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El franquismo también empleó la censura para oprimir a las mujeres

La represión del régimen se cebó especialmente con las mujeres que sufrieron limitaciones en todas las facetas de su vida, incluidas la intelectual y creativa, independientemente de su adscripción política

Carmen Laforet, en una imagen de archivo.

Carmen Laforet, en una imagen de archivo. / EPE

te el franquismo, las mujeres sufrieron por lo menos tres formas de censura: la oficial, la autocensura y la censura de género", apunta Gabriela de Lima Grecco, autora junto a Sara Martín Gutiérrez de Mujeres de pluma. Escritoras y censoras durante el franquismo (Piedra papel libros, 2022), libro que analiza la censura desde la perspectiva de género a lo largo de las casi cuatro décadas de dictadura franquista.

"No es lo mismo el franquismo de los años 40, que era triunfalista, al de los años 50 o el de los 60. Además, las personas que trabajaron como censores en los 40 no fueron las mismas que las de dos décadas después, por lo que, como en cualquier proceso histórico, en esos 40 años pasaron muchas cosas. Hubo cambios sociales, cambios en las regulaciones y cambios en el criterio de las personas funcionarias que trabajaban ahí", explica Sara Martín Gutiérrez.

"Cuando una de las familias del régimen, como la católica o la falangista, tenía más fuerza, la censura cambiaba y se decantaba hacia ese lado, lo que hacía que fuera más moral o más política", comenta Gabriela de Lima Grecco, que fija el cambio más relevante en materia de censura en la década de 1960. "La conocida como Ley Fraga hizo que la censura pasase de ser previa para ser a posteriori. A partir de entonces, los editores no tenían que enviar su obra para ser evaluada por un censor, pero si publicaban algo que fuera considerado posteriormente transgresor, podían incluso ir a la cárcel. Por tanto, la estrategia más utilizada a lo largo de todo el franquismo fue la autocensura".

A pesar de que esas restricciones estaban recogidas en las normas franquistas, el hecho de que la censura sea una cuestión subjetiva que depende en último término del criterio, capacidad o la buena voluntad del censor, siempre hubo obras que fueron aprobadas sin que nadie pueda explicar muy bien el porqué. Por ejemplo, libros de la editorial CIS que hablaban de la historia del movimiento obrero o Nada, de Carmen Laforet, un título que para los censores resultó anodino y sin interés, en buena medida, por haber sido escrito por una mujer. "El hecho de que las mujeres fuesen vistas como personas intelectualmente inferiores podía jugar a favor en estos casos. Los censores no concebían a las mujeres como seres pensantes con posiciones críticas sobre la realidad social y política española, y mucho menos si hablamos de una chica de 22 años, como fue el caso de Carmen Laforet", recuerda De Lima Grecco.

Domesticadas y excluidas

Según el sociólogo francés Pierre Bordieu, un grupo social solo existe en la medida en que es reconocido y revelado en una tradición histórica o literaria. En consecuencia, la determinación de aquellos textos que se consideran "clásicos" en el seno de una comunidad, implica dejar fuera aquellos otros que no encajan dentro de ese canon cultural. En el caso del franquismo, el canon era eminentemente patriarcal, por lo que los libros que se quedaron fuera de él fueron aquellos que estaban escritos por mujeres, colectivo sobre el que, además, ejercía un enorme control una organización liderada por mujeres adscritas al régimen: la Sección Femenina de Falange.

"En España se venía de los años 30 que, desde la óptica política, fue un momento de cierta libertad para las mujeres, que obtuvieron el derecho al voto y participaron en las instituciones. La sección femenina, sin embargo, buscaba disciplinarlas, estableciendo cuáles eran los roles socialmente aceptados para los hombres y para las mujeres", explica Sara Martín Gutiérrez, que no oculta la contradicción que, en ese sentido, suponía la propia institución. "Las líderes de la Sección Femenina eran solteras, viajaban sin el permiso de nadie porque estaban avaladas por el cargo que les daba la organización y hablaban en mítines, lo que les otorgaba un rol político que, en ese momento, estaba más vinculado a los hombres. Sin embargo, en esos mítines lo que divulgaban era el modelo de domesticidad, el cuidado de los hijos y la mujer como baluarte o estandarte que debía transmitir a sus descendientes los valores del régimen".

En todo caso, ni siquiera cuando formaban parte de la Sección Femenina, las mujeres tuvieron una situación igualitaria a la de los hombres, como demuestra el hecho de que, solo en contadas ocasiones, fueron aptas para formar parte del sistema de censura. "No hemos encontrado mujeres que tuviesen trabajo fijo como lectoras, el término utilizado por el gobierno para denominar a los censores. Solo en algunas ocasiones hubo mujeres que realizaban trabajos puntuales de análisis de libros infantiles", explica Gabriela de Lima Grecco, que pone como ejemplo de estas colaboradoras a las mujeres de la Acción Católica Española, cuyos perfiles, biografías, situación económica y posición social, no hay que olvidarlo, también estaban en consonancia con los valores del régimen.

Profesión deshonrosa

La situación de desigualdad y la represión vivida por las mujeres durante el franquismo marcó la carrera literaria de aquellas que quisieron dedicarse profesionalmente a la escritura. Considerada una actividad impropia de su género, muchas tuvieron que utilizar pseudónimos para preservar su identidad y no salpicar a sus familias con sus actividades literarias. Además, por su condición de mujeres, estas creadoras estaban excluidas de las tertulias literarias, de los premios, las instituciones culturales y, para poder publicar sus obras, debían, en muchos casos, modificar aquello que querían contar tanto en lo que se refiere al género literario como al contenido.

"Muchas mujeres preferían escribir sus libros con personajes masculinos en lugar de femeninos porque eso dotaba a la obra de mayor seriedad. Además de que tenía más posibilidades comerciales, porque una obra escrita por una mujer y con personajes femeninos podía ser vista como literatura solo para un público femenino, el hecho de que hubiera personajes masculinos facilitaba la aprobación de la censura, como sucedió con la obra de Eulalia Galvarriato, Cinco sombras", explica De Lima Grecco, quien también señala que había determinados géneros cuya aprobación por parte de la censura era más sencilla, independientemente de que la obra fuera escrita por un hombre o una mujer. "Durante el franquismo, el género literario por excelencia fue la novela. Supongo que la razón sería que, en una obra con formato más largo, era más difícil identificar algún matiz comprometido. Por otra parte, estudiando otros sistemas de censura, la poesía era un género que solía emplearse para la literatura clandestina ya que, por su formato más corto, su circulación era más sencilla de realizar".

La memoria histórica es una de las asignaturas pendientes de la democracia española. Después de más de 40 años, las instituciones no solo no han procedido a la reparación de las víctimas ni han procesado a los verdugos, sino que han dificultado iniciativas como la apertura de las fosas o la reivindicación de aquellos profesionales o creadores represaliados durante el franquismo, rechazando poner sus nombres a calles, bibliotecas o institutos públicos. Mujeres de pluma da un paso en la labor de reconocimiento y visibilización de esas creadoras para intentar recuperar todo lo perdido durante el franquismo.

"Es imposible saber todo el patrimonio cultural que se perdió con la censura. Muchas de las obras siguen censuradas en los archivos históricos. En el Archivo General de la Administración de Alcalá de Henares se encuentran, posiblemente, todas las obras que llegaron a las manos de la censura y que fueron o no aprobadas para su publicación. Es labor de los y las historiadoras rescatar este patrimonio censurado y, por ello, desconocido", concluye Gabriela de Lima Grecco.

'Mujeres de pluma'

Gabriela de Lima Grecco y Sara Martín Gutiérrez

Piedra Papel Libros

63 páginas | 6 euros

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