MÚSICA

Marina Herlop, la voz de la vanguardia musical a la que le sobran las palabras

La artista catalana trae esta noche al festival L.E.V. de Matadero su original propuesta, en la que canta sonidos abstractos y no existen las letras

Marina Herlop, que actúa este sábado en el festival L.E.V., en el Matadero madrileño.

Marina Herlop, que actúa este sábado en el festival L.E.V., en el Matadero madrileño. / Cedida

Jacobo de Arce

Jacobo de Arce

Siempre es un alivio toparse con una artista capaz de desmitificar lo que hace y reírse de algunas de sus ocurrencias, por sublimes que estas sean. Marina Herlop (Piera, Barcelona, 1992) es uno de esos raros ejemplos. La catalana es consciente de que su música, una especie de pop electrónico abstracto en el que casi no vocaliza palabras, sino más bien sonidos, se presta a que la coloquen fácilmente en el rincón de los raros. Quizá por eso se pasa buena parte de la conversación con este periódico quitando importancia a lo que hace, explicando que muchos de los elementos que configuran sus canciones están ahí "de casualidad" y respondiendo sin impostura frases como “no sé cómo explicarlo sin que suene cursi” cuando se le hacen preguntas profundas sobre su proceso creativo.

Escuchándola hablar, cualquiera diría que Herlop es hoy por hoy uno de los nombres más destacados de la vanguardia musical española, al menos si atendemos a la relevancia que está adquiriendo a nivel internacional. Su disco más reciente, Pripyat, lo ha publicado el sello berlinés PAN, que es algo así como el sancta sanctorum de los sonidos experimentales. Pitchfork, la biblia de la modernidad musical, le dedicaba este verano uno de esos extensos reportajes que son un ascensor a la cumbre. Y los conciertos de su reciente gira por EEUU, que culminó en el festival Primavera Sound Los Angeles hace apenas cinco días, han sido recomendados hasta por The New Yorker.

Esta noche Herlop se subirá al escenario del L.E.V., el Festival de Electrónica Visual y Realidades Extendidas que un año más vuelve a acoger el Matadero madrileño, con los restos del jet lag todavía en el cuerpo. Y lo hará para interpretar ese Pripyat que es el más electrónico y complejo de sus discos. El desembarco definitivo en la música hecha con ordenador de una artista que se formó como pianista en el conservatorio y que en sus dos primeros álbumes, Nanook (2016) y Babasha (2018), todavía despachaba unos sonidos cercanos a la música clásica contemporánea, cuando su propuesta se concentraba en su voz, su piano y poco más.

Giro electrónico

Ese cambio de rumbo se produjo antes de la pandemia. En 2019, Herlop, cuyo nombre real es Marina Hernández López, se encerró en una casa familiar en un pueblo aragonés para trabajar en nuevas canciones. Hizo lo de siempre: sentarse a su piano, abrir la grabadora del iPhone para ir almacenando las ideas y ponerse a tocar. Pero aquello no acababa de funcionar. “Me escuchaba y me aborrecía a mí misma -cuenta la artista-. Otra vez la misma sonoridad, las mismas armonías…”. O cambiaba de rumbo, pensó, o no podría seguir. Aunque no tenía muy claro lo de querer hacer electrónica, sí que sintió una pulsión, “que mi música sonase más actual”. Necesitaba incorporarse a algo más parecido a lo que hacía su generación. Como quien se hace el digno con Tik tok pero al final se lo acaba instalando.

Aprendió entonces a manejar los programas y aparatos necesarios para componer en un universo digital y controlar la producción de principio a fin. Para su sopresa, no resultó tan difícil como esperaba. “Siempre me había parecido magia negra el mundo de la producción, pensaba que eso solo lo hacía gente super profesional que llevaba muchos años estudiando y eran una especie de hackers. Pero luego ves que son cuatro cables y ya está”, explica divertida. Lo complicado, sin embargo, vino después, cuando fue consciente de todo lo que la tecnología le permitía. “Al producir por ordenador se te abre una miríada de posibilidades, puedes grabar mil cosas sin tener que memorizarlas, añadir todos los instrumentos que quieras… De repente eres Dios, tienes el infinito a tu alcance. Pero un gran poder acarrea una gran responsabilidad. Si no lo tienes bien pensado pero tienes todos los recursos a tu alcance, empiezas a añadir y añadir, y superpones el infinito con el infinito”.

En todo aquel proceso caótico, “un despropósito” que ella describe como “hacer una casa con piedras sin tener un plano”, también entraba el que quizá es el elemento más representativo de su música: el uso de la voz. Desde su primer disco, Herlop canta sonidos, no palabras. Hay pocas frases con sentido en sus canciones, porque siempre ha utilizado su voz como si fuera un instrumento. Pero al grabar Pripyat fue un paso más allá. Decidió incorporar en el disco una técnica vocal del sur de la India, el konnakol, que había aprendido en un curso de la ESMUC en Barcelona. La técnica consiste en usar las sílabas como si fueran percusión. El resultado es una forma de cantar muy particular que desemboca en una especie de abstracción hipnótica.

La artista explica ese uso de la voz diciendo que simplemente no le interesan las letras ni siente la necesidad de utilizarlas. No quiere contar nada con su música. “Las ideas que se me pasan por la cabeza a la hora de componer son simplemente muletas o trampolines para llegar a lo que me importa, el objeto sonoro. Respeto mucho la música descriptiva, las canciones pop, pero yo no he sentido ninguna llamada para hacer eso. Vivimos saturados de imágenes, de videoclips, de luces, de visuales… Siempre se está amparando la música con otra artes, como si esta no tuviera suficiente entidad. Y a mí me apetece hacer cosas más puras. Solo música, y punto”.

“Esto de las letras creo que tiene más que ver con mi frikismo, y con la pereza de escribirlas, que con otra cosa. Pero también con la poca necesidad que tengo de contar una historia”

Una vez más, la Herlop desmitificadora está alerta y, cuando surge una frase como la anterior, que quizá haya podido sonar solemne, aparece rauda para quitar peso a la situación. Ni siquiera ese rasgo diferencial que ha hecho su música tan reconocible es algo que la artista esté dispuesta a defender a capa y espada. Todo lo contrario. Admite que la ha metido en un jardín del que no es fácil salir. “Cuando estás ahí sola, componiendo en tu habitación, haces cosas que luego dices… ¿por qué he hecho esto? Después te preguntan por ello y tienes que explicarlo. Y es cuando piensas: ¡ahora tengo que responsabilizarme de lo que hizo esta loca…!” [risas]. “Esto de las letras -continúa-... yo qué sé, creo que tiene más que ver con mi frikismo, y con la pereza de escribirlas, que con otra cosa. Pero también con el respeto que me da el mundo del lenguaje y con la poca necesidad que tengo de contar una historia”. Al final acaba confesando que las nuevas canciones que ha estado componiendo últimamente tienen letra, para ver si es capaz de ir saliendo de ese lío.

Si el proceso creativo de Pripyat, un disco que lleva por título el nombre de la ciudad fantasma vecina a la central nuclear de Chernóbil, fue complicado, aunque finalmente conducido a buen puerto tras mucho esfuerzo, lo que vino después fue peor. En plena pandemia le tocó buscar discográfica, un proceso lento y farragoso, y después acordar fechas y condiciones del lanzamiento. En todo eso se fueron casi tres años y hasta tuvo que visitar a una bruja, en realidad una practicante de reiki que le resultó de bastante ayuda, a pesar de toda la racionalidad y el escepticismo del que ella hace gala. "No leo ni el horóscopo", se defiende.

No era la primera vez que la artista se topaba con “el maravilloso mundo de la industria musical y todas las sorpresas que tiene reservadas para ti”, dice sin disimular la ironía. Desde que sacó su primer álbum en 2016, con la discográfica del célebre pianista James Rhodes, ya sabía que publicar en condiciones tiene más de carrera de obstáculos que otra cosa. Estos últimos años han sido una especie de master definitivo en el que, dice, “tienes que entrenar tu asertividad, tu manera de comunicar, hacerte respetar sin ser demasiado dulce ni demasiado borde… Y si eres mujer, es todavía más difícil”. Uno podría pensar que, en una era en la que se puede hacer un disco de cabo a rabo sin salir de debajo del edredón, y con todas las plataformas a tu alcance, no debería ser tan difícil. “Claro, siempre puedes hacerlo por tu cuenta -responde-. Subirlo a Spotify y ya está. Pero buena suerte con eso…”.

Otra estética

En cualquier caso, Marina Herlop ya está donde con tanto esfuerzo quería llegar. Recibiendo críticas entusiastas a su trabajo, embarcada en giras internacionales -durante los meses de octubre y noviembre se recorrerá Europa abriendo la de Animal Collective- y con artistas que no quiere desvelar llamando a su puerta para colaboraciones.

Herlop, con una de sus indumentarias características.

Herlop, con una de sus indumentarias características. / Cedida

Esta noche llega a Matadero con el disco ya rodado, más tranquila que en su debut en el Primavera Sound barcelonés en junio, el que fue su primer contacto con los grandes recintos. “Hoy será todo más como jugar y disfrutar con el público”, explica. Como siempre últimamente, se subirá al escenario con una de esas extrañas indumentarias que se han convertido en parte de su sello: corpiños intergalácticos y vestidos de un gótico futurista, con el pelo habitualmente recogido en dos rodetes como los de la Princesa Leia en Star Wars. Georgiela y Manuel Bolaño, dos diseñadores con sendos estudios en Barcelona, son sus cómplices en esta tarea. Ella se reconoce coqueta, y dice que lo de vestirse “un poco friki”, aunque es otro de esos jardines en los que se ha metido, sí que le divierte todavía.

El suyo será el primer concierto de una noche en la que también sonará la electrónica minimalista de Alva Noto, aclamado compositor y artista sonoro alemán que firmó con Bryce Dessner y Ryuchi Sakamoto la banda sonora de El renacido, y Sinjin Hawke y Zora Jones, dúo artístico que utiliza la tecnología para convertir sus movimientos en sonido e imagen en tiempo real. Aunque en el programa mande la música electrónica, no será tanto una noche para bailar, que también, sino más bien para sacudir otra cosa: las fronteras de la música que se hace en nuestros días. Y Marina Herlop es la guía en uno de esos caminos que se desvían.