CINE

Gaspar Noé: "La vejez es despiadada; al final siempre pierdes la batalla contra el paso del tiempo"

El director franco-argentino se erigió en un cineasta imprescindible gracias al agresivo extremismo de su cine. Ahora estrena 'Vortex', que es su obra más sobria y tierna, quizá porque también es la más personal

El cineasta Gaspar Noé, fotografiado en un céntrico hotel de Barcelona.

El cineasta Gaspar Noé, fotografiado en un céntrico hotel de Barcelona. / RICARD CUGAT

Nando Salvà

P. ¿Por qué decidió hacer una película sobre los últimos días de vida de una pareja de ancianos, y sobre la demencia senil?

R. Hace no mucho fallecieron tres personas que para mí habían sido figuras paternas: tanto el padre de mi novia como el actor Philippe Nahon, que había aparecido en mis primeras películas, murieron a causa del covid; y también perdí al director Fernando Solanas. Sus muertes me sacudieron de arriba abajo. Y, aunque Vortex no es autobiográfica, mientras la hacía no podía dejar de pensar en mi abuela materna, que sufrió demencia senil, ni sobre todo en mi madre, que también padeció alzhéimer y que, llegado el momento, murió en mis brazos.

P. Usted mismo pasó por una experiencia cercana a la muerte. ¿Quiere hablar de ella?

R. A principios de 2020 sufrí un derrame cerebral. Fue terrible, sentí dolores insoportables, y explosiones constantes dentro de la cabeza. Pensé que pasaría el resto de mi vida en estado vegetativo, siendo una carga para mis allegados. Lo único positivo de todo aquello es que, mientras estaba en el hospital, finalmente pude probar la morfina, que era la única droga que me faltaba por experimentar. Recuerdo que un día, tumbado en la cama y drogado hasta las cejas, vi Gravity en un televisor diminuto y viejo. Fue la experiencia cinematográfica más bestial de toda mi vida.

P. ¿Dejó la mala vida después de eso?

R. He dejado de fumar y ya no pruebo las drogas duras. Y, a pesar de que hubo un tiempo en el que bebía como si no hubiera un mañana, ahora solo tomo cerveza y vino en cantidades moderadas, y un chupito o dos de vodka muy, muy de vez en cuando.

"La vida me ha dado una bola extra y quiero disfrutar tanto como sea posible de lo que me queda"

P. ¿Tiene miedo a la muerte?

R. No, nunca lo he tenido. De hecho, mientras estaba en el hospital y pensaba que iba a morir, mi única preocupación era qué iba a a pasar con todos mis libros y mis colecciones de blu-ray y carteles de películas. Pero sé que pertenezco a ese 15 por ciento de población que sobrevive a un derrame y después no sufre discapacidades permanentes, así que siento que la vida me ha dado una bola extra y quiero disfrutar tanto como sea posible de lo que me queda.

P. Vortex es su película más sobria y tierna, y la menos provocativa. ¿Atribuye a su enfermedad algo que ver en eso?

R. No lo sé, tal vez. Supongo que eso es algo opinable; mi padre, por ejemplo, piensa que es la película más violenta de mi carrera. Pero es cierto que la demencia puede provocar síntomas psicóticos mucho más graves que los que muestro en ella. Cuando vas a un hospital mental y te ves rodeado de personas que la padeces, te sientes como en el medio de una película de zombis, es aterrador. La vejez es despiadada. Puedes sobrevivir a casi cualquier enfermedad, pero al final siempre pierdes la batalla contra el paso del tiempo. Sea como sea, mi intención con algunas de mis películas previas fue indignar o repugnar a los espectadores. Con Vortex, en cambio, lo que quiero es hacerles llorar.

P. Es una de las películas de su carrera que mejores críticas ha recibido. ¿Cómo se siente al respecto?

R. Creo que la razón por la que ha gustado a los críticos es que la mayoría de ellos tienen más de 40 años y, como seguramente tienen padres o males en situaciones similares a las que la película muestra, se identifican con ella. En realidad me gustan las malas críticas, me divierten mucho. A veces estoy tentado de enmarcar algunas de las que leo y colgarlas en la pared, como aquella de Irreversible (2002) en la que se me llamaba “nazi homófobo”. En realidad, las críticas no sirven para nada. Irreversible, sin ir más lejos, es la película con la que he sufrido ataques más furibundos, pero también la única de mi carrera que tuvo éxito comercial.

P. Lo cierto es que otra de sus películas, Love (2015), fue todo un éxito en Netflix...

R. Es distinto. Si Love triunfó en Netflix durante lo más crudo de la pandemia es porque es una película con alto contenido sexual explícito, y supongo que los chavales de Estados Unidos y Europa la utilizaron como estímulo a la hora de masturbarse. Y, ojo, me parece bien. Masturbarse es bueno. En mi adolescencia, yo llegaba a masturbarme dos o tres veces al día. Es normal.

"Envejecer nos da más miedo que una guerra nuclear y las religiones capitalizan ese pánico"

P. Vortex ha sido comparada con Amor (2012), de Michael Haneke. ¿Le molesta?

R. Haneke no inventó la senilidad, y yo habría hecho Vortex aunque Amor no existiera. Dicho esto, el éxito de aquella película sin duda facilitó que la mía obtuviera financiación. La vejez y la demencia son temas que aterran a los productores, y a la sociedad en general. Envejecer nos da más miedo que una guerra nuclear. Las religiones capitalizan ese pánico vendiendo la falacia del más allá, pero incluso la gente no religiosa se engaña pensando que la muerte no es el final.

P. ¿A usted le importa dejar un legado?

R. Un libro o una pintura son obras imperecederas. Pero la vida de las películas es finita, la mayoría de las que se ruedan acaban desapareciendo y a nadie le importa. Ya ni se rueda ni se proyecta en 35mm, y los rollos de celuloide que quedan acabarán pudriéndose. Y para proyectar copias digitales hacen falta unos códigos que, tarde o temprano, se perderán. No, no me importa lo más mínimo.

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