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Natalia Menéndez: "Tengo infinito protagonismo, pero no le pongo un neón a lo que hago"

La directora del Teatro Español, y las Naves del Matadero conversa sobre su carrera, su familia y la situación del teatro

Natalia Menendez, directora artística del Teatro Español y las Naves de Matadero de Madrid.

Natalia Menendez, directora artística del Teatro Español y las Naves de Matadero de Madrid. / ALB VIGARAY

Su personalidad es silente y metódica, y su espíritu, combativo en busca siempre de la equidad. Su único arma: la resiliencia. Acaban de premiarla con el Lorenzo Luzuriaga por su compromiso con la no violencia y por la integración. Es independiente (en un cargo de elección política). Conoce y ama el mar, el teatro como el mar. Es la hija de Juanjo Menéndez, Natalia (Madrid 1967), una grande sin bandera ni neón. Dirige uno de los teatros más importantes de Europa, el más antiguo de España, Teatro Español, y de nuevo con ella, Naves del Matadero. Hay un dicho en gallego que define bien su actitud ante las cosas: ir indo, que ella dice traducido del catalán (y su francés materno): “Ir haciendo”.

-Lleva años diciendo que quiere volver a actuar, ¿acaso no tiene quien le escriba un papel?

Lo que no quiero es hacer cualquier cosa, pero la apetencia está ahí.

-Hubo un tiempo en que trabajó bastante en series, y lo dejó precisamente cuando más sonaba, ¿para cuidar a su padre?

Fue en el 95, cuando me llama mi madre y me dice que mi padre tiene que “echar telón”, que es lo que se dice en teatro cuando un actor no puede seguir. Así que lo dejé todo en uno de los momentos álgidos, sí, quise ayudar a mi madre y a mi hermana con el Alzheimer de mi padre, que entonces era una enfermedad estigmatizada. Y un año más tarde ya no contaba, pasé a ser una actriz menos del montón. Me dediqué a escribir, a dirigir y a la enseñanza, y volví a la universidad para hacer un doctorado. Soy muy metódica y trabajadora, y me gusta tanto lo que hago que estrujo el día a día hasta el límite; no digo por fin es viernes.

-¿Fue el mejor papel de su vida, cuidar a su padre?

No me arrepiento en absoluto de la decisión que tomé. Cuidar de él me aportó un entendimiento sobre el ser humano increíble: cuando se pierde la palabra se gana en intuición. Es una situación que te pone en solfa todo el tiempo, y te enseña mucho sobre ti misma.

-Natalia, fue una niña bastante retraída debido, al parecer, a un problema de visión. ¿Veía plano?

Sí, porque tener un ojo tapado entorpece mucho la visión de las tres dimensiones. Y eso me hizo creer que era torpe. Pero con el tiempo recuperé el 50% de la visión, lo que me permitió dedicarme a las artes escénicas. Pero yo era y me sentía diferente: uno es a tenor de cómo percibe las cosas. Mi dio una perspectiva diferente de la vida.

-¿Fue una condición determinante para mirar hacia dentro y crecer?

Jugaba a oscuras, porque como además era muy peliculera, pensaba que me iba a quedar ciega. Observaba y tenía mucho sentido del humor. Y claro que desarrollé un mundo interior enorme. Además, mi madre nos traía discos de La Comédie-Française con cuentos dramatizados, y con todo esto yo inventaba diálogos, escribía relatos, y mi imaginación se hizo poderosa. Con unos años más, me colaba como oyente en el Conservatorio Francés, donde mi tío era director. Con él no solo aprendí dramaturgia, sino que descubrí el mar, me enseñó a navegar, y por mar llegué a La Rochelle, a Barcelona, a Cap Creus, a Dublín, a Escocia…

-Caballero Bonald, gran navegante, decía que el mar era el único lugar en el mundo donde la contemplación le bastaba. ¿Algo así siente usted?

No le puse nombre hasta mucho después, no sabía qué era lo que tanto me gustaba, hasta que lo leí y fui consciente: aquello era la contemplación, incluso la meditación; en un barco he llegado a dormir 24 horas seguidas. El mar y el teatro tienen mucho en común: los antiguos tramoyistas eran marinos expertos en máquinas, de ahí la concha del apuntador, sobre el escenario que es una suerte de cubierta de barco; los telones son reminiscencia de las velas y el Español, que es el teatro más antiguo de Europa, está decorado con motivos marineros.

-¿Cómo era ser hija de un famoso cuando los famosos eran 3, en aquella infancia tecnicolor?

Complicado, pero mi madre nunca nos educó como niñas de camerino, sino con normalidad. Mi padre era muy humilde, nada pedante y muy tímido, y el ser conocido le hacía pasar momentos molestos: “Sonríe papá –le decíamos–, no seas tan duro”. Pero sucede que la televisión produce un acercamiento muy equívoco, y hace que el público a veces se apropie del actor.

-Natalia, ¿nunca tuvo un atisbo de rebeldía?

Mi rebelión fue entrar en la Resad sin que mis padres lo supieran. Yo iba haciendo mi vida, de modo muy resiliente, nunca he sido abanderada de nada ni me gustan los pregones. Tengo aspecto de no haber roto un plato en mi vida, pero he roto vajillas enteras, a mi modo: no hablo ni invado, hago.

-¿Se siente cómoda en el reparto, segundo plano?

Tengo infinito protagonismo: el Español es uno de los teatros más importantes de Europa, pero no le pongo un neón a lo que hago. Como decía Fernán Gómez, en este país se cultiva mucho el desprecio sobre lo que hacen los demás.

-En este país, ¿por qué los puestos de responsabilidad cultural son tan políticos? ¿No cree que los asuntos relativos a la educación y formación deberían operar al margen de quien gobierne?

Cierto es que la pedagogía y la cultura son los dos ejes a través de los que se puede conseguir una sociedad de calidad, y según los responsable que elijas habrá más o menos aciertos. Yo he trabajado tanto con los populares como con los socialistas, siempre que me dejen espacio de libertad. Pero no tengo carné político, soy independiente, lo que me ha costado mucho. Me ayuda la capacidad de resiliencia, hay que aguantar mucho en la gestión pública.

-Sustituyó a Carme Portaceli en 2019 con no poca polémica y bronca, ¿le hizo daño?

Un poco. Pero yo no sustituí a Carme: ella estaba con Podemos, se le terminó el contrato y entró el PP. Lo mío era otro proyecto diferente: reunificar las Naves y el Español, devolviendo al Matadero una programación teatral.

-¿Por qué dejó la dirección del Festival de Almagro?

Llevaba 8 ediciones y pedí un aumento de presupuesto, porque ya no podía crecer, y para repetir no me compensaba. Y como me puedo permitir irme de los sitios, dimití.

-Se fue dejando la ocupación casi al 100%, ¿qué cree dejará en el Español y Naves del Matadero? ¿Qué reto se propone?

Volver a llenar el teatro, lo que está sucediendo, después del horror vivido. Impulsar la nueva creación dando a la vez más valor a lo senior, y apostar por el crisol cultural que es Madrid. Las Naves tenían una programación performática, lo que yo creo que fue un proyecto político equivocado, y ahora estamos programando teatro sin olvidar la performance, la instalación, la ópera y hasta el circo: las artes escénicas sin barreras.

-Natalia, ¿sigue obsesionada con la (pérdida de) memoria o lo ha superado?

No lo sé, creo que sí, pero te lo diré cuando me ponga con un personaje complejo.