Las críticas de cine de la semana: 'Llenos de gracia', 'Promesas en París', 'Un amor en Escocia', 'Black Phone'...

De monjas, niños y fútbol

Una película de monjas y niños. Es una combinación que por alguna razón siempre funciona, aunque a estas alturas pueda resultar cargante. Por supuesto, estamos en el territorio del cine social buenista, ese que expone los problemas con un poco de comedia y de dulzura para que todo duela un poco menos, para que nos divirtamos y pasemos un buen rato. El esquema tampoco es que sea demasiado nuevo, véase Los niños del coro, película que se fusila sin compasión intercambiando en este caso la música y las canciones por el fútbol.

Pero como hemos dicho, la combinación, si está bien orquestada, si hay un director apañado detrás y un buen elenco actoral, funciona. En este caso, el director apañado es Roberto Bueso, que ya demostró frescura y amabilidad con su ópera prima, La banda, y en cuanto al buen elenco actoral, si está capitaneado por Carmen Machi, poco se puede añadir, porque es una de esas pocas intérpretes capaces de convertir todo lo que toca en oro. No hay película que no sea capaz de levantar la Machi con su sola presencia.

Añádase el elemento nostálgico de los años 90, las canciones pop (aunque no vengan a cuento) y que esté basado en una historia real, la del jugador Valdo Lopes y la hermana Marina, que lo alentó a convertirse en profesional, y ya tenemos todos los ingredientes para hacer una película con sus dosis justas de espíritu de superación, buenos propósitos y un poco de esperanza en el ser humano, que dadas las circunstancias, buena falta nos hace. - Beatriz Martínez

La carga vírica del poder

En su segundo largometraje, Promesas en París, el francés Thomas Kruithof continúa la exploración de los entresijos del poder político que emprendió en Testigo (2016), en concreto fijándose en los trapicheos, la cínica diplomacia y las puñaladas por la espalda que configuran la cotidianidad de nuestros líderes, y en los niveles de ambición capaces de arruinar hasta al representante público más decente. Para ello contempla a la alcaldesa de una empobrecida localidad cercana a la capital francesa, que ve amenazados su integridad y su compromiso con las necesidades urgentes de sus vecinos cuando, en el tramo final de su carrera, se ve tentada por la posibilidad de ostentar el cargo de ministra.

Mientras escenifica una sucesión de alianzas y traiciones, la película va abandonando el estudio psicológico de su protagonista para adentrarse en el territorio del thriller, y eso significa que acaba funcionando a medias como lo uno y como lo otro. Entretanto, tanto el rigor con el que Kruithof centra su atención en la faceta profesional de sus protagonistas como la abundante jerga política con la que la adereza mantienen la película alejada de dramatismos convencionales. Nada de eso, en cualquier caso, le impide sumirnos en un estado sostenido de tensión mientras contemplamos contradicciones, miserias y maquinaciones, ni hacernos sentir el mismo desequilibrio que sus personajes sufren al tratar de hacer pie entre el idealismo y el cinismo. - Nando Salvà

Nadie tiene que saberlo

Esta película sobre la memoria, el amor y los secretos tiene tres títulos: el original francés, L’ombre d’un mensonge (La sombra de una mentira); el que ha recibido en España, Un amor en Escocia, y el que mejor la define, el título inglés para el mercado internacional, Nobody Has To Know (Nadie tiene que saberlo), que es también el título de una hermosa canción del grupo Spain grabada en 1999 y que se escucha, dándole aún mayor sentido, en los créditos finales.

Porque de eso se trata en este filme de luz otoñal y movimientos pausados, de que nadie sepa aquellas cosas que son relevantes para los protagonistas. Phil es un hombre belga, maduro, curtido y con el cuerpo tatuado que se ha recluido en una comunidad presbiteriana en la isla escocesa de Lewis, un lugar tan bello como encerrado en sí mismo. Un día sufre una apoplejía. Se recupera físicamente bien, pero ha perdido la memoria. La hija del granjero para el que trabaja, apodada por todos la Reina de Hielo por su evidente frialdad emocional, se encarga de cuidarle y acaba confesándole que eran amantes. A partir de aquí, el director, actor y pintor belga Bouli Lanners, quien también encarna al protagonista, traza un sencillo y bien tramado relato en claroscuro sobre los recuerdos vividos o imaginados, el engaño, el sentimiento de culpa y la nostalgia, la vida en las comunidades cerradas, el respeto y la identidad. - Quim Casas

Monstruos, traumas y un sótano

Como la que lo convirtió en referente del cine de terror moderno, Sinister (2012), la nueva película de Scott Derrickson habla de niños que luchan para sobrevivir y niños convertidos en fantasmas, incorpora imágenes de videos caseros perturbadores, hace alusiones obvias al imaginario de Stephen King -el autor del relato en el que se basa, Joe Hill, es hijo de King- e incluye un estupendo trabajo de Ethan Hawke, aquí en la piel del asesino enmascarado que siembra el pánico en una comunidad y, sobre todo, en el adolescente al que mantiene secuestrado en el sótano.

Black Phone puede definirse como un clásico relato sobrenatural de muertos que regresan al mundo de los vivos para saldar cuentas, pero también como un retrato de inocencia perdida -en concreto, robada- y tránsito a la adultez, y como un estudio de la solidaridad entre hermanos y el impacto que los abusos de los padres tienen sobre los hijos, y como un ejercicio de nostalgia cinematográfica, y como una alegoría religiosa. Y pese a que Derrickson logra envolver el metraje de una atmósfera de amenaza y puntuarlo con efectivos estallidos de violencia, y que entretanto exhibe imágenes deslumbrantes y movimientos de cámara precisos, en última instancia la película funciona como una conexión de ideas que no consiguen ser exploradas ni conectadas entre sí. No llega a tener claro si su propio objetivo es reflexionar sobre aquello que nos convierte en monstruos o simplemente provocarnos sustos. - Nando Salvà

Un ejercicio de neorrealismo 'noir'

Hay tanto de cine policiaco hard boiled como de neorrealismo en esta sorprendente película sobre la lucha contra el narcotráfico en Irán. En las primeras secuencias, la de la redada y las posteriores en la cárcel donde los adictos al crac detenidos se amontonan, medio desnudos, en celdas cochambrosas y asfixiantes, el neorrealismo es ley. Es difícil discernir si las decenas de figurantes son eso, figurantes, o drogadictos reales que miran al vacío sin ver y se mueven como zombis.

Con un ritmo inicial trepidante y un desarrollo posterior que se toma su tiempo para retratar a los personajes principales –dos policías enfrentados entre ellos y un poderoso narcotraficante– en los escenarios lúgubres de la cárcel y la comisaría, el director Saeed Roustayi se distancia de lo que en Europa conocemos del cine iraní para ofrecer un retrato musculoso, realista y en absoluto moralista del problema.

El filme compitió en Venecia en 2019, su estreno en Irán fue un gran éxito, quedo parado por la pandemia y en 2021 ganó en el festival de Reims, consagrado al cine negro. Y es eso, una brillante pieza noir que contempla sin ambages, frontalmente, el conflicto del que habla, trufada de grandes momentos como el del interrogatorio a la expareja del traficante, la redada inicial o todo lo que concierne a un niño de 12 años a quien su miserable padre quiere inculpar para librarse él de la cárcel. - Quim Casas