UNIVERSAL MUSIC FESTIVAL

José Mercé: luz y sangre a bocajarro

El cantaor defiende la evolución del flamenco ante un Teatro Real entusiasmado por un sonido que mezcla ‘quejíos’ existenciales con patrones urbanos

José Mercé presentó 'El Oripandó' del tirón para luego dar paso a sus grandes éxitos.

José Mercé presentó 'El Oripandó' del tirón para luego dar paso a sus grandes éxitos. / EMILIO NARANJO | EFE

Pedro del Corral

Pedro del Corral

A José Mercé le gusta mirar a la cara cuando canta. A veces, lo hace de refilón. Como si nada. Otras, en cambio, de frente. A bocajarro. Sus ojos hablan tanto como su garganta. De hecho, se complementan a la perfección cuando las palabras salen entrecortadas. A las que se le quedan anidando en el interior no les queda otra que utilizar la mirada para salir a la superficie. Esas son las que más duelen, pues transportan los sentimientos que ni la boca es capaz de pronunciar. Podría decirse que son pequeñas balas invisibles que, cuando menos lo esperas, impactan en lo más profundo de uno. Y ahí, ojo, ya es imposible aguantar el tipo. Anoche, el cantaor disparó una y otra vez. Primero, con La alegría. Después, con Primavera. Y así hasta que el Teatro Real no pudo disimular ese temblorcillo que se instaura en los pómulos tras dejar salir alguna lágrima.

Empoderado por esa garra que sólo él sabe llevar por bandera, Mercé repasó sus 55 años en la industria. Es cierto que el concierto, enmarcado en el Universal Music Festival, se centró en su último álbum, pero tampoco faltaron clásicos. Con El Oripandó, ha querido seguir investigando el flamenco. Ese género que lleva toda la vida mimando y que, ahora, ha intentado dirigir hacia otros derroteros. El resultado han sido ocho temas en los que se han dado la mano los quejíos existenciales con los patrones urbanos. Hay audacia, aunque también jondura. Pues la carrera de un músico no se basa en la nostalgia, sino en la libertad constante. Y, en la actualidad, es así cómo él siente el arte. “No es un disco al uso. Nos hemos pegado dos años preparándolo. Yo creo que ha merecido la pena”, dijo sobre un repertorio que no debe entenderse como un mestizaje, sino como un suplemento que engrandece la materia prima.

Mercé inició el concierto con 'Preludio de un nuevo día', de su último disco.

Mercé inició el concierto con 'Preludio de un nuevo día', de su último disco. / EMILIO NARANJO | EFE

Dicho esto, resulta evidente la huella de Antonio Orozco en este elepé. Él ha sido el compositor y el productor del mismo, pero eso no debe restarle méritos a Mercé: los mimbres siguen estando ahí por mucho que el paisaje sea otro. Las raíces no pueden esconderse al igual que el acento no puede ocultarse. Él es pura sangre y, como tal, se debe a sus vísceras. Cuando este domingo interpretó Preludio de un nuevo día lo dejó patente: se trata de un taranta que, lejos de ser una canción aflamencada, rebosa nervio por los cuatro costados. A ella, le siguieron el tango-rumba Tengo cosas que contarte o la bulería rockera El caminante. Que no son lo mismo que Al Alba, por supuesto. Sin embargo, el tiempo pasa, las prioridades cambian y, sobre todo, las mentes evolucionan. De lo contrario, menudo aburrimiento.

Enfundado en un traje negro, el artista aplacó con firmeza las críticas que ha ido recibiendo por parte de los parroquianos más devotos. Desde que empezó, se ha saltado la ortodoxia cuantas veces ha querido. Lo que, en parte, le ha permitido llegar a personas a los que dicha pureza podía asustar. Como ejemplo, su paso por las tablas madrileñas: durante la hora y media que duró el recital, un gallinero tan heterogéneo como ferviente se dejó llevar al ritmo de tonás, martinetes, soleares, seguiriyas, malagueñas… en las que las nuevas letras cobraron una especial dimensión. No hay que perder de vista que, curiosamente, su último trabajo es el primero autobiográfico de su trayectoria. Es un viaje hacia el interior sin paracaídas. Un descubrimiento. Y, en consecuencia, un ejercicio de sinceridad tan grande que incluso dio pudor escucharle por momentos.

El cantaor estuvo arropado por una banda de cinco músicos y tres coristas.

El cantaor estuvo arropado por una banda de cinco músicos y tres coristas. / EMILIO NARANJO | EFE

El recuerdo de su hijo Curro

“Yo sigo siendo aquel quien fuera, también quien yo debiera. Soy un hombrecito viejo y por mi padre yo me encontré”, entonó en Cuando todo empieza. El silencio se apoderó del teatro en cuestión de segundos. Entonces, el desgarro y el pellizco se volvieron gigantes. Pero no tanto como cuando se atrevió con Jamás desaparece lo que nunca parte. Quizá, esta sea la composición más alejada sonoramente de Mercé y, asimismo, la más íntima. Esta bulería por soleá habla de la muerte de su hijo Curro hace 28 primaveras. Ocurrió el Miércoles Santo de 1994 y, aún a día de hoy, no consigue mantener la emoción a raya. “Me cuesta la vida hacerla. Mi hijo no se ha ido, está aquí con nosotros”, señaló con esa sonrisa incansable que lleva de serie. Cantó con un nudo en las cuerdas vocales. Y con el corazón en el puño. Ese valor de hacerlo a pecho descubierto no está al alcance de cualquiera.

Su luminosa voz y sus ojos azules derrocharon amor durante la velada: es un artista particularmente agradecido y comprometido con su público, al que interpeló en numerosas ocasiones. Es verdad que éste estaba deseoso de escuchar sus grandes éxitos, pero hubo algo más que le reconectó con el intérprete. Tu frialdad y Aire rápidamente entraron en sintonía. Hubo improvisación. Guitarras llenas de rabia. Metal gitano. Y duende. El de Jerez sabe muy bien cómo gestionar el escenario y, aunque a veces diese la sensación de tenerlo todo mecanizado, no pudo parar esa electricidad que se instala en el esternón y no te deja casi respirar. Su flamenco se metió de lleno en el tuétano de las 1.000 almas que abarrotaron el Teatro Real. Entre vítores, grabó en su retina una imagen para la que seguramente tampoco tuvo palabras. Sólo miradas.