ENTREVISTA

Luis Harss: "Escribo como si me fuera llevando la calesita"

El escritor, nacido en Chile hace 85 años y uno de los últimos supervivientes del 'boom' de la literatura hispanoamericana, publica en España 'Solamente una vez' (Editorial Medusa)

El escritor de origen chileno Luis Harss

El escritor de origen chileno Luis Harss

Juan Cruz

Juan Cruz

Su fama la debe a un libro extraordinario, Los nuestros, publicado en 1966, que consolidó la potencia del más impresionante hallazgo literario que haya conocido la lengua española, el boom de la literatura hispanoamericana. Ahora, el autor de aquella hazaña editorial premonitoria, Luis Harss, 85 años, nacido en Chile, argentino, uruguayo, que ha vivido en gran parte de América Latina y desde hace años residente en un remoto lugar de Estados Unidos, es uno de los dos supervivientes de aquel fenómeno que él desveló, cumpliendo un encargo editorial norteamericano que lo llevó a encontrarse, cuando aún eran jóvenes, con Gabriel García Márquez, Juan Carlos Onetti, Julio Cortázar o Mario Vargas Llosa, su coetáneo peruano, que además tiene su misma edad y es el otro superviviente de aquella historia que se llama boom.

Durante muchos años, Harss se ha dedicado igualmente a la literatura, pero aquel fenómeno, el boom, ha opacado ante la sociedad literaria y ante la prensa cualquiera de los intentos de divulgar su propia obra, hasta el punto que muchas veces ha tenido que autoeditarla. Ahora ha encontrado en España a Editorial Medusa, donde el responsable de esa nueva empresa de libros, David Gálvez, abre su colección con una obra de una belleza insólita, Solamente una vez, en la que Harss cuenta su vida rica en acontecimientos personales que ofrece como si fueran vividos otra vez, con una prosa que desafía los olvidos del tiempo.

La obra lleva un prólogo de Xavi Ayén, principal estudioso español del boom. Esta entrevista se la hicimos a Harss por teléfono. Como es de justicia, la conversación no versa en absoluto sobre el abrumador fenómeno al que le debe la fama sino sobre su libro, que es su autorretrato de hombre tímido al que marcó una infancia de viajes contados como si estuvieran pasando ahora mismo. Leer el libro es verdaderamente tocar a un hombre, una combinación de sueño y realidad en una atmósfera que refleja hallazgos de Rulfo y reflejos del autor de Cien años de soledad, obra maestra que, por cierto, Harss ayudó a publicar.

P. Este libro está lleno de sueños. ¿Sigue teniéndolos?

R. En realidad, no. Eso paró hace muchísimos años. Fueron cosas de juventud. Hoy tengo otros sueños, pero no ese sonambulismo del que hablo en el libro…

P. ¿Cómo logró retenerlos?

R. En algunos casos, tomaba notas. Uno puede entrenarse: anotar al despertarse. Tengo muchos cuadernos con notas de esas.

P. En el libro están encadenadas varias épocas, el ritmo es constante. ¿Los planeó?

R. Yo tengo una forma de trabajar: me imagino que estoy en una especie de sueño, con una música constante. Recuerdo que, en una de sus entrevistas, Ingmar Bergman dijo que quería que sus películas fueran como un sueño o como el agua que corre. Yo pienso así y trato de que haya una especie de secuencia onírica constante. Desde luego que hay muchas cosas inventadas en el libro, cosas que son inventadas para ese sueño.

Cuando trabajo estoy en una especie de sueño, con una música constante

P. ¿Así ha conseguido la unidad casi poética de la escritura?

R. Quizá porque lo escribí en bastante poco tiempo. Fueron unos seis meses, más o menos, algo que para mí es muy rápido. Tenía como una sombra que me acompañaba. O, bueno, tal vez no era una sombra sino una luz que me guiaba. Estuve también todo ese tiempo en un mismo estado de ánimo, simplemente porque me gustó recordar, fíjate. Emprendí un camino y después como que no podía regresar.

P. El ritmo, la música, jamás decae. ¿Escribió el libro y luego lo leyó en voz alta?

R. No, no leo nunca las cosas en voz alta. Escribo y luego leo con mi voz interior, eso sí. Para mí es muy importante mantener el ritmo del habla, pero trato de evitar caer en frases hechas o en un tono literario premeditado. Pero yo siempre he vivido fuera de la literatura, no hablo un lenguaje literario y, cuando escribo, trato de mantener un tono hablado. No excesivamente coloquial, pero sí una cierta naturalidad. Como si le estuvieses contando a un amigo tus recuerdos.

P. Habla de la infancia y de la adolescencia como si hubiera una hermandad entre ellas.

R. Sí. Pero… mira: yo no soy muy tanguero, pero voy a citarte un tango que dice que el tranvía siempre lo gira el caballo de la calesita. Bueno, pues yo voy en esa calesita. La calesita es la que me va llevando.

P. En esa calesita va con usted toda su familia.

R. Son los personajes importantes de la infancia, ¿no? Pero quería mostrar esa especie de soledad en la que yo me crié, siendo un poquito distinto, un poquito raro en el mundo. Bueno, cómo uno se relata a veces es distinto de cómo uno es. Pero en el relato siempre hay cosas que se van hilvanando y conducen a lo que uno es o a lo que uno quiere ser, pero no son exactamente eso. Es una versión más organizada de nosotros.

P. ¿Cómo se han mantenido en su memoria esos personajes?

R. Ah, muy sencillo. Mi madre murió a los 99 años. Fue una mujer muy difícil, con la que siempre tuve una relación muy ambigua, pero evidentemente fue una presencia constante en mi vida. Era una persona muy caprichosa, muy voluntariosa. Tenía demasiada plata. Y la gente con plata se vuelve así, voluntariosa, ¿viste? En cambio, mi abuela era una persona totalmente austera, siempre manejaba sus negocios de manera muy severa. Como ella era: siempre muy ordenada, vestida con zapatones, medias gruesas… Y mi padrastro tuvo un papel difícil conmigo. Porque yo no lo quería nada, lo consideraba un estúpido, un mediocre, un imbécil… Cosas de chicos, ¿no? Creo que él me tenía celos, porque para mi mamá yo era lo más importante. Y él tuvo que manejarse dentro de esa situación toda su vida. Y mi padre… Mi padre era un personaje ausente, siempre en el trasfondo. Se murió en el año 60 y yo era muy joven.

P. ¿Y no añora haber tenido con él una mayor relación, aparte de la epistolar que, por la parte que le toca a usted, fue tan desdeñosa?

R. Y yo lo lamento. Es una de las cosas que me dan mucha pena: haber estado tan influido por las actitudes familiares de mamá y de la abuela. Cuando ya fui grandecito, cuando yo ya estudiaba en Estados Unidos, llegamos a establecer una amistad un par de años antes de que él se muriera. Pero, bueno, no nos podíamos ver tanto.

P. Da la impresión de que cuando usted vivía con su madre y con su abuela, pasara lo que pasara, usted tenía siempre la sensación de estar en el paraíso.

R. Mi hija, cuando leyó el libro, dijo lo mismo. Pero he de decir que esa época no siempre fue paradisiaca. Porque estuve en colegios internos, tenía una relación distante con mis padres… Incluso en Punta del Este, en la playa, con el sol de las vacaciones, yo tenía una sensación de asfixia. Veía a los amigos de mi padre y me parecían gente despreciable. Y no los conocía tanto, no. Pero me parecían gente mediocre o estúpida. Años después, cuando les conté a unos amigos mis vacaciones en Punta del Este, me dijeron: "¡Ah, Punta del Este: la peor gente!". Pues sí, la peor gente andaba por ahí y a mí me molestaba muchísimo. Era esa clase media argentina, detestable, que pasaba sus vacaciones en Uruguay. Pero, mira: el otro día me preguntaba por qué no vivo yo en Punta del Este, jajajaja.

P. El libro es un viaje argentino en el que está también la sombra de Perón.

R. Yo me crié en pleno peronismo. Era una época de mucho ruido, con camiones haciendo anuncios por la calle, que no dejaban pensar. Ese fue el trasfondo de mi infancia. También vio eso Cortázar, ¿sabes? Aunque él es de otra generación, nació en 1914, también se dio cuenta de ese ruido.

Me crié en pleno peronismo. Era una época de mucho ruido, con camiones haciendo anuncios por la calle, que no dejaban pensar. Ese fue el trasfondo de mi infancia

P. Es curioso: cuando usted descubre los trasatlánticos empieza a escribir cuentos como los que Cortázar hizo para su libro Los premios.

R. Bueno, era la época de los trasatlánticos. Los premios es una antología de los porteños de esa época. Una época que duró mucho tiempo, eh, por eso la vivió él y por eso la viví yo.

P. Cuando conoció a Cortázar, ¿evocó esos recuerdos con él?

R. No, en realidad no. Para nada. Yo lo conocí a Cortázar como entrevistador y hablamos siempre de su obra. Una obra que tuvo muchísima influencia en mí. Porque cuando leí Rayuela todo fue una revolución y gracias a eso a mí me dieron ganas de escribir.

P. En el libro hay una pieza sobre la muerte de Evita que no es solo un ejercicio de memoria sino una especie de fantasía literaria.

R. ¿Te refieres a la figura de Evita mezclada con la Virgen? Eso debió ser una fantasía, sí. Pero es una forma de realidad social argentina. La figura de Evita fue muy curiosa. Yo viví un año en la capital de Guatemala y había un curandero muy famoso que en el cuarto donde trabajaba tenía dos bustos: Tito, el de Yugoslavia, y Evita. Uno no tenía que ver con la otra, jajajaja. Pero ahí los tenía. Evita era de lo más estridente del peronismo y estaba en todos lados.

P. Cuando conoció a Curzio Malaparte

R. ¡No puedo decir que lo conocí! Lo vi en alguna conferencia y eso, pero me marcó muchísimo. Porque tenía el talento de convertir el horror en una especie de policía sanguinaria…. De chico yo leía a Curzio Mapalarte con la misma devoción con la que leía la historia del Pato Donald, jajajaja. Yo leía cualquier cosa. Los libros de Tarzán también. ¿Sabes que el personaje literario más importante de mi vida era Tarzán? Porque yo me identificaba con su soledad, hijo de náufragos, criado por los monos en la selva y que volaba. Pero al mismo tiempo leía los Anales de Tácito. Así era yo.

P. Y en un momento determinado le golpea el cine.

R. Sí. Es que era la época en que el cine era el gran entretenimiento popular. En el festival de cine de Punta del Este veía llegar a actores europeos… casi todos franceses, en realidad. Veía películas de acción, películas con desnudos de mujeres… Eso a mí me marcó muchísimo, sí. Pasaba días enteros en el cine. Es que había cines continuados, no sé si había eso en España. Y dentro del cine la vida parecía interminable.

P. Su vida era como la del niño de Cinema Paradiso.

R. Sí, algo así. Pienso que sin el cine yo hubiera tenido una imaginación muy distinta. Cuando yo fui a París por primera vez, a los veinte años, me parecía que yo ya había estado ahí. Porque había visto esas calles en el cine. Porque ellos filmaban en las calles, no en los estudios, como en Hollywood.

P. Al final del libro está la esencia de su historia: "mira bien cada momento porque pasa solo una vez".

R. Lo que más lamento es haber sido descuidado con la gente que he conocido. Y no puedo recuperar los momentos en los que pude no haberlo hecho.

P. ¿Va a continuar la prolongación de esta vida en un libro próximo?

R. No, no lo he pensado todavía. Es que para este libro ya tenía muchas notas. Como de 20 años. Muchas. Fui acumulando esas notas y un buen día dije por qué no junto esas cosas. Y lo hice. Pero ahora no tengo más notas, así como de recuerdos. No sé, tal vez un día continúe, pero ahora no lo sé.

P. Vargas Llosa le recuerda muy bien con su magnetófono roto mientras lo entrevistaba en París.

R. ¡Y, sí! Fue cuando yo estaba haciendo Los nuestros, recopilando conversaciones. Yo tenía una grabadora muy difícil de usar, complicadísima, era una previa al uso de las cintas. Bueno, conversamos Vargas Llosa y yo y… resultó que no se había grabado nada. Pero luego él tuvo la generosidad de volver a darme la entrevista.

P. Usted y él nacieron en el mismo año y hoy son los únicos supervivientes del boom.

R. Es la pura verdad, sí.

P. Hace unos 20 años le pregunté a Tomás Eloy Martínez si le conocía y me dijo que sí, que hacía poco había conversado con usted en un encuentro fortuito en Buenos Aires. Dijo que era usted una persona afable, buen conversador, pero tímido.

R. No lo sé. Puede que de chico sí. Pero fui profesor y un profesor no puede ser demasiado tímido. Bueno, recuerdo que una vez sí tuve un ataque de timidez, pero después se me pasó.

P. Este y los libros que vendrán quizá sean los verdaderos nuestros de Luis Harss.

R. Posiblemente. Hay un libro que tú conoces, que se llama Momento de vida, que está hecho de fragmentos de cosas que no están terminadas. Bueno, pues este tiene cosas de aquel. Lo de Punta del Este, por ejemplo. Hay otro que ya está listo, que se publicará en unos dos años, que se lo di ya a David [Gálvez, el editor] y que se llama El hijo del amor.

P. Llevamos 50 minutos hablando y no hemos hablado de Los nuestros.

R. ¡Qué maravilla! Logré librarme.   

'Solamente una vez'

Autor: Luis Harss

Editorial: Medusa Books

184 páginas. 19 euros.