ÓPERA
Anna Netrebko: una diva rusa en Madrid
La soprano da un recital con su marido en el Teatro Real después de meses envuelta en la polémica y cancelaciones en diferentes ciudades del mundo por su amistad con Vladímir Putin. Sobre el escenario, una nueva demostración de su apabullante capacidad vocal
Joaquín Jesús Sánchez
Madrid, enésimo día de la ola de calor. Apenas son las siete cuando cruzo, con toda la velocidad de mi rechonchez, la plaza de Oriente en dirección al Teatro Real. Me escurro por una puerta lateral y una pareja me corta el paso: "por la puerta central, gracias". Me giro sobre mis talones. Parece que me he metido por la entrada del photocall. ¿Cómo se habrán dado cuenta tan rápido de que no soy famoso?
He venido, con alpargatas y una camisa de floripondios y ukeleles, a escuchar el recital de la Netrebko. El concierto estaba programado para septiembre y fue reubicado en julio. Mientras tanto, una guerra en Ucrania, la petición de credenciales morales a los artistas rusos y toda una retahíla de dimes y diretes. Netrebko condenó los horrores de la guerra sin renegar de sus querencias putinescas (la cantante había apoyado públicamente a los rebeldes del Donbass, entre otras lindezas). Ante esto, el Metropolitan de Nueva York suspendió sus compromisos con la soprano, que ha respondido con un pleito a la búsqueda de compensación.
Una pareja descompensada
Anoche, la diva hizo su aparición con un vestido negro de tul y un tocado de plumas. Se escuchó el primer brava antes de que le diese tiempo a abrir la boca. Por delante, un programa compuesto en su mayoría por escenas belcantistas: Anna Bolena, Il trovatore, Lucia di Lammermoor, Aida, Roméo et Juliette, etcétera. La rusa conoce su apabullante capacidad vocal: susurros larguísimos aguantados sin un temblor, agudos recios, bajos profundos y una capacidad expresiva exuberante. A su lado, su compañero (y marido) Yusif Eyvazov queda como una triste comparsa. El tenor es un intérprete muy limitado, que canta todo con un trantrán monótono, como si estuviese recitando las tablas de multiplicar. Se arrancó con Di questa pira inexpresivo y tedioso, y el resto de su desempeño osciló entre lo gritón y lo aburrido.
La noche tuvo dos momentos estelares. El primero, la extraordinaria Amour ranime mon courage, un aria en la que se pasa de la exaltación al miedo, del miedo a la duda y de ella nuevamente al frenesí. El segundo, la interpretación de la escena final del primer acto de La dama de picas de Chaikovski. Milagrosamente, hasta Eyvazov estuvo bien ahí.
El elenco lo completaban Michelangelo Mazza, que dirigió a la orquesta de un modo estridente y maquinal; un correcto Elchin Azizov, barítono, y Gemma Coma-Alabert, cuya intervención fue discretísima. Al final, se ofrecieron tres bises sin apenas oponer resistencia. Netrebko, ataviada con un vestido de lentejuelas doradas y un chal bordado durante la segunda parte del recital, cantó un fragmento de La princesa gitana de Imre Kálmán con un desparpajo sorprendente. Hubo, incluso, contoneo. Eyvazov se arriesgó con la desconocidísima Nessun dorma y la velada terminó con una versión a cuatro del Non ti scordar di me, baile agarrado incluido. Costaba distinguirlo de un especial de navidad.
A la salida, cinco o seis manifestantes nos acusaron de colaboracionismo. La noche, ya ven, dio para mucho.
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