'Deliranza'

Patricia Guerrero, Premio Nacional de Danza: "El tablao es como una terapia. Si tienes un mal día vas, bailas y sales nueva"

La bailaora granadina prepara el estreno de su nueva obra, en la que profundiza y reflexiona sobre el propio proceso de creación

"Este último tiempo había leído mucho a Henri Bergson y Peter Handke, y todo esto está en 'Deliranza'"

"Este último tiempo había leído mucho a Henri Bergson y Peter Handke, y todo esto está en 'Deliranza'" / ALBA VIGARAY

Ángeles Castellano

Ángeles Castellano

Hija de profesora de baile y de futbolista, cuando Patricia Guerrero (Granada, 1990) era una niña y escuchaba música, el cuerpo le pedía crear movimientos. Tenía sólo tres años cuando comenzó a expresarse a través de la danza en la academia de baile flamenco de su madre, y le gustó tanto que quiso seguir aprendiendo. Pero no quería ir al conservatorio. Su madre intentó matricularla, pero ella lo rechazó. Quería bailar, pero prefería hacerlo a su propio ritmo y con libertad. Aprender de grandes maestros, pero lejos de la formación reglada. Años después, sin embargo, sí quiso ir a la universidad y vivir, en Sevilla, en un ambiente de estudiantes, mientras se curtía en Los Gallos, uno de los tablaos más reconocidos de la capital andaluza.

Hoy, aquella niña peculiar que quería bailar es toda una Premio Nacional de Danza en la categoría de interpretación, y estas semanas vive inmersa en la vorágine del estreno. De un estreno que presenta con su propia compañía y en el que trabajan junto a ella un equipo de 16 personas, entre personal técnico y artístico. A veces le cuesta encontrar las palabras exactas para describir el momento en el que se encuentra o las emociones que le han llevado a crear Deliranza, una obra que estrenará a finales de este mes. Siempre le ha interesado tratar, a través de su cuerpo, sus reflexiones en torno a la belleza, el uso del tiempo o los conflictos internos que vive como artista. Ahora ha elegido concretarlas en torno al propio proceso creativo, que cuenta a través de una ensoñación en la que intenta explicar su momento vital, a la manera de Alicia en el país de las maravillas.

"En esa ensoñación trato de contar lo que estoy viviendo ahora mismo. Cómo el baile es casi una obsesión, el conflicto por querer llegar rápido al resultado, el parón que provocan los juicios -propio y ajeno- al trabajo, el luto que se vive por las ideas que descartas, el resurgir del resultado final que es una especie de fiesta... Todo a través del flamenco", explica Guerrero mientras desayuna en Madrid una mañana, en un paréntesis de los ensayos para presentar en el Teatro Real Esencial, una pieza de formato reducido que, reflexiona, está contaminada de Deliranza de una manera inconsciente, por coincidir en el tiempo.

Por primera vez, la compañía que puso en marcha en 2013 -cuando estrenó Latidos del agua- trabaja en un espectáculo en el que la música ha sido creada ex profeso por los cinco músicos, comandados por el guitarrista Dani de Morón, a partir de las propuestas de movimiento que llevarán a cabo ella y su cuerpo de baile. Una creación conjunta, dice, que se aplica tanto a la música de Deliranza como al baile. Guerrero explica que ha los siete bailaores que ha buscado no ha sido para que conformen un conjunto sincronizado, a la manera de los ballets flamencos, sino para contar con siete solistas capaces de componer un personaje a partir de sus propuestas.

Un proceso que arranca hace año y medio pero que, en realidad, se fragua un poquito antes. "Ese momento de tranquilidad, de parar, de estar en mi tierra durante el confinamiento me permitió madurar lo suficiente para arrancar este proyecto", reflexiona, refiriéndose al encierro forzoso al que la pandemia de Covid-19 condenó al mundo en la primavera de 2020. "A mí en ese tiempo me sanaron más cosas que lo que me restó el encierro".

Le acompañaron lecturas que serían decivisas, de autores como Henri Bergson y Peter Handke, que la situaron en un camino de reflexión sobre el tiempo y la belleza. Pero también quiso, antes de abordar esta nueva creación, conocer sus propios límites. Y para hacerlo recurrió al butoh, una disciplina japonesa nacida tras la Segunda Guerra Mundial y explorada por otros bailaores -Israel Galván recurriría a ella en El final de este estado de cosas, redux, en 2008- y que precisamente ayuda a conocer, a través de la expresión corporal, lo que mueve al individuo, y no tanto cómo se mueve. Guerrero, que ya había tenido algún contacto con la disciplina, hizo un curso de la mano del maestro Coco Villarreal. "Quería saber dónde estaba mi cuerpo, hasta dónde podía llegar, cuáles eran mis límites, en las emociones y en el esfuerzo físico".

A todos estos elementos, y con la dirección escénica de Juan Dolores Caballero, con quien ha trabajado ya en diferentes montajes, Guerrero suma el flamenco como manera de hilvanar Deliranza. "La obra tiene soleá, que es la liturgia del flamenco, un jardín de las castañuelas, los tangos de la duda, una carrera canastera...", explica.

"El tablao es un templo"

Como creadora, Guerrero se siente libre para explorar sus límites físicos y mentales y agrandar el flamenco aprendido con movimientos tomados de otras disciplinas, o incluso inventados. Defiende que el flamenco es un arte vivo, joven y dinámico, y que, particularmente en el baile, vive un momento de ebullición.

A pesar de que siempre ha querido sentirse libre, reivindica los códigos heredados para recrearlos en espacios como los tablaos. "El tablao es un templo", afirma. "Yo cuando bailo en un tablao, que me gusta seguir haciéndolo de vez en cuando, no quiero incorporar otros códigos, porque estoy bailando lo que me cantan y lo que me tocan". Aunque suelen ser espacios un tanto denostados por ser su público fundamentalmente extranjero -turistas- y por lo tanto en teoría poco aficionados al flamenco, Guerrero no sólo cree que es una gran escuela para los bailaores, sino también un espacio fundamental para vivir el flamenco. "Es un lugar de improvisación total, porque hay días que ni siquiera sabes quién te va a acompañar en el escenario hasta que subes a él", explica. Además, tener un público reducido y a una escasísima distancia obliga a los bailaores a la excelencia. "El tablao es como una terapia para mí. Si tienes un mal día vas, bailas con esa profundidad a la que te obliga y sales nueva", sentencia.

Guerrero, como tantos otros bailaores, se sirvió de la oportunidad de tener un lugar más o menos fijo en un tablao para tener holgura económica mientras acudía a la universidad, donde estudió Educación musical. "Me apetecía vivir ese ambiente", explica sobre su decisión de graduarse. "Fue una experiencia muy bonita, me enriqueció de otra manera".

Patricia Guerrero presenta 'Deliranza'

EFE

También en un tablao conoció a Rubén Olmo, actual director del Ballet Nacional de España y pieza fundamental en su carrera. Olmo, Premio Nacional de Danza en 2015, compaginaba su trabajo en el Centro Andaluz de Danza, donde fue maestro entre 2008 y 2018, con apariciones como bailaor en Los Gallos. Allí la vio bailar por primera vez, justo una semana antes de que ella se convirtiera en su alumna. Olmo cuenta que Guerrero se presentaba en clase completamente ajena a los códigos de los estudiantes de danza. Estos suelen vestir tonos neutros o de negro, y ella se presentaba con mallas de colores o dos coletas con pompones. "Nuestra relación es muy especial, siempre confió en mí", confiesa Guerrero con una sonrisa. "Yo me ponía a bailar y lo cogía todo al vuelo, y él me ponía como ejemplo". Cuenta con ilusión que pasó muy poco tiempo entre ese primer contacto y el primer ofrecimiento de Olmo a que se uniera a su compañía para el espectáculo Tranquilo alboroto, estrenado en 2010.

Hasta llegar al Centro Andaluz de Danza, toda la formación de Patricia Guerrero en el baile había sido informal. Primero con su madre, María del Carmen Guerrero (que, paradójicamente, ahora se forma con su hija como maestra en algunas ocasiones). Después, en la escuela del añorado Mario Maya, gran bailaor, coreógrafo -fundador de la Compañía Andaluza de Danza- y maestro de bailaores. Pero también con el primer bailarín del Ballet Nacional de Cuba Andrés Williams, exiliado en España. "Tenía una libertad y una frescura que me encantaba, incluso en la danza clásica, que es tan estricta y tan técnica", recuerda.

De la mano de Olmo llegaría a ser primera bailarina del Ballet Flamenco de Andalucía (que dirigió entre 2011 a 2019) y desde 2021, además, protagonista de La Bella Otero, una obra aún en cartel que Olmo dirige para el Ballet Nacional de España, y en la que encarna al personaje durante su juventud. "Para mí esta experiencia ha sido inigualable", reconoce. "Jamás pensé que pudiera ocurrir algo así, sin tener formación clásica formal o de danza española. Imagínate: estos bailarines hacen escuela bolera, danza estilizada... Yo no tengo la técnica de las zapatillas, por ejemplo. Ha sido muy emocionante".

Mientras prepara el estreno de Deliranza, Guerrero aún representa en los escenarios sus dos obras anteriores, Distopía (estrenada en 2018) y Catedral (2016). Admite que es un poco complicado entrar y salir de las piezas, aunque enseguida matiza: "Tu cuerpo lo sabe y tu mente también. Ensayas y de repente viene todo otra vez", explica. A estos espectáculos se une Paraíso perdido, un montaje creado junto al violagambista sevillano Fahmi Alqhai, en el que baila composiciones barrocas como la Chacona de Bach, marizápalos, marionas y canarios de Gaspar Sanz o Les pleurs, de Monsieur de Sainte-Colombe le fils. "Esto es un caramelo, no tengo otra manera de describirlo", dice. "Me encanta bailar con música en directo, que los músicos sientan tu energía y caminar con ellos, hay un diálogo muy fuerte".

A partir del 27 de junio podrá hacerlo con Deliranza, que tendrá un triple estreno: el verdadero, en el Festival de Arte Flamenco de Mont-de-Marsan; el español, especial para ella, que creció en el Albaicín y podrá bailar por primera vez en el Generalife, en el marco del Festival Internacional de Música y Danza de Granada; y el que la subirá, por primera vez con un espectáculo de su compañía, a las tablas del Teatro de la Maestranza de Sevilla, en el marco de la Bienal de Flamenco de Sevilla. "Esto va a ser una experiencia inolvidable", dice. "Ahora estoy resurgiendo, como en el final de la obra, lista para mostrarlo al público ya".