¿DINERO O VISIBILIDAD?

La clase baja de los festivales: grupos que ganan 30 euros (con suerte) por tocar

Frente a los grandes cachés de las cabezas de cartel hay otra realidad precaria: bandas que cobran menos de mil euros por actuación

El grupo asume los costes de desplazamiento, alojamiento, dietas y técnicos de sonido, así que puede llegar a perder dinero por tocar

"Valoramos cuánto público puede meter un artista para ofrecerle un caché. Por eso cobra", dice un promotor de grandes festivales

Rufus T. Firefly

Rufus T. Firefly / Rufus T. Firefly

Analía Plaza

Analía Plaza

Las entradas para un gran festival rara vez bajan de 80 euros. Dentro, los minis de cerveza se venden a entre 8 y 10. Los trabajadores que están en las barras cobran 7 euros por hora y las grandes bandas que encabezan el cartel pueden llegar a superar el millón de caché. Pero, ¿dónde quedan los grupos de segunda y tercera línea dentro de la economía festivalera?

"Hay un estrato que cobra 2.000 y 5.000 euros y otro, el de los que tocan a la hora de la siesta, que no llega a mil", dice Víctor Jiménez, integrante del grupo de rock instrumental Gambardella y miembro del Sindicat de Músics Activistes de Catalunya (SMAC!). "Te dicen que te pagan en visibilidad, pero creo que en un festival donde hay cervecera y entrada de más de cincuenta euros has de pedir al menos cuatro cifras. Por 300 euros prefiero quedarme en mi casa".

Los festivales configuran su cartel con decenas de bandas. La idea es que los asistentes compren la entrada por las cabezas, pero también que descubran a otros grupos. Para esos grupos menos conocidos, tocar en un festival es un "caramelo muy jugoso, pero injusto cuando ves que te has desplazado dos días a cientos de kilómetros para volver a casa con 30 o 40 euros, con suerte", dice Víctor Cabezuelo, cantante del grupo madrileño Rufus T. Firefly, a EL PERIÓDICO DE ESPAÑA. Cabezuelo y sus compañeros echaron las cuentas de lo que les costaba dar un concierto —sumando desplazamiento, alojamiento, dietas, técnicos y la comisión del tour manager— y han rechazado este año a varios festivales. El músico denunció públicamente en Twitter la situación.

El grupo Rufus T. Firefly

El grupo Rufus T. Firefly / Sara Irazábal

"Solo hemos tocado en cuatro, los únicos con los que nos daba para cobrar algo los miembros del grupo. Con el anterior disco pedíamos 4.000 euros, pero el caché terminaba siendo de 1.000 o 1.500 euros y muchas veces nos tocaba pagar", dice. "Y todavía tienes que sentirte agradecido porque sabes que detrás de ti hay miles de bandas que desearían hacerlo solo por visibilidad. Viendo las cifras astronómicas que pagan por los cabezas del cartel, te preguntas: ¿qué les costará darte algo más? Como músico, todo es muy raro".

Una factura y te apañas

La fórmula más común para contratar a un grupo en un festival es, una vez establecido el precio, el pago mediante factura. El grupo recibe el dinero en bruto y empieza a descontar. "Pongamos que te ofrecen mil euros. De ahí tienes que restar las dietas —en nuestro caso, comidas para cuatro músicos, ya que viajamos sin técnico ni conductor—, la gasolina, el alquiler de la furgoneta, que cada vez es más caro en verano, y el hotel, en caso de que no te lo incluyan", cuentan los miembros del grupo de rock barcelonés Medalla. "No hace falta ser economista para ver que, al restar gastos, te quedas prácticamente a cero. Nosotros tenemos la 'suerte' de tener un público concienciado que nos apoya comprando merchandising para que la banda sea sostenible".

El grupo de rock barcelonés Medalla

El grupo de rock barcelonés Medalla / Lidia Arruego

Los costes varían según el grupo y el festival, pero todos los consultados (bandas nacionales que han pasado por festivales medianos y grandes y no viven de la música) sitúan en mil euros el caché digno mínimo. "Si te pagan más, te das con un canto en los dientes", comenta Sergio Miró, del grupo canario Birkins. "En nuestro caso, te encuentras con problemas como que las aerolíneas cobran por volar con instrumentos y lo que parecía una escapada soñada se convierte en un viaje deficitario".

El alza de los precios de los vuelos de este verano ha trastocado las cuentas de muchas bandas. Rufus T. Firefly fue al Mallorca Live Festival con el caché que pedía, "pero justo estaba la huelga de Ryanair y los vuelos nos costaron 4.000 euros porque facturamos instrumentos. No es culpa del festival, pero como no hay unión todo es un poco búscate la vida". El grupo canadiense The Flatliners canceló su gira europea, que incluía una parada en el festival Tsunami de Gijón, por el mismo problema: no les daba para pagar los billetes de avión.

Al viaje, la comida y el hotel —que algunos festivales sí cubren— hay que sumar el salario de los técnicos y del resto de trabajadores involucrados. "Un técnico no cobra menos de 200 o 250 euros. Es un servicio profesionalizado y a nadie se le pasa por la cabeza que haga el bolo sin cobrar", añade Jiménez, del SMAC!. "Si la banda está presentando su disco, tendrá a una persona que le lleve la promoción y al booker que se lleva un 25% por concierto. Y cuanta más infraestructura lleves, más costes". Los artistas que llevan bailarines, por ejemplo, tienen otro coste añadido, aunque como contó este periódico estos profesionales tienden a estar aún peor remunerados y llegan a cobrar 50 euros por actuación.

Cuestión aparte es la cotización de los músicos a la Seguridad Social. Cuando las bandas tienen ya cierto tamaño, se constituyen como empresa, cooperativa o comunidad de bienes y pueden facturar. ¿Y cuando no? "Se está intentando luchar para que las bandas más pequeñas que no pueden ser empresas sean dadas de alta en la Seguridad Social por el festival. Porque suelen ir sin dar de alta, de forma medio ilegal, y no pueden darse de alta como autónomos porque igual el festival les paga 300 euros", dice el cantante de Rufus T. Firefly. De acuerdo a los consultados, no es muy habitual que el festival dé de alta a los trabajadores contratados, aunque cada vez se conocen más casos. "El Primavera Sound, por ejemplo, después de determinadas collejas públicas, ha cambiado sus dinámicas. Antes te pagaban 200 euros por factura; ahora, por lo que sé, no bajan de mil, te dan de alta y te ponen cátering", añaden desde SMAC!.

Tanto público metes, tanto cobras

Los festivales manejan presupuestos millonarios. El Sonorama Ribera contó este año con 4,5 millones de presupuesto. El BBK Live, con más de diez. El Mad Cool ha asegurado en el pasado invertir veinte millones por evento. Sus ingresos proceden de la venta de entradas, la venta de comida y bebida, los patrocinios y las subvenciones, que este año han sido especialmente cuantiosas. Solo los promotores de Mad Cool han recibido 6,5 millones de dinero público: 1,4 del Ayuntamiento de Madrid, 1,1 de la Comunidad de Madrid y 4 de fondos europeos de la Junta de Andalucía.

La rentabilidad de cada evento es distinta. Este periódico ha revisado las cuentas de 2019 (antes de la pandemia) de varias empresas organizadoras. Mad Cool ingresó 13,5 millones de euros, pero declaró 1,2 millones de pérdidas, mientras que el gallego y metalero Resurrection Fest ingresó 9 millones y declaró 2,2 de beneficio. El Low Festival (Benidorm) declaró 1,8 millones de ingresos y 70.000 euros de pérdidas.

"Nosotros miramos qué bandas nos interesan y, a partir de ahí, vemos su alcance. La valoración de cuánto pagas al artista se hace en base a cuánto público puede meter. Por eso cobras", explica Alfonso Santiago, consejero delegado de Last Tour, organizadora del BBK Live, el Azkena y el Cala Mijas. "Cuando pagas a alguien grande es porque puede meter 40.000 o 50.000 personas. Hoy, por ejemplo, hemos cerrado a una banda de 1.200 euros porque mete a cien personas. Cada uno vale lo que mete. Es el mercado". Este periódico ha intentado conocer la opinión de María Durán, gerente de la Asociación de Promotores Musicales, la patronal del sector, sin éxito.

Santiago, que además de ser promotor conoce el otro lado porque lleva el management de varios grupos, entiende la fijación de los cachés como una negociación entre partes. "Nosotros no tenemos cifras fijas para nadie. El Columpio Asesino, por ejemplo, es nuestro. Si me dicen que no me pueden pagar 18.000 pero que me dan 12.000 euros, intentamos negociar, que nos paguen los hoteles... Por otra banda, Venturi, trato de cobrar 2.000. Pero si un evento me cuadra porque estamos en ruta, lo llevo por 800. Y he pagado dinero por llevar artistas míos. Hay grupos de heavy metal que pagan por tocar de teloneros en gira porque saben que les va a ver muchísima gente", continúa. "Yo puedo luchar por mi aspiracional, pero luego entras en una negociación. Depende de cuál sea tu estrategia".

El empresario pone de ejemplo a bandas estadounidenses reconocidas con cachés relativamente bajos, de 3.000 euros, que se lo permiten porque "vienen un mes a Europa y de treinta días tocan 22. Se ganan el sueldo", dice. "Tocar significa invertir en un negocio".

Entrar en la rueda

Para el batería de Birkins, Sergio Miró, esta visión tan puramente mercantil de los festivales provoca un "círculo vicioso" en el que muy pocas bandas consiguen ganar dinero. "Me consta que hay grupos que se quedan ahogados. Grupos de nivel medio que dices: ¿por qué no están en más sitios? Y es porque no entran en esa rueda. Hay cuatro o cinco grandes grupos, como Love of Lesbian y Vetusta Morla, que son los que llevan a gente. Al final el indie se está atascando y el resto no suben de liga". Miró considera que, ya que los festivales reciben subvenciones, ese dinero público podría utilizarse para compensar los fallos del sistema. "En muchos casos, se olvidan de garantizar que el promotor incluya a bandas locales. Si las incluye, no garantizan en qué condiciones sucede. Hay festivales que traen a los cuatro de siempre y que te ofrecen tocar gratis por ser una banda local".

El grupo canario Birkins

El grupo canario Birkins / Nacho González

El mercado de los cachés es bastante opaco. Pero dado que las administraciones también ejercen de promotoras es posible conocer los precios de algunos grandes artistas. Así, es público que este año el Concello de Vigo ha pagado 515.387 euros por la actuación de Sting, 287.980 euros por Dani Martín, 215.380 euros por Leiva, 176.998 euros por Love of Lesbian, 123.420 euros por Lola Índigo y 122.210 euros por Joan Manuel Serrat. Para las fiestas de Valladolid, el Ayuntamiento pagará 23.000 euros por la actuación de Edurne, 72.600 euros por el concierto de Amaia y el grupo Cariño, 96.800 euros por The Hives, 152.460 euros por Ska-P y La Regadera y 333.960 por Jason Derulo.

Desde la Coordinadora Sindical de Trabajadores Músicos luchan porque la patronal cumpla, como poco, el convenio colectivo de personal de salas de fiesta, baile y discotecas que establece un mínimo diario de 125,23 euros por artista más plus de transporte. "Lo estamos actualizando con las recomendaciones del informe del Estatuto del Artista", dice su portavoz, Juanjo Castillo. "El convenio no niega el caché, pero establece un salario mínimo y reconoce que hay una relación laboral que la patronal no quiere que exista. Los falsos autónomos existen por un sistema que han extendido los empresarios".

Concluye el cantante de Rufus T. Firefly. "Hay una sensación que tenemos prácticamente todos los músicos que tocamos en festivales y es que, generalizando, la música es lo menos importante de un festival. Siempre estás agradeciendo poder tocar, cuando a lo mejor tendría que ser el festival el que agradeciera a los grupos. Es extraño cómo nos hacen sentir. Nunca he sido cabeza de cartel y ahí seguramente el trato sea distinto, pero me parece injusto: unos son más talentosos o tienen más suerte y otros menos, pero el trabajo que hacemos es el mismo", dice. "Hay una frase que me dijo un amigo que me gusta: no lo hago por dinero, pero no lo hago sin dinero. La música es muy emocional, es una manera de expresarnos, y eso te provoca un conflicto entre el dinero y la emoción. Estoy seguro de que la mayoría de los músicos tocarían gratis si el dinero no fuera un problema".