ENTREVISTA

Alejandro Roemmers, empresario y escritor argentino: "Superé la depresión y me puse a escribir a partir de 'El Principito'"

Narrador y multimillonario, amigo del Papa Francisco, Alejandro G. Roemmers acaba de publicar 'Morir lo necesario' (Grijalbo), una historia sobre droga y corrupción ambientada en Buenos Aires.

Alejandro Roemmers, en el Hotel Mandarin Oriental Ritz de Madrid.

Alejandro Roemmers, en el Hotel Mandarin Oriental Ritz de Madrid. / Alba Vigaray

Juan Cruz

Juan Cruz

Escritor, multimillonario, o viceversa, debe su fortuna a la empresa farmacéutica de su familia, aunque a esa aventura le han seguido otras que lo llevan por todo el mundo, supervisando sus negocios o creando otros nuevos. En España, donde vivió, precisa, en “los años peligrosos” (entre 1973 y 1977) de la guerrilla (ERP y montoneros), también tiene intereses que, por ejemplo, lo ocupan en el universo de lujo de los automóviles de diseño, para los que busca acomodo en un museo. 

Con uno de sus libros, El regreso del Joven Príncipe, publicado en 2008, y traducido, según reza su biografía, a más de treinta idiomas, ha vendido tres millones de ejemplares. No es un buen lector, concede, así que lo que escribe (escribe poesía, la recita cuando hablamos con él) es lo que le va viniendo de su inspiración, sin otro objetivo que hallar la paz o de darla. En su país, Argentina, ha recibido numerosas condecoraciones o premios que, para su edad (nació en febrero de 1958), enunciarían la biografía de un hombre más veterano. 

Este importante ciudadano, autor de Morir lo necesario (Grijalbo), es Alejandro G. Roemmers. Anuncia que está escribiendo actualmente la que probablemente sería su última novela. Es alto y cordial, no se resiste a ninguna pregunta, aunque responde a veces con el estilo poético con el que se defiende de las concreciones. Su novela, que aún no le ha enviado al papa Francisco, con quien comparte una gran amistad, es una historia que tiene raíz real y que contiene bullying, droga y corrupción en ambientes bonaerenses que no excluyen la realidad que él ha escuchado a quienes la vivieron. 

Hablamos en el hotel Ritz de Madrid, donde se alojaba el pasado 24 de octubre, el día en que presentó ante un gentío la novela reseñada. En esa conversación nos dijo, para empezar: “Yo no soy un escritor profesional, pero siempre me sentí poeta. Desde los ocho años empecé a escribir poesía. Lo que pasó luego es que hice un gran cambio en mi vida y mucha gente me dijo ´tienes que contarlo`. Estaba siempre melancólico, triste y de pronto todo el día contento y…"

P. ¿Y cómo le ha cambiado escribir?

R. Eso es lo que te iba a contar. Decidí hacerles caso a quienes me dijeron que contara lo que me había pasado y dije bueno, voy a contar el proceso interior en conexión con El Principito, de Saint-Exupéry. Yo había leído ese libro de chico y había sentido que yo era ese personaje. Bueno, superé el desaliento, la depresión y cuando ya me sentí seguro de que era feliz, me puse a escribir. Tenía cuarenta y pico y…

P. ¿Y no vuelve nunca ese desaliento?

R. No. Yo hice un proceso interior, leí todos los libros de autoayuda que te puedas imaginar y…

P. ¿Y le ayudaron?

R. Sí. Todos me ayudaron.

P. ¿Qué fue lo que le ayudó más?

Un curso que se llamaba Ecología humana. Es algo que dice: mirá, hoy todo el mundo dice que hay que ocuparse de los animales, del agua, de los peces, del medioambiente…, pero hay que ocuparse del ser humano. Porque si el ser humano no está bien, después destruye todo. Si el ser humano está bien, conservará su medio ambiente. Entonces me concentré en eso, descubrí cosas y vi que tenía que ir purificándome. Una de las cosas de las que me di cuenta es que yo tenía que pasar de la cabeza al corazón. Y eso me llevó diez años. 

P. ¿Ahora dónde está?

R. En el corazón.

P. ¿Y la cabeza no le reprocha lo que quiere el corazón?

R. No. La cabeza la necesitas para concretar cosas, pero si no sientes la vida… Yo era muy bueno en muchas cosas, pero no estaba feliz. Entonces dije: hay que vivir la vida con sentimientos, no con objetivos. Una vez, en una charla con un terapeuta, conté que yo lograba lo que me proponía pero que no le encontraba el sentido a la vida. Y él me dijo: si vos sintieras más en todo momento, no te importaría a dónde vas. Si vos estás con la persona que a ti te gusta, en tu automóvil favorito, en una linda carretera, ¿te importa si vas a Viena o a París? Le dije que no. Me dijo: pues lo mismo pasa con la vida. Si la estás viviendo con todo tu interés, con toda tu conciencia, no es tan importante si vas allá o para otro sitio. Y eso me cambió todo. Porque yo vivía más en el futuro, todo el tiempo planificando, ¿viste? Pero descubrí que hay que sentir cada momento, con toda conciencia. Con conciencia uno vive con mucha más profundidad. Así le sacas el jugo a cada momento. 

P. Pero usted sigue planificando. Yo he venido a hacerle una entrevista y me han dicho cuántos minutos tengo.

R. Sí. Pero esta media hora es tuya, solo estoy para ti. A eso me refiero. Lo importante es que ahora mismo no hay nada más importante que tú.

P. Sí. Pero eso influye para que yo esté mirando el reloj. Me golpea la conciencia: sé que no puedo quitarle más tiempo. 

R. No. Olvídate del reloj. Alguien vendrá a la media hora y nos dirá que debemos terminar.

En cuanto a la literatura, ser empresario me ha perjudicado siempre. Porque los escritores tienen prejuicios. Dicen: cómo un empresario va a escribir"

P. El dinero y el poder, ¿cómo afectan, para bien o para mal, a su literatura? 

R. El dinero es una energía. Si la usas bien, maravilloso. Y cuanta más energía tengas, mejor. En cuanto a la literatura, ser empresario me ha perjudicado siempre. Porque los escritores tienen prejuicios. Dicen: cómo un empresario va a escribir. Mario Vargas Llosa mismo lo dijo al presentarme esta novela. Dijo: “Alejandro Roemmers es uno de los raros casos en los que convergen dos facetas que parecen contrapuestas, empresario y escritor, que él desarrolla con éxito”. 

P. El principio de su novela recuerda a 'Un mundo para Julius', de Bryce Echenique…

R. Como no leo mucho, no te puedo decir si sí o si no. 

P. Luego hay otra parte que es más violenta, que se parece a 'La ciudad y los perros', de Vargas Llosa. Me pregunto si usted graduó ambas zonas literarias: el enamoramiento y el mundillo de las drogas. 

R. Primero algo breve. Después de El regreso del Joven Príncipe, los editores me pedían otro libro y yo pensé qué hacer. Un día me desperté con esa historia y me dije “la voy a escribir”, e hice una novela. Luego llegó la pandemia, estuve cuatro meses en mi finca, en Córdoba, en la montaña, sin cosas que hacer y… decidí escribir. O sea: es la primera novela que yo decido escribir. Lo que no quise hacer es un thriller de sucesos policiales. Yo quería hacer que las personas tomaran conciencia sobre algunas cosas. Entonces, esa mezcla es para generar interés. Lo que quise mostrar es esto: "la calidad de tu vida va a depender mucho de la calidad de tus relaciones humanas". Los destinos de las personas se juegan en esos vínculos. Son cosas que yo he visto de cerca, que son reales, no me pasaron a mí. 

P. La novela tiene que ver con la amistad, con el amor, con la droga y con el dolor.

R. Y con la corrupción.

P. Y con la corrupción. De todos esos elementos, ¿cuál es el que más le ha dolido escribir? 

R. Lo de la droga. Porque he visto sus estragos en personas cercanas. Después… me duele la corrupción. Pero no tanto el hecho del dinero que alguien robe, sino que la corrupción propicia una desconexión de los políticos con los votantes, creen que todos son ladrones. Es decir: esa idea corroe a la democracia. La gente ya no piensa en que los políticos gestionan para el bien común. O no confía en las licitaciones públicas porque dice: para qué, si se lo van a dar al amigo de tal o cual político. Hay una desmotivación. Después está el caso del padre que se encuentra una red de corrupción y va a denunciarla, pero resulta que el que la denuncia era el que estaba al frente del entramado y queda mal, lo rechazan, su mujer se enferma… en fin: hay un desastre familiar. 

De chico yo era un raro: yo leía, pero todos veían el fútbol y la telenovela, tomaban y yo no, fumaban y yo no. Sufrí bullying porque estuve en un colegio de grandes apellidos y yo era el mejor alumno del curso, me diferenciaba y me molestaban".

P. ¿Le ha costado contar algo así?

R. No. Lo que me costó un poco fue el tema de la heterogeneidad del ser humano en cuanto a sus elecciones afectivas o el tema del bullying. De chico yo era un raro: yo leía, pero todos veían el fútbol y la telenovela, tomaban y yo no, fumaban y yo no. Sufrí bullying porque estuve en un colegio de grandes apellidos y yo era el mejor alumno del curso, me diferenciaba y me molestaban. A los 60 años, aquí en España, donde muchos nos exiliamos, invité a mis compañeros a celebrar el fin de curso, porque nunca lo habíamos hecho. Lo que más me importaba era que vinieran aquellos con los que no había tenido buena relación y nos dimos grandes abrazos y ellos se disculparon, a su manera, y… 

P. La novela tiene episodios de 'bullying' y de homosexualidad juvenil y de reyertas provenientes de la adicción a las drogas. En esa realidad, ¿dónde se reconoce?

R. Bueno, en diferentes cosas. Pero esa realidad la veo a diario. Es lo que hay hoy. Por otro lado, hay un avance en cuanto a la aceptación del otro. He contado todo eso porque, simplemente, quería ser realista. No me detuve en alargar ciertas cosas y una crítica que me han hecho mis editores es que no hablo mucho de sexo. Pero es que no es importante detenerme en eso para hacer las reflexiones que escribo. No lo evito, pero tampoco lo exploto. Además, como son cosas que no me han pasado a mí, pues… tampoco podía decir mucho. A mí me interesaba abordar, por ejemplo, cómo se encara una relación, con corazón y profundidad. Pero hay veces en que usamos a las personas y luego las desechamos. Y con las personas no se puede jugar como se juega con las cosas. También odio eso de estos son los buenos y estos son los malos. Yo creo que siempre hay una escala de grises. El hecho es la última consecuencia de una serie de factores y lo que necesitamos es ser conscientes de cómo se llegó a esos hechos. Por ejemplo, hoy: ¿por qué están en guerra Rusia y Ucrania? Pues si vas para atrás, descubres una cadena de responsabilidades. 

P. Ha vendido mucho sin hablar tanto de sexo, como les gustaría a sus editores. ¿A qué lo atribuye usted?

R. La de El regreso del Joven Príncipe es una novela espiritual y en esta bajé a la realidad. Este es un libro aplicable a la realidad argentina, pero se puede aplicar a muchos lugares. 

Roemmers acaba de publicar 'Morir lo necesario' (Grijalbo).

Roemmers acaba de publicar 'Morir lo necesario' (Grijalbo). / Alba Vigaray

P. Supongo que le habrá mandado a su amigo, el papa Francisco, un ejemplar del otro libro. ¿Y de este?

R. Bueno, el Papa sabe de todo, porque él era muy de la calle, no vivía aislado, viajaba en transporte público y supongo que tiene mucho más claro todo lo que cuento aquí. Ahora tengo un musical en Buenos Aires inspirado en El regreso del Joven Príncipe, pero modificado para incluir la temática actual de los influencers, la adicción a las pantallas del móvil y los haters, donde la gente sale muy emocionada de cada función, con ganas de ser mejor persona. Y yo creo que lo espiritual es mi fuerte.

P. Pero ahora ha contado esto.

R. Sí, porque estábamos en pandemia y un amigo me contó este caso y… resonaba en mi mente y dije: lo voy a escribir. 

P. ¿Quién de todos de los que aparecen el libro es ese amigo?

R. Facundo. Pero solo en parte, porque no está contado exactamente igual. Él es el que iba en la bicicleta, entra con Miguel en una fábrica abandonada y la policía los detiene, a uno van a sacarlo de la cárcel y al otro lo dejan tres días ahí. Luego resulta que el padre sufre la injustica por denunciar un caso de corrupción y le destruyen la vida y… me conmovió la historia y lo escribí.

P. ¿Qué es lo que más le ha impresionado de la vida que lleva?

R. A mí… lo que más me gusta hacer es cumplir los sueños de otras personas. Lo hago casi todos los días desinteresadamente. Eso me da felicidad. A los 14 años escribí un poema que se llama Eternamente enamorado y sigo pensando y haciendo lo mismo. Amo a todos y en parte por eso escribo: para que alguien se sienta querido y para ver si le sirve a alguien lo que cuento y cambia algún comportamiento. Esa es la idea. ¿A ti te emocionó?