BIENAL DE FLAMENCO DE SEVILLA

Niño de Elche: acude a Sevilla a matar el flamenco y lo termina resucitando

El autodenominado exflamenco ofrece un recital honesto y desprovisto de polémica para celebrar sus bodas de plata y avanzar sus próximas propuestas

Un fragmento de 'Memorial', concierto de Niño de Elche de este 23 de septiembre en la Bienal de Flamenco de Sevilla

Ángeles Castellano

Ángeles Castellano

"La escucha es el mayor acto de amistad que uno puede hacer con el prójimo, así que gracias por venir a escucharme". Con esas palabras se despedía del público del Teatro Lope de Vega de Sevilla Francisco Contreras Molina, conocido como Niño de Elche (Elche, 1985). Anunciado como el reencuentro del artista con el flamenco para celebrar sus bodas de plata con este arte y con un espectáculo titulado Memorial (basado, en teoría, en una rareza discográfica publicada en 2020 con motivo del Record Store Day) Niño de Elche presentaba este concierto como una manera de despedirse del flamenco haciendo un homenaje, de enterrar "las esquirlas" de flamenco que aún quedan en él. "Quiero rememorar eso que llamamos flamenco -que aún no sabemos bien lo que es- dejó en mí", comentó. Y sin embargo, si se prestaba atención, se puede intuir que más que enterrarlo Niño de Elche vino a Sevilla a resucitarlo, a re-presentarlo, a mostrar el camino artístico que está transitando y que, parece, se abrirá plenamente dentro de poco a modo de nuevo trabajo discográfico.

El concierto comenzó antes de empezar formalmente. Mientras el público buscaba sus asientos, el telón del teatro proyectaba actuaciones de juventud del artista. El Niño de Elche arrancó a cantar solo, a contraluz, vestido de negro y cubierto con un tul de novia -por aquello de cumplir las bodas de plata- un popurrí de grandes éxitos del flamenco y alrededores (la zambra Salvaora, Los cuatro muleros, Como el agua y un sinfín de referencias populares) para levantarse y, a modo de gran conferencia o casi una homilía sacerdotal, declamar cómo fue su primer contacto con una guitarra para continuar con un mito, una tradición inventada, una fábula acerca de cómo una manera determinada de cortar las uñas podía anticipar que un niño terminase dedicándose al cante.

Pese a este relato inventado, en un intento de aligerar la solemnidad del flamenco, Niño de Elche ofreció un recital honesto y sentido, despojado de impostura y provocación innecesarias. Estuvo acompañado por dos guitarristas, Raúl Cantizano -con el que ha trabajado en muchísimas ocasiones- y Mariano Campallo, de los que destacó su gusto por el juego, según él mismo reconoció, e interpeló al público asistente en el mismo sentido: "Tomaros esto como un juego".

El disco tomado supuestamente como referencia para este concierto, Memorial del cante en mis bodas de plata con el flamenco (Sony, 2020), es una edición limitada, grabado en una sesión en directo con el primer guitarrista que acompañó profesionalmente a Niño de Elche: Paco Javier Jimeno. Pero este sábado en Sevilla, el cantaor -o exflamenco, como a él le gusta llamarse- puede ser que partiera de ahí, pero prefirió ir mucho más allá.

Jugó con los cantes, experimentó nuevas formas de hacerlo, partiendo en todos ellos de una media voz contenida, jugando con el compás. Lo hizo por soleá, en la que las guitarras entablaron un enriquecedor diálogo, también por verdiales, alegrías, farruca, seguiriyas, campanilleros y bulerías. Cambió algunos finales o maneras de rematar los cantes, haciendo efectos con la voz a la manera en la que lo hacen los ordenadores en los estudios de grabación -voz entrecortada, saltando y casi superponiendo los sonidos, variando los ritmos-.

El flamenco, un arte que Niño de Elche reivindica como libre y que según admitió es difícil de definir, es precisamente la base de su próximo disco, del que justamente el viernes el artista adelantaba a través de las redes sociales su portada y título: Mausoleo de celebración, amor y muerte. Es fácil intuir que la sensibilidad de este nuevo trabajo estaba este sábado en Sevilla: unas alegrías tristes y juguetonas, unas intensas seguiriyas expresivas y llevadas al límite de sus capacidades en las que las guitarras, además de acompañarle, dialogaban entre ellas, y un cante "de temporada", como él mismo denominó, que se suele cantar en Navidad pero no es alegórico a este tiempo, los Campanilleros, transformados completamente con unas guitarras rítmicas que parecían casi sugerir unas bases electrónicas detrás. Cerró el concierto por bulerías, nada más tradicional en el flamenco, aunque, recordó, también existió la tradición de cerrar por martinetes -Enrique Morente lo hizo durante un tiempo- rodeado de su equipo "como lo hacen los raperos".

Esta es la tercera vez que Niño de Elche acude a la Bienal. De la primera pocos se acordarán: partició en una actividad paralela en 2014 junto a Raúl Cantizano, Los Voluble, Rocío Márquez y algunos artistas más. En 2018 presentó, en el mismo escenario que en esta ocasión, su Antología del cante heterodoxo. "¡Qué pereza!"; "El canticidio de Niño de Elche", "Niño de Elche, un tongo del cante" fueron algunos de los titulares que la crítica local le dedicó en aquella ocasión. Entonces tenía ganas de sacudir al público, a la crítica, a la afición sevillana. "Quince años viví en Sevilla y no me arrepiento de haberme ido", admitía el sábado, para añadir: "Pero me alegra haber regresado". En esta ocasión, se mostró agradecido al público asistente: "Sé que muchos de vosotros venís como un acto político, como una manera de reivindicar que otro flamenco es posible, otra Bienal es posible y otra Sevilla es posible. Siempre pienso que esta será la última vez que me llamen para venir a la Bienal, pero espero que el cambio de rumbo y de estética que se puede ver este año tenga continuidad", concluyó.