ARTE

'La hora del gallo', el amanecer de Los Bravú

La pareja de artistas celebra sus 10 años de trabajo en común con una exposición en la que están presentes muchos de los elementos que conforman el universo Los Bravú, como los cómics, los mitos clásicos, los elementos simbólicos y las referencias pop

Dea y Diego, en su taller de Madrid.

Dea y Diego, en su taller de Madrid. / ALBA VIGARAY

Hace ya 10 años que Dea Gómez (Salamanca, 1989) y Diego Omil (Pontevedra, 1988) comenzaron a colaborar juntos bajo el nombre de Los Bravú, término gallego que hace referencia al olor animal. Entre 2012 y 2022, esta pareja de artistas ha publicado fanzines, cómics, ha dirigido espectáculos de danza, ha realizado esculturas, murales en espacios públicos y ha desarrollado una prolífica obra pictórica figurativa, en la que confluyen el academicismo, los mitos clásicos, elementos simbólicos y objetos cotidianos.

"A la gente le sorprende que trabajemos juntos, sin darse cuenta de que en otras artes, como el cine o el teatro, se trabaja en colaboración o que ya antiguamente los pintores trabajaban en talleres junto a otros pintores. En nuestro caso lo hacemos porque el proceso es más divertido. Hablamos mucho, porque verbalizar las cosas ayuda a aclarar las ideas, y al final llegamos a puntos en común que hacen que nuestra forma de trabajar sea como una batidora de conceptos o estilos muy diferentes y que funcionan muy bien en el cuadro. Además, esa variedad de estilos es lo que permite que posteriormente no se identifique la mano de cada uno en las obras", explican Los Bravú como una sola voz.

Antes de tomarse unas merecidas vacaciones para descansar y preparar futuros proyectos, como una exposición en Nueva York, Dea Gómez y Diego Omil acaban de inaugurar su nueva exposición, que permanecerá abierta en la sede madrileña de la Galería Yusto/Giner hasta el 18 de enero y que lleva por título La hora del gallo.

Hace ya 10 años que Dea Gómez y Diego Omil comenzaron a colaborar juntos bajo el nombre de Los Bravú.

Hace ya 10 años que Dea Gómez y Diego Omil comenzaron a colaborar juntos bajo el nombre de Los Bravú. / ALBA VIGARAY

"Elegimos ese nombre porque todo sucede entre las cinco y las siete de la mañana. Es por esa razón por lo que predomina el azul, un color que nos ayudaba a transmitir sensaciones como el frío, la humedad, un poco de nostalgia o melancolía”, comentan Los Bravú sobre unas piezas visualmente muy potentes pero tan repletas de significado y posibles lecturas que, en ocasiones, sorprenden hasta a sus propios autores.

Durante el curso 2016/2017, Los Bravú disfrutaron de una beca en la Academia de España en Roma. Situada en San Pietro in Montorio, una de las siete colinas de la ciudad, el edificio acoge en su interior un pequeño templete de estilo renacentista erigido por Bramante, en el lugar exacto en el que fuera crucificado San Pedro, quien pidió ser colocado cabeza abajo para intentar expiar la culpa de haber negado a Cristo tres veces antes de "la hora del gallo". Más polen.

"No habíamos reparado en esa referencia, pero es cierto que la muestra también juega con una especie de violencia contenida y que el gallo está relacionado con las tres negaciones previas a la gran pulsión del relato cristiano. Por otra parte, la estancia en Roma fue una experiencia clave para lo que estamos haciendo actualmente. Fuimos a la Academia de España con una beca de cómic. Sin embargo, una vez allí decidimos cambiar porque el proyecto nos estaba llevando hacia otro lado. Teníamos un taller estupendo, estábamos rodeados de artistazos que adorábamos y la dirección de la Academia, que es una maravilla, nos permitió hacer ese cambio porque entendieron que ese proyecto tenía que sea así. Roma fue la ocasión perfecta para pasar del cómic a la pared. Fue todo muy natural y funcionó tan bien, que nos enganchamos".

Durante el curso 2016/2017, Los Bravú disfrutaron de una beca en la Academia de España en Roma.

Durante el curso 2016/2017, Los Bravú disfrutaron de una beca en la Academia de España en Roma. / ALBA VIGARAY

Obras incompletas

La hora del gallo contiene muchos de elementos de trabajos anteriores de Los Bravú, especialmente de cómic, como Toreromaus o La Furia, que hacen que, si bien las piezas tienen sentido por sí mismas, ofrecen una lectura más compleja dentro del espacio de la galería.

"Casi hemos vuelto al origen, a cuando hacíamos novelas gráficas. Aunque en la exposición no existe una narrativa como tal, porque no hay una pieza que comience la historia y otra que la acabe, sí hay una conexión entre todas ellas que genera un universo, un ambiente. Aprovechando que en esta ocasión teníamos más tiempo que en otras exposiciones, trabajamos viendo el espacio de la galería y decidiendo de antemano dónde iban a estar los cuadros en la sala. Como es un espacio que está muy abierto a la calle y se ve desde fuera, decidimos colocar al fondo dos cuadros que son más grandes de los que solemos hacer habitualmente. También fuimos al museo del Prado para ver algunas pinturas y, como no solo nos gusta el debate sobre la alta o baja cultura, sino hacer una reivindicación de ese tipo de posicionamientos, la exposición comienza con un neon de un tribal que, en la oscuridad de la sala, potencia el azul del conjunto".

No nos gusta ser obvios, ni tener un discurso cerrado que obligue al espectador a ver lo que nosotros vemos

Además del espacio, las visitas al Prado y las discusiones sobre arte y artesanía, en la producción de las obras que conforman La hora del gallo ha jugado un papel muy importante el entorno cercano de Los Bravú. Amigos y familiares que han podido ver las obras antes de que se mostrasen públicamente y que han ayudado a los artistas a pulir aquellos detalles no acababan de funcionar.

"Mientras hacíamos los cuadros invitábamos al estudio a nuestros amigos. Algunos de ellos son personas formadas en filosofía, otros son expertos en arte y otros son, sencillamente, personas que tienen aprecio por las cosas. Ellos nos daban su opinión sobre lo que creían que fallaba y nosotros fuimos arreglando esos detalles. En el fondo, trabajamos para nosotros, para nuestros amigos y para todo aquel que quiera entender nuestra obra porque nuestras piezas, incluso formalmente, son un poco incompletas y necesitan del ojo del que mira para acabarse. No nos gusta ser obvios, ni tener un discurso cerrado que obligue al espectador a ver lo que nosotros vemos, sino que preferimos generar nuevos puntos de vista. En ese sentido, el relato de La hora del gallo se acabará según los conocimientos, las inquietudes o las preocupaciones que tenga el que esté mirando las obras".