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Rutger Bregman: "Putin está cometiendo el mismo fallo que Hitler: bombardear la población civil eleva su moral"

Revisita la teoría del hombre bueno por naturaleza, que dice lo fue hasta que conoció la propiedad privada. Propone una renta básica universal, semana laboral de 15 horas y abolir las fronteras. Todo esto lo ilustra con muy serias investigaciones, estadísticas, episodios y relatos históricos, y mucha polémica. Estuvo en la Bienal de Pensamiento en el CCCB y hablamos de su último ensayo, “Dignos de ser humanos” (Anagrama). Bregman (Países Bajos, 1988) es investigador de la historia pero, sobre todo, un excelente comunicador: viene de casa con el titular hecho.

Rutger Bregman, historiador, investigador y ensayista.

Rutger Bregman, historiador, investigador y ensayista. / JOAN CORTADELLAS

P-¿La historia repite sus errores?

R-Lamentablemente, sí. Putin está cometiendo el mismo error de Hitler y Churchill: los estudios tras la II GM evidenciaron que los bombardeos de las ciudades habían elevado la producción y la moral de su población civil. Es la típica arrogancia de líderes narcisistas sin sentido del ridículo, una tendencia creciente hoy entre nuestros políticos a quienes yo llamo “supervivientes de la vergüenza”.

P-Bregman, ¿está usted seguro de ser un hombre bueno?

R-No soy un santo, obviamente, pero sí una persona decente, como la mayoría. Excepto una marginalidad de psicópatas que disfrutan viendo el sufrimiento de otros, los humanos deseamos contribuir al bien común, lo que no impide que seamos capaces de hacer cosas terribles y colocarnos en el lado equivocado de la historia. La pregunta más interesante que podemos hacernos hoy es: ¿qué dirá la historia de nosotros?

P-Pues adelante, ¿qué dirá la historia de nosotros?

R-Hemos progresado mucho en derechos sociales, pero persistimos en acciones terribles sobre las que no queremos reflexionar. Por ejemplo, las macro granjas, una de las mayores crueldades, un comportamiento psicópata que nos definirá en el futuro.

P-Si la civilización no es esa “fina capa de barniz sobre nuestra naturaleza salvaje” que sostienen los científicos, ¿qué es?

R-Es un callo bien grueso que se endurece aún más con la adversidad, es un profundo instinto de ayudarnos unos a otros, no es nada artificial sino esencial a nuestra naturaleza, y florece especialmente en las crisis.

Rutger Bregman, historiador, investigador y ensayista.

Rutger Bregman, historiador, investigador y ensayista. / JOAN CORTADELLAS

P-No parece que tal efecto haya tenido la pandemia, que convirtió a la mayoría en delatores y censores de sus vecinos: “policías de balcón” que además persisten en su actitud. ¿Una tentación demasiado jugosa, juzgar y penalizar al otro?

R-El logro de la humanidad durante la pandemia es impresionante comparado a lo que hubiera sucedido en otras especies animales. Billones de personas readaptaron radicalmente su forma de vida para evitar la propagación del virus, se hicieron tales sacrificios para proteger a los demás… Esto no evitó dinámicas incómodas como las que mencionas, conductas egoístas, pero eso es la excepción que recogen las noticias, no la conducta mayoritaria.

P-Bueno, yo le hablaba de la calle, y su argumento no me convence. Si las noticias son tan dañinas para el ser humano como sostiene (la droga más nociva y adictiva jamás inventada), ¿los periodistas seríamos una especie de demonios?

R-En cierto modo sí.

P-Oiga, ¡qué me dice…!

R-Hay que distinguir entre las noticias y el periodismo constructivo. Psicológicamente, la adicción a las noticias genera cinismo, ansiedad, hostilidad y depresión. Y lo peor, quienes las siguen son más ignorantes sobre la realidad del mundo. Por ejemplo, están convencidos de que la pobreza y el crimen han aumentado en los últimos 30 años, cuando las estadísticas demuestran exactamente lo contrario. Pero eso no es noticia, claro. Con periodismo constructivo no me refiero a: ¡oh, ha nacido un oso panda!; sino a una información con visión de futuro sobre aquellos que trabajan en busca de soluciones. Es importante que la gente siga creyendo en un periodismo verídico de investigación y no sucumba al bulo de la fake new o la posverdad que se propaga desde los grandes poderes: los dictadores quieren que dejes de creer en la verdad, todo es fake. No, a Trump no lo colocaron los propagandistas rusos sino la CNN, porque vendía lo que ahora ha perdido con el aburrido de Biden.

P-Dígame, si uno tiende a convertirse en lo que cree de sí mimo, la falsa construcción del yo, ¿usted sería decente simplemente porque se lo cree? ¿No estaríamos hablando en términos de fe?

R-Repite una historia mil veces y se convertirá en realidad. Si persistes en la maldad del ser humano, terminas por organizar la sociedad en torno a esta premisa y necesitarás jerarquía, burocracia, policía, reyes, ceos, managers, etcétera, para mantener el control. Pero si crees que la gente es decente, puedes iniciar una revolución y construir una sociedad igualitaria y democrática. Mis propuestas no son filosóficas sino revolucionarias. Aquellos que sostienen que esta forma de pensar es naif o peligrosa son quienes constituyen el peligro real.

P-Hablemos de economía. Tras de las décadas hobbesianas (1970-90), ¿algo está cambiando con la responsabilidad social de las empresas?

R-No me parece un fenómeno real, sino propaganda. El porcentaje que dedican las empresas a la filantropía social es mínimo y raras veces acertado. Hay mucho paternalismo detrás de la caridad: compra un par de zapatos y nosotros regalamos otro par a los pobres, pero ¿quién te dice que necesitan zapatos y no otra cosa? Me parece una arrogancia colonialista. Lo que necesitan es dinero para invertirlo en lo que ellos deciden que necesitan: la pobreza no es una falta de inteligencia, sino de dinero.

Rutger Bregman, historiador, investigador y ensayista.

Rutger Bregman, historiador, investigador y ensayista. / JOAN CORTADELLAS

P-¿Qué significa este fenómeno de “la gran dimisión”, la marea de gente que deja su trabajo porque lo considera inútil y mal pagado?

R-Tampoco me parece un fenómeno real sino mediático, no está basado en estadísticas fehacientes. Es verdad que hay un 25% de trabajadores insatisfechos con la utilidad de su trabajo, o que incluso lo consideran perjudicial para la sociedad: el desperdicio de talento es una de las mayores tragedias actuales, porque son los más preparados e inteligentes a quienes buscan para crear necesidades absurdas de consumo. Son mayoritariamente hombres, consultores, bancarios, estrategas… empleados en lo que se ha dado en llamar “trabajos de mierda”. Las mujeres se ocupan más de funciones sociales como educación o sanidad, y en mejorar el mundo, que es lo que necesitamos.

P-Propone un ingreso básico para toda la población, semana laboral de 15 horas y abolición de fronteras. Estupendo, ¿quién va a pagar todo esto?

R-Estas propuestas se autofinancian. La pobreza resulta increíblemente cara para los estados. Sería como la vacuna frente a la enfermedad: ¿qué cuesta más? Un país desarrollado necesita aproximadamente un 1% del PIB para erradicar la pobreza, y ahorraría muchísimo en policía, servicios sociales, sanidad, cárceles, etcétera. Se han hecho experimentos en Londres y Vancouver que lo avalan: se repartió una pequeñísima porción del erario público entre la población sin techo y todos sus beneficiarios encontraron un propio modo de vida, con lo que se ahorró mucho más en gasto social. Y sobre esas 15 horas de trabajo que parecen una utopía, ¿alguien se ha parado a pensar el tiempo que se pierde en los pasillos o en esos “trabajos de mierda”? ¿Quién crea la riqueza en nuestra sociedad, los consultores, los banqueros y los abogados o los profesores y los sanitarios? Pero la realidad es que cuanto más contribuyes al bienestar social, menos cobras.

P-Bregman, ¿está usted proponiendo en su ensayo un retroceso al nomadismo previo a la propiedad privada, 15.000 años atrás, como única solución a las guerras, el machismo, la xenofobia, la insalubridad y la desigualdad?

R-No, porque es imposible, pero es importante reflexionar sobre nuestros orígenes para entender nuestra naturaleza. Lo que llamamos civilización, la vida en asentamientos, es un fenómeno reciente; la gran evolución, o lo que llamamos “auto domesticación”, que nos hizo más pacíficos y moldeó nuestra naturaleza, sucedió antes.

P-Los últimos 77 años hemos disfrutado del período más próspero y pacífico de la historia de la “civilización”. Pero ha sido tan frenético que se nos ha ido de las manos: ¿seguiremos progresando o sucumbiremos al colapso de la contaminación y sobreexplotación?

R-Nadie lo sabe. Vivimos sin duda el siglo más peligroso de la historia de la humanidad. Sufrimos todas las amenazas de extinción señaladas por los científicos: la guerra nuclear es más probable que nunca, las pandemias, la biología sintética capaz de crear virus sin vuelta atrás, la inteligencia artificial… ¿Te imaginas todo esto en manos de Gengis Kan o Bin Laden? Es el momento de despertar y enfrentarse a lo que de verdad importa: yo confío en los nuevos idealistas.

P-Y estos salvadores, ¿quiénes son?

R-Hay una nueva generación que supone una esperanza, los nacidos después de 1997, que es mucho más idealista y progresista: me siento tan viejo (¡a sus 34 años!) cuando les doy clase… Yo nunca pensaba en el cambio climático o en los abusos sexuales o el maltrato animal cuando era estudiante; los movimientos de protesta se han multiplicado por tres desde 2006. ¡Esto sí es progreso!