Opinión | CULTURA

La venganza y la culpa

En su discurso de aceptación del Nobel, Annie Ernaux se desquita como mujer, como escritora y de su complejo de clase

La Nobel de Literatura Annie Ernaux.

La Nobel de Literatura Annie Ernaux. / Francesca Mantovani - Editions Gallimard

Dicen que la venganza no es buena, y no lo es por definición porque tiene su origen en un daño infringido que hubiera sido mejor evitar. No es raro que se transforme en una obsesión y muy a menudo convierte a la víctima en victimario, con lo que la rueda gira y gira interminablemente. Pero hay venganzas exquisitas, como la que se ha cobrado la escritora francesa Annie Ernaux.

Imagino a la flamante Nobel avanzando en la escritura de La vergüenza o Los armarios vacíos y reviviendo los tragos amargos de la infancia y la adolescencia. Annie Ernaux, hija de unos sencillos tenderos de provincias, empezó a renegar de ellos en la escuela privada en la que la matricularon y donde tenía como compañeras a pequeñas y perfectas burguesitas.

Los padres de Annie querían para ella una vida mejor, pero no tenían grandes aspiraciones. Ella misma, de pequeña, se ilusionaba imaginando llegar a ser mecanógrafa y andar sobre unos bonitos tacones.

Sus profesores y las colegialas le hicieron ver la zafiedad que había en una clase social, una familia y un modo de vida que hasta entonces nunca se había cuestionado. Por venganza, más que por inquietud académica, se convirtió en la mejor alumna de la clase. La niña tomó conciencia de una parte de la realidad que desconocía y al hacerlo perdió el paraíso de sus primeros años; experimentó la humillación y se le despertó la vergüenza; negó y se negó sus orígenes y se cubrió de culpa.

De eso están hechos los libros de Annie Ernaux, y de muchas más cosas. De la vulnerabilidad a la que están expuestas las mujeres, por supuesto, y del deseo, los celos...

Escribe de ello, de todo, sin hacerse ninguna concesión. Ni se disculpa ni se recrea. Su estilo y, más que su estilo literario, su forma de enfrentarse al mundo y a sí misma es un cuchillo afilado, como afilada es la revancha que se ha tomado.

Annie Ernaux recibió el premio Nobel de Literatura, tres días antes leyó ante la Academia Sueca su discurso de aceptación, articulado a partir de una idea: la venganza.

La escritora francesa contó que hace 60 años, recién entrada en la veintena, consignó en su diario íntimo una frase que atraviesa su literatura: "Escribiré para vengar a mi raza". Por raza entiende Ernaux algo que no tiene que ver tanto con la biología como con la justicia. Ella declara, reconciliada por fin con sus orígenes, pertenecer a una raza de campesinos sin tierra y de pequeños comerciantes, ignorantes y despreciados. Sabe que su literatura de poco les sirve a los que ha dejado atrás. Ella, una tránsfuga social, contó con la capacidad, el talento y la confianza de unos padres que se sentirían superados con el éxito de su hija.

Annie Ernaux también se declara miembro de la raza de las mujeres y de las mujeres escritoras. También se desquita por ellas.

Imagino ahora a la escritora avanzando en la redacción de su discurso, recordando a las muchachitas con las que compartió colegio, quizá no sepa ni le importe que fue de ellas –casi con seguridad habrán tenido una vida mucho más convencional– y paladeando su revancha, libre de culpa.