CREADORES CREADOS (IV)

Jusep Torres Campalans: el pionero del cubismo que pintaba como Max Aub

En 1958, el escritor publicó la biografía de un pintor catalán amigo de Picasso, que vivió el París de las vanguardias antes de perderse en la selva chiapaneca, a la que fue a parar huyendo de la Primera Guerra Mundial

Max Aub conoció a Jusep Torres Campalans en 1955.

Max Aub conoció a Jusep Torres Campalans en 1955. / FUNDACIÓN MAX AUB

Eduardo Bravo

"Un buen día, con la guerra del 14, desapareció. De su obra no creo que haya quedado gran cosa", comentaba sobre Jusep Torres Campalans la historiadora Berthe Ratibor Ternichewski en su libro Naissance de l’Art Nouveau, en el que retrataba el París bohemio de principios del siglo XX. En ese escenario, Campalans malvivía como artista junto a otros amigos de generación, entre los que se encontraban Pablo Ruiz Picasso, al que adoraba, y Juan Gris, al que aborrecía por considerarle un señorito que se había subido al tren del cubismo cuando el movimiento ya había sido aceptado por la crítica.

Como bien recordaba Ratibor Ternichewski, Campalans permanecería en la capital francesa hasta el comienzo de la Primera Guerra Mundial, acontecimiento que le afectó profundamente tanto en su faceta de ferviente católico como en la de convencido militante anarquista. Además del drama humano que supone cualquier conflicto bélico, Campalans no pudo soportar que el proletariado alemán y francés aceptase participar de buena gana en una contienda provocada por la oligarquía capitalista de sus respectivos países, en lugar aprovechar la coyuntura para protagonizar una revolución obrera contra ella.

Triste y decepcionado, Campaláns, su pareja y la hermana de esta, con las que mantenía una relación sentimental, decidieron poner rumbo a México. Una vez en el país norteamericano, el catalán se radicó en el estado de Chiapas, cayó fascinado por la cultura y el modo de vida de las tribus del lugar, se fue con ellos a la selva, aprendió su idioma y, a cambio, les enseñó a cocinar boletus a la catalana.

Fue en Chiapas donde Max Aub vio a Torres Campalans por primera vez: tras un breve diálogo, éste se marchó, dejando al escritor intrigado

Fue allí, en Chiapas y en 1955, donde y cuando Max Aub vio a Torres Campalans por primera vez. El escritor se encontraba en la región para impartir una conferencia sobre los 350 años de la primera parte del Quijote cuando "una noche en la librería de la Plaza, hablando con un joven de la localidad fui presentado a un hombre, alto de color, seco, al que llaman don Jusepe". Tras un breve diálogo, Campalans se marchó, dejando al escritor intrigado y deseoso de saber algo más sobre tan enigmático personaje.

"Al día siguiente, en San Cristóbal las Casas, en casa de Franz Blom y de Gertrude Duby, pregunté por el hombre", recordaba Aub. "Un erudito del lugar, del maravilloso lugar, acrecentó mi curiosidad: ¿Don Jusepe? Un tipo fantástico. Fue pintor. En París, hace un montón de años. Antes de la guerra del 14. No quiere saber nada. Cuando baja —pocas veces—, a la caída de la tarde, se sienta a tomarse un tascalate en la Plaza. ¿Por qué no intenta hablar con él? Nos interesaría. Con nosotros se defiende, pero tal vez con usted, que se marcha pronto…". Tal y como le sugirieron, Aub fue al encuentro de Campalans, al que encontró en el lugar indicado. "El hombre bebía su refresco. Cruzadas las frases indispensables, a la buena de Dios, hablé de Picasso", comentaba Aub. "¿Todavía vive?", preguntó el pintor. "Y colea", respondió el escritor.

El cuaderno verde

rebuscar entre sus papeles hasta dar con un cuaderno escolar con tapas verdes

Sin atender a esta última reflexión, Max Aub decidió averiguar quién había sido realmente Jusep Torres Campalans. Para ello, además del cuaderno verde, el escritor consultó los pocos documentos oficiales que se conservaban sobre él y preguntó a aquellos que lo habían conocido en la infancia catalana y en la juventud parisina. Gracias a esas investigaciones, Aub pudo averiguar que Campalans había nacido el 2 de septiembre de 1886 en Mollerusa, que era el quinto hijo de una prole de 16, que había tras estudiado en el seminario de Vic, desempeñado diferentes oficios —entre los que se contaban mozo de una fonda, cartero y escribiente en una notaría gracias a su hermosa letra— y que, después de sufrir un desengaño amoroso, había decidido abandonar su localidad natal para establecerse en Barcelona. Allí conocería a Pablo Ruiz Picasso, con el que frecuentaría cabarés, circos y burdeles, dando lugar a una amistad que le permitiría ser testigo de cómo el artista malagueño pintó sus series sobre saltimbanquis o cuadros míticos como Las señoritas de Aviñón.

De hecho, aunque Campalans nunca había mostrado inclinación alguna hacia la pintura, fue ver trabajar a Picasso lo que hizo que comenzara a dibujar. Posteriormente se trasladó a París donde, tras una breve etapa fauvista, fue uno de los pioneros del cubismo, aunque no alcanzaría a ser reconocido debido a su personal concepción del arte. Empeñado en desarrollar una obra pura ajena a las exigencias del mercado, Campalans apenas vendió cuadros. Los pocos de los que aceptó desprenderse cuando la extrema necesidad le obligó a ello fueron a parar a manos de la familia Vollard. El resto quedó abandonado en París.

La primera exposición

uno de los bombardeos sobre Londres acabó con la vida de Town

Como parte de su labor como biógrafo, Aub organizó varias exposiciones de Torres Campalans. Dos en la Galería Excelsior de México en 1958, una en la Bodley Gallery de Nueva York en 1962 y las tres fueron un éxito entre el mundo cultural de la época. Prueba de ello son las reseñas de periódicos como The New York Times o el número especial de la revista Galeras en el que la obra y la figura de Campalans era analizada por autores de la relevancia de David Alfaro Siqueiros, Octavio Paz, Carlos Fuentes o la escritora Elena Poniatowska, que llegó a decir de sus pinturas que eran "como esos mazapancitos de Toledo que una se come a deshoras de niña cuando las nanas no están vigilando con sus ojotes de tecolote y sus cuentos de brujitas y gnomos del bosque".

Algunos de los cuadros expuestos en México y Nueva York fueron adquiridos por coleccionistas privados, un hecho que acabó perjudicando a Campalans

Algunos de los cuadros expuestos en México y Nueva York fueron adquiridos por coleccionistas privados, un hecho que, lejos de beneficiar el legado de Campalans, acabó perjudicándolo. Como relataba el crítico Agustín Cerezales en el diario ABC en 1997, muchos de los propietarios de esas obras llegaron a ocultarlas e incluso destruirlas cuando descubrieron que el libro Jusep Torres Campalans no era una biografía sino una novela surgida de la imaginación de Max Aub que, además de idear al personaje, había creado las pruebas para que la historia fuera creíble. Desde una foto en la que el pintor aparecía junto a Picasso para probar así su estrecha amistad, a las referencias bibliográficas y todas las obras que se reproducían el volumen y que serían expuestas posteriormente.

No obstante, superada esta inicial desilusión, los propietarios de las obras acabaron entendiendo que, si bien Torres Campalans no era parte de la historia ortodoxa del arte del siglo XX, sí que lo era de la literatura de ese siglo y de una suerte de museo imaginario en el que la figura del autor aparecía cuestionada mucho antes de que lo hicieran filósofos como Jacques Derrida. En ese cambio de opinión desempeñó también un papel clave el Museo Centro de Arte reina Sofía que, en 2003, dedicó una exposición a Jusep Torres Campalans. En ella, una treintena de cuadros y dibujos del pintor aparecían rodeados de obras de otros autores relacionados con el contexto histórico y del ideario estético del artista. Por ejemplo, Henri Matisse, Pablo PicassoMarc ChagallAmedeo Modigliani o Juan Gris y entre los que sorprendentemente Campalans (o Max Aub) no desentonaba.

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