ENTREVISTA

Mia Couto: "La frontera entre lo racional, lo mágico y lo místico es muy frágil"

El aclamado escritor mozambiqueño regresa con 'El mapeador de ausencias', una novela que funde su memoria personal y la memoria desterrada de la historia oficial

El escritor mozambiqueño Mia Couto.

El escritor mozambiqueño Mia Couto. / Quique García

Bernardo Gutiérrez

Beira, Mozambique, 1973. Dos enamorados se arrojan a un río desde un puente con las muñecas amarradas por alambre. Él era negro. Ella, blanca. Su amor imposible les empujó al suicidio. La censura en los medios no evitó que la historia circulara. El caso de "Romeo y Julieta de los africanos trópicos" asoma al inicio de El mapeador de ausencias (Alfaguara), la última novela del mozambiqueño Mia Couto. Poco a poco, como secreto revelado, la historia "que debilitaba toda la propaganda de un Portugal sin razas y sin racismo", acaba siendo uno de los leitmotivs de una novela en la que la memoria íntima de sus protagonistas deviene memoria histórica. El drama de "un amor más subversivo que mil panfletos políticos" sirve para enredar historias que emergen en el presente desde las convulsas postrimerías del régimen colonial.

Al otro lado de la pantalla, Mia Couto, uno de los escritores africanos más reconocidos, escucha con atención, como si él fuera el entrevistador. Sus veintiocho libros, sus múltiples premios y el éxito de ventas en decenas de idiomas no han desdibujado su humildad. Conversa sobre El mapeador de ausencias, sobre la pandemia en África ("no se vivió como algo apocaliptico") y sobre música, una de sus grandes inspiraciones ("estoy poseído por la música. La única posibilidad que tengo de regresar es transformar ese sentimiento en una idea o historia").

Mia Couto, el niño que cambió su nombre para imitar los maullidos de los gatos con los que creció, el biólogo que escogió las palabras para relacionarse con la biosfera, combina como nadie la alta literatura (suena hace años a Premio Nobel) con un estilo sencillo que seduce a las masas.

Laberintos de memoria

"No me quedan recuerdos, solo sueños. Soy un inventor de olvidos". La frase es Diogo Santiago, el alter ego de Couto que protagoniza El mapeador de ausencias, un intelectual que regresa a la ciudad de Beira para recibir un homenaje. Tras años de ausencia, se ve atrapado por el remolino del pasado de Adriano Santiago, su padre, poeta y periodista. En la introducción Mia Couto confiesa que la novela está inspirada en su padre, a quien entregaron pruebas de la masacre de Inhaminga, borrada de la historia oficial. A pesar de ello, el autor sostiene que ni gente ni fechas ni lugares tienen otra pretensión que ser ficción. "La literatura permite revisitar ese pasado de una manera tranquila. No levanta miedos. No suscita acusaciones. Nos colocamos en un tiempo casi prohibido sin la pretensión de ser la única verdad", asegura el escritor.

Mi padre viene a Mozambique como exiliado político. Nosotros ya fuimos educados como hijos de la tierra. La vida de mi padre era parte de ese país que amaba"

El mapeador de ausencias recrea la guerra de liberación. "La ciudad enloqueció. Los colonos no sabían cómo enfrentar esa cosa que para ellos era el fin del mundo", matiza el autor. La novela retrata reuniones clandestinas de las toupeiras brancas (familias portuguesas afines a la independencia), como la del propio Couto. "Mi padre viene a Mozambique como exiliado político. Nosotros ya fuimos educados como hijos de la tierra. La vida de mi padre era parte de ese país que amaba, que estaba sumergido pero era un país real", afirma Couto.

La historia de la resistencia mozambiqueña va desgranándose en la novela a través de un pasado incompleto que insiste en regresar. Nada más llegar a Beira, Diogo Santiago conoce a Liana Campos, la hija de Almalinda, la joven que se lanzó al río amarrada con su amante. Y descubre que aquella mujer no murió y que pertenecía al entorno subversivo de su padre. La memoria y el olvido del caso de Almalinda sirven de metáfora del propio país. "En Mozambique, el proceso de selección de lo que va a ser memoria u olvido es flagrante. Hay una obsesión para crear una nación, y para eso hay que olvidar cosas. Hubo élites regionales que se beneficiaron de la esclavitud. El ejército colonial tuvo a sesenta mil negros luchando contra la libertad de su propio país. Un millón de muertos de la guerra civil.... Por consenso, se pensó que era mejor un pacto de silencio. Mi país es un fabricador de un olvido innecesario", afirma.

El papel de la iglesia fue de "complicidad con la opresión"

Couto rehuye de purificar el pasado. No defiende el movimiento que tumba estatuas de políticos coloniales y esclavistas. "El pasado tuvo sus manchas y no pueden ser glorificadas. Lo que hace falta es levantar otra estatua que muestre el otro lado y lecturas diversas de la historia para educar a la gente". En El mapeador de ausencias nada es prístino ni ideal. A pesar de que, en palabras de Couto, el papel de la iglesia fue de "complicidad con la opresión", la novela describe cómo unos padres sacan del país las pruebas contra la matanza de Inhaminga. Además, ayudan a Almalinda a salir rumbo a Lisboa. "Siempre hubo una parte de la iglesia que se sacrificó. Algunos padres pagaron en su carne el precio de la insubordinación", matiza el autor.

Tiempo otro

En el texto, la historia flota sobre un tiempo otro. "En la pesca, quien espera no es el pescador: es el propio tiempo", escribe el protagonista. La vida pasada del poeta Adriano Santiago emerge con vigor, vía los informes del inspector Óscar Campos, el abuelo de Liana. La trama se va impregnando de la historia de Almalinda, que volvió a Beira para trabajar en un club nocturno. La fuerza narrativa de la novela reside en lo no lineal, en fragmentos de historia que van encajándose. "El tiempo circular tiene que estar presente. En África, no existe la narrativa de principio y fin. El tiempo está marcado por esta conversación entre los vivos y los muertos", asegura Mia Couto.

Por si fuera poco, el tiempo otro se condensa en la amenaza de un ciclón que puja por ser personaje. "La naturaleza no es el paisaje, el escenario donde ocurren cosas. Es un personaje de la historia. Tiene presencia activa. La tierra tiene alma. Puedes hablar con la tierra, con los ríos. El mar dice cosas. No es una visión poética, es visión cotidiana de lo que aparentemente no está vivo", afirma el autor.

Los personajes de Mia Couto hablan con aroma de leyenda: "No es el río que camina para la desembocadura. Es el mar que desagua en los ríos", reflexiona un pescador en la novela. En sus primeros libros, Couto inventaba palabras para demostrar que "existe otra manera de pensar y de ver el mundo". Los elementos no racionales provocan que se catalogue su obra como mágica o animista. "La literatura europea está cargada de esa magia, por ejemplo, en Kafka. Esta frontera entre lo racional, lo mágico y lo místico es muy frágil. La relación con los sueños en Europa y Estados Unidos está oprimida por el pensamiento mecanicista. No se autoriza que otras racionalidades puedan convivir".

Pandemia y África

Para reforzar sus argumentos, Mia Couto explica que el gobierno de Mozambique invitó a los chamanes al consejo creado para abordar la pandemia. "Los chamanes dijeron que desconocían la lengua del virus y que si alguien la descifraba, que se la enseñaran, porque querían hablar con él. El virus también está con miedo, decían, y quiere estar bien con nosotros". Couto explica que aprendió mucho en el consejo de la pandemia del que forma parte: "El abordaje no es machacar al enemigo, esa visión casi militarista de la medicina, sino procurar formas de armonía".

Mucha gente dice que echa de menos los abrazos, pero ya no se abrazaba tanto. Tenemos nostalgia de algo que ya no estaba tan presente"

Sobre el mundo pospandemia, el escritor es pesimista. Lamenta que el dinero vaya para los grandes laboratorios y no para construir buenos servicios públicos. "Mucha gente dice que echa de menos los abrazos, pero ya no se abrazaba tanto. Tenemos nostalgia de algo que ya no estaba tan presente. Ya no nos mirábamos tanto unos a otros a los ojos".

En las obras de Couto, África llega a sorbos. Es un sabor. Una mirada. Una pequeña historia. Al final de la novela se cuenta que en las noches de luna llena, mujeres voladoras se confunden con las estrellas fugaces. La leyenda se retoma para contar como Almalinda, que en realidad fingía ser prostituta en el club nocturno para ocultar su profesión de espía del gobierno portugués, intenta suicidarse de nuevo. "Debía de ser una principiante, porque desconocía el arte de volar. Saltó del quinto piso, dio dos brazadas y luego se precipitó sobre la carretera", afirma el guardia del cementerio de Almalinda.

África se invoca en detalles, en miradas-leyendas sobre la tierra, en sagas familiares que dipersan la sangre. "En África no hay distancias, sino profundidades", escribe el protagonista de El mapeador de ausencias. No existe una África, sino tres, la lusófona, la anglófona y la francófona, sostiene Couto: "Nosotros mismos, que deberíamos tener en África un centro grande de divulgación de nuestra propia obra, la desconocemos". En su opinión, a pesar de la concesión del premio Nobel al tanzano Abdulrazak Gurnah, la literatura africana no tiene el reconocimiento que se merece. "Con la excepción de Ngugi wa Thiong’o, que escribe en kikuyu, pocos escritores africanos que escriban en sus lenguas tienen reconocimiento", afirma.

La África de Couto vive y resuena en sus historias. Desde su prisma sí se vislumbra un horizonte continental. Historias que, como las que exporta el mundo occidental, podrían ser consideradas universales. Almalinda no se suicidó: murió asesinada. No era una espía del régimen, sino una agente doble enamorada de un disidente de izquierda. Cuando el comisario Óscar Campos descubre que el gobierno ejecutó a su hija, abandona al régimen. Se pone del lado de su hija, de quien había renegado en vida. Un país llamado Mozambique asoma a la trama. Justo entonces, cuando el pasado-ya-es-presente, al final de la novela, llega el ciclón.