OBITUARIO

Nadie como Godard

Fallece a los 91 años el director de ‘Al final de la escapada’ y ‘Pierrot el loco’, estandarte de la 'Nouvelle Vague', cineasta airado y máxima representación del cine ensayo

Quim Casas

Quim Casas

Jean-Luc Godard parecía eterno. Todos sus compañeros en la revista Cahiers du cinéma y en la Nouvelle Vague (la 'Nueva Ola' del cine francés) habían fallecido. Y él seguía muy activo. Ha muerto hoy a los 91 años, pero en la pasada década llegó a realizar 10 películas entre cortos y largos, y algunas de ellas tan radicales y modernas como Film socialismo (2010) –filmada con un móvil–, Adiós al lenguaje (2014) –su inmersión en el 3D, aunque en España no se estrenó en tres dimensiones en una absurda decisión– y El libro de imágenes (2018).

Con Godard casi nunca hubo término medio. O se lo respetaba mucho o se le odiaba mucho más. No contribuyó a suavizar las cosas su actitud altiva y malcarada. En 2010 no compareció en Cannes y mandó una nota de excusa ditirámbica relacionada con los problemas en Grecia, y en 2005 se enfrentó con los responsables de la exposición que le organizó el Centro Georges Pompidou

Obra compleja

Su talante, a veces pedante, y la complejidad de su obra, para diversos sectores de público y crítica excesivamente intelectualizada, le granjearon enemistades. Por eso no resulta extraño que repasando la generosa bibliografía sobre Godard encontremos un libro a favor de obra titulado Nadie como Godard, escrito por Alain Bergala en 2003, y otro tan discutible como ¡Me cago en Godard! (2019) de Pedro Vallín, en el que se defiende el cine de masas y popular comparándolo con el cine de autor representado por el director de Al final de la escapada. Curioso que, cayendo tan mal, siguiera siendo utilizado como reclamo comercial. Él se buscó los varapalos, pero es imposible hablar del cine moderno sin hablar de Godard.

De hecho, aunque los historiadores no se ponen de acuerdo en cuanto al origen de la modernidad cinematográfica, podríamos decir sin exagerar que Godard inventó el cine moderno. Es verdad que los cinco magníficos de Cahiers du cinéma que pasaron a la dirección –Godard, François Truffaut, Jacques Rivette, Eric Rohmer y Claude Chabrol– cimentaron esa modernidad en el contexto francés, pero solo Rivette pudo llegar a ser tan radical como su compañero de generación, y su filmografía trascendió menos. 

Un francotirador de la crítica

Nacido en 1930 en París, de familia francosuiza, Godard se convirtió muy pronto en un francotirador de la crítica. Tras formarse como espectador en la sala de la Cinemateca Francesa, diseñó con Rivette los conceptos de la política de los autores y la puesta en escena, que cimentaron tanto las bases de la crítica moderna como las de la Nouvelle Vague, elogiando el cine de Jacques Becker, Alfred Hitchcock, Nicholas Ray o Howard Hawks.

Tras varios cortos, uno de ellos, muy estimable, realizado con Truffaut –Une histoire d’eau–, Godard debutó con Al final de la escapada, el filme bandera de la Nouvelle Vague junto a Los 400 golpes de Truffaut y París nos pertenece de Rivette. Un nuevo lenguaje y unas temáticas conectadas con el público joven que había abandonado las salas en los últimos años.

Es indudable que la obra de Godard en los 60 está repleta de películas rompedoras, provocadoras, imaginativas y muy influyentes, no tan complejas a nivel de lenguaje como los ensayos fílmicos promovidos a partir de los 90 y, en algunos casos, de estética muy pop. Sin ánimo de ser exhaustivos: El desprecio (1963) –filme sobre el rodaje de un filme en Capri, con Brigitte Bardot–, Banda aparte (1964), La mujer casada (1964), Alphaville (1965) –Godard en los dominios de la ciencia ficción abstracta–, la revoltosa e icónica Pierrot el loco (1965) y, sobre todo, Vivir su vida (1962), galvanizada por la fotogenia trágica de Anna Karina, actriz y compañera sentimental de Godard en aquel fecundo periodo.

Después, a raíz de La chinoise (1967), el cineasta abrazó la causa maoísta, creo una unidad de cine militante (el Grupo Dziga Vértov), exploró el territorio del vídeo y la televisión como nadie lo había hecho antes, retomó el cine narrativo y ‘comercial’ con títulos como Salve quien pueda, la vida (1980), Pasión (1982), Nombre: Carmen (1983) y la absurdamente polémica Yo te saludo, María (1985), para volver a enrocarse con un cine ajeno a la comercialidad –un alucinante King Lear (1987) protagonizado por Woody Allen, Leos Carax y Norman Mailer, por ejemplo– y tender cada vez más hacia un cine ensayo formulado en For Ever Mozart (1996) o Elogio del amor (2001), obras tan hipnóticas como hieráticas a las que debemos añadir su particular Histoire(s) du cinéma (1989-1999), o la evolución del lenguaje audiovisual según Godard.