiento en una tragedia de humor negro muy divertida". Profundizamos un poco en cada una de esas historias.

L’abbé Le Gentil y las nubes que frustraron su éxito (1761)

Hombre de iglesia, el sacerdote Guillaume Le Gentil de la Galasière colgó los hábitos para dedicarse a la astronomía. Mientras prestaba sus servicios en el Observatorio de París, el rey Luis XV le encargó documentar el tránsito de Venus, fenómeno protagonizado por el planeta con una curiosa periodicidad: 112 años, luego ocho, más tarde 105 y después ocho para, a continuación, volver a dar paso a otros 112 años y así sucesivamente. Para cumplir su encargo, Le Gentil se desplazó a Pondycherry, en la costa oriental de la India, justo cuando el lugar fue atacado por los ingleses. Ante la imposibilidad de desembarcar en el lugar, Le Gentil tuvo que conformarse con ver el fenómeno desde el navío que le transportaba. Decepcionado, decidió no regresar a Francia y esperar ocho años el siguiente paso de Venus, previsto para el 3 de junio de 1769. Sin embargo, llegado el día, el cielo apareció completamente nublado y la observación del fenómeno resultó imposible. Ni que decir tiene que no pudo asistir al siguiente tránsito de Venus previsto para más de un siglo después.

Mucho equipo y pocas nueces en la expedición de Scott (1912)

Justo cuando Robert Scott decidió explorar el Polo Sur, se enteró de que un noruego quería hacer lo mismo desde el otro lado del continente antártico. Sin embargo, el inglés continuó su aventura convencido de que el tal Admunsen no tenía posibilidades de éxito. Mientras que él llevaba tractores, caballos y todo tipo de material para soportar temperaturas de más de cincuenta grados bajo cero, el noruego apenas iba pertrechado con trineos y perros. Sin embargo, a bajas temperaturas, tanto material resultó inútil. Los tractores se congelaron, los caballos murieron y aunque Scott continuó la travesía sin desfallecer, cuando llegó al polo Sur, se encontró que Admunsen ya había plantado la bandera Noruega.

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Una imagen real de la expedición de Scott. Él es el del centro, de pie.. / The Scott Polar Research Institute, Cambridge University


El vuelo sin asiento propio del General Laperrine (1920)

Durante una expedición francesa de reconocimiento aéreo de la zona del Sáhara, el general François-Henry Laperrine se vio en la tesitura de compartir avión con el piloto y un mecánico, con el problema añadido de que el aparato era un biplaza. Para resolver la situación, Laperrine decidió que el piloto ocupase su asiento, el mecánico el suyo y que él se sentaría sobre sus rodillas. Las inclemencias del tiempo provocaron que el piloto errase la ruta y tuviera que realizar un aterrizaje de emergencia en el que Laperrine amortiguó el impacto que sufrió el mecánico. Mientras que este apenas sufrió algunas contusiones, el general fue gravemente herido. Quince días después del accidente, Laperrine falleció y sus compañeros, sin víveres y agotados por las temperaturas extremas, planearon hacer uso de sus pistolas para poner fin a sus vidas. Sin embargo, cuando iban a llevar a cabo esa decisión, escucharon a lo lejos el berrido de un camello. Después de llamar la atención de la caravana de rescate disparando esas mismas pistolas con las que pretendían acabar con sus sufrimientos, fueron salvados.

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