ARTE

Susan Meiselas o la fotografía como puente para conectarse con el mundo

La fotógrafa estadounidense ha recibido el Premio PhotoEspaña 2022 como “reconocimiento a su carrera y a su aproximación a la fotografía como herramienta de denuncia de causas sociales y políticas"

'Carnival strippers' (1972-1975), de Susan Meiselas.

'Carnival strippers' (1972-1975), de Susan Meiselas. / ARCHIVO

Víctor Núñez Jaime

Un día antes de que huyera de Nicaragua Anastasio Somoza Debayle, el tercer y último miembro de la dinastía que ejerció el poder dictatorial durante buena parte del siglo XX en la nación centroamericana, la fotógrafa estadounidense Susan Meiselas presenció la penúltima batalla de la Revolución que acabaría agitando a todo el continente. En Estelí, una pequeña ciudad rodeada de montañas en el norte nicaragüense, 200 muchachos lanzaban granadas, cohetes y bombas molotov contra el cuartel de la Guardia Nacional, el último reducto del somocismo. Ella llevaba casi un año en el país documentado la insurrección y aquel día, el 16 de julio de 1979, cuando todo estaba a punto de acabar, capturó una imagen que se volvería simbólica e imprescindible para la Historia contemporánea.

Un joven de pelo largo y barba de chivo, ataviado con una camisa verde olivo, un pantalón vaquero, una boina y un rosario, armado con un rifle automático y una bomba molotov contenida en una botella de Pepsi-Cola, exudaba energía destructiva. Ante la mirada atónita de sus compañeros atrincherados, sus ojos llenos de rabia y su boca contorsionada en un grito arropaban su acción. En ese momento preciso, Susan Meiselas apretó el obturador de su cámara y le dio a la Revolución su icono definitivo. Era David contra Goliath, la justicia contra la tiranía, los oprimidos contra el Imperialismo salvaje. El nuevo régimen, surgido de esa lucha armada, hizo de la imagen su estandarte y la reprodujo hasta la saciedad en carteles, grafitis, folletos, octavillas e, incluso, en cajetillas de cerillas y camisetas.

La fotógrafa, que entonces tenía 31 años y era la novata del prestigioso colectivo Magnum, fundado por Robert Capa, David Seymour y Henri Cartier-Bresson, no se imaginó que el Hombre Molotov, como se conoce a esa imagen, acabaría grabándose en la memoria visual colectiva. “Ni yo, y seguramente tampoco ese hombre, podíamos pensar que eso ocurriría. Me pregunto qué sentirá al verse eternamente atrapado en esa imagen. Si un día vuelvo a Nicaragua, y él está, se lo preguntaré. ¿Qué se siente continuar siendo el representante de la Revolución? Porque lo fue y lo sigue siendo”, dice ahora Susan Meiselas, sentada en una austera sala del edificio de Telefónica, en la Gran Vía madrileña, donde ha impartido una conferencia sobre su meticuloso trabajo, un día después de recibir el Premio PhotoEspaña 2022, como “reconocimiento a su carrera y a su aproximación a la fotografía como herramienta de denuncia de causas sociales y políticas”.

Meisales, durante el acto de entrega del Premio PhotoEspaña 2022.

Meisales, durante el acto de entrega del Premio PhotoEspaña 2022. / ARCHIVO

Susan Meiselas habla español, pero prefiere que la entrevista se lleve a cabo en inglés. "Es que así me siento más segura al expresarme”, se excusa. No puede evitar, sin embargo, soltar cada tanto algunas frases en nuestra lengua. Viste una blusa de rombos grises y negros, un pantalón blanco, unas zapatillas moradas y lleva el pelo recogido en una coleta. Sus respuestas son abundantes y reflexivas, pero no solemnes. Nació en 1948 y fue criada en el seno de una familia acomodada y liberal en Nueva York. Lleva medio siglo documentando conflictos políticos, sociales y culturales. No obstante, comenzó su trayectoria impartiendo clases de fotografía a niños de primaria del Bronx neoyorquino, una labor que luego continuó en Carolina del Sur y en Misisipi.

“Enseñaba a sacar fotos y a interpretarlas como si fuesen una especie de lectura y escritura visual. Hacía que se preguntaran qué había atraído su atención y por qué. Y ese proceso de descubrimiento siempre conducía a una historia”, recuerda. “Fue en el periodo en el que hablábamos de que el mundo iba a ser cada vez más visual y que por eso teníamos que aprender a deconstruir lo que veíamos. Empecé con una técnica muy sencilla: llevar los estudiantes al mundo. Les decía que eligieran algo y que intentaran encuadrarlo y que también lo describieran en un pequeño texto. Esto los motivaba a leer sus propias palabras. Es un proceso introductorio muy sencillo: empieza con una fotografía y a partir de ahí sigues evolucionando. Luego he visto a algunos de los que fueron mis alumnos. Les enseñé hace 50 años y se todavía se acordaban de lo que hicimos. Tal vez porque fue un momento liberador para ellos: salíamos y, con una cámara básica, pensaban que podían controlar el mundo, que podían captar algo que sólo ellos veían y que sacándole una foto se apropiaban de eso. Pero, bueno, para mí eso era lo de menos. Porque siempre me ha interesado la fotografía como un puente de entrada al mundo, no lo que le sacas al mundo. Lo más importante es lo que le entregas al mundo a través de la fotografía”, explica la actual directora de la Fundación Magnum.

De forma paralela a sus clases, Susan Meiselas comenzó a fotografíar a dos pequeñas hermanas que vivían en su barrio. “De hecho, les hice fotos hasta que se casaron. Siempre he pensado en trabajar a largo plazo y estas dos chicas fueron las primeras con las que pude hacerlo”, dice. Enseguida viajó a las ferias pueblerinas en las que varias mujeres hacían un espectáculo de strippers. Fueron tres veranos los que invirtió en recorrer varias localidades de la costa Oeste de Estados Unidos y en adentrase en la vida de esas mujeres, “tan tiernas como eróticas.” Fue esa serie fotográfica, titulada Carnival Strippers, la que le abrió las puertas de la agencia Magnum y la que estableció su consideración de la fotografía como diálogo y vinculación a lo largo del tiempo con los sujetos que intervienen en ella. “Y ese proyecto también me sirvió para darme cuenta de que ser fotógrafa es más interesante que ser profesora”, apostilla con media sonrisa.

P. Y si usted no hubiese ido a Nicaragua, ¿hoy sería otro tipo de fotógrafa?

R. No lo sé. Obviamente Nicaragua le ha dado forma a mi vida de muchas maneras. Pero también lo que hice con las strippers o más tarde en el Kurdistán. En Nicaragua aprendí muchísimo, a veces de forma dolorosa. Hoy por hoy, Nicaragua es algo que me duele. Ahí había muchas posibilidades y creía en la transformación. Pero hoy… Hoy estamos viendo un régimen cruel que yo no me imaginaba de ninguna manera.

Una tarde de abril de 2018, Susan Meiselas se encontraba en su estudio cuando escuchó en las noticias que en Nicaragua se estaban llevando a cabo varias protestas contra el Gobierno de Daniel Ortega. La fotógrafa estaba preparando una retrospectiva de su obra para el Museo de Arte Moderno de San Francisco (California) y, al ver y escuchar a los manifestantes, revivió el pasado que había presentado en primera línea. ¿Volvería a ocurrir lo mismo que 40 años atrás? Para averiguarlo, Susan hizo la maleta y viajó a Managua, donde el país estaba sumido en el caos y grupos paramilitares cercaban las protestas estudiantiles. Ortega y su esposa, Rosario Murillo, hacían gala de su autoritarismo y la fotógrafa estadounidense registró con su cámara el ambiente turbio de aquellos días.

“En un momento dado dije: tengo que ir para poder entender qué pasa. ¡Es que no era capaz de deconstruir las fotografías que veía! Había grupos masivos en la calle, con banderas blancas y azules. Quienes habían enarbolado las banderas rojas y negras del sandinismo, ahora estaba protestando con banderas blancas y azules. Y no entendía ese cambio visual. Bueno, luego supe que buscaban unificar al país de una manera que no fuera militar o, digamos, con un conflicto armado. Pero yo en los 70 sólo vi armas y esto era diferente. Esto era una protesta masiva. Y, ¿sabes?, ahora es difícil entender por qué últimamente está todo tan callado. Será porque no estamos viendo lo que está pasando, porque el régimen ha reprimido a michos periodistas. Por eso no tenemos ni idea. Hay muy pocas pruebas de qué tipo de resistencia y oposición todavía existe ahí”, expresa Meiselas.

'Hanging Out On Baxter Street. Little Venice' (1978), de Susan Meiselas.

'Hanging Out On Baxter Street. Little Venice' (1978), de Susan Meiselas. / ARCHIVO

P. Esas fotos que hizo en 2018, ¿se han publicado?

R. Sí. Pero sólo unas pocas. Al preparar mi exposición sobre Nicaragua en San Francisco, hice una postal que decía SOS Nicaragua para entregarla a los visitantes de la exposición. De esa manera podían ver el pasado en las paredes y con la postal imaginaban lo que estaba ocurriendo en el presente. Pero la mayoría de esas fotos no aparecieron en alguna revista, como Time. Para mí, simplemente, era importante que estuviesen en las manos de todos los que iban a ver la exposición. En ese momento, que ya era duro, no me imaginé que veríamos lo que vimos el año pasado: un montón de presos políticos y otros tantos saliendo con lo puesto hacia el exilio.

P. ¿Qué le parece ser conocida, sobre todo, por la foto del Hombre Molotov? Y, aquí entrenos, con esa foto, que apreció en todos lados, ¿se hizo millonaria?

R. ¡Oh, no! ¡No, no! Ni yo ni nadie recibió millones por esa foto. Aprendí muchísimo de esa fotografía, eso sí. Obtuve, digamos, un rico aprendizaje. En la exposición de San Francisco, el Hombre Molotov estaba solo en una pared. Empezaba con la hoja de contactos, luego los negativos en color y luego las imágenes que demostraban la apropiación que hizo Nicaragua de esa foto. Porque con ella hicieron grafitis en las paredes, camisetas y hasta cajas de cerillas. El Hombre Molotov encarnó la transformación. Y en julio de 2018 también lo vi en camisetas. Las llevaban los universitarios, porque lo seguían viendo como a un héroe.

P. Oiga, si ahora mismo su agencia, Magnum, o algún periódico o revista para los que trabajado, la enviara a Ucrania, ¿en qué aspectos se fijaría para contar la guerra que desde hace unos meses azota a ese país?

R. Bueno, Magnum no suele mandar a los fotógrafos a los sitios. Es una comunidad pensada para apoyar el trabajo de los fotógrafos. A veces pregunta quién quiere ir o quién ya está ahí, pero sólo en algunos casos. Cuando fui a Nicaragua, por ejemplo, fue porque yo quise ir. No tenía un encargo como tal y me quedé ahí un periodo bastante prolongado para poder seguir la historia. Yo no sabía que los sandinistas iban a ganar. Recuerdo que siempre buscaba imágenes de lo que estaba pasando y de algo que de alguna manera pudiera conectar eso con lo que iba a pasar después. Así que, sobre Ucrania, mi respuesta sería que… no tengo una conexión específica con esa región. Y nadie me ha llamado, quizá por mi edad, sin duda por eso, pero acabo de estar con una amiga que trabaja en Unicef y me dijo: "¿Susan, tú vendrías conmigo a Ucrania?" Bueno, si al final me invita yo iría con esta amiga y haría lo que estuviese a mi alcance. Pero ahora mismo no sé en qué me fijaría específicamente. Creo que lo sabría al llegar y echar un primer vistazo. Seguramente buscaría lo que no se ha mostrado todavía, esas historias que hay alrededor de las imágenes que ya hemos visto. Pero, por desgracia, ya hay un archivo visual enorme de crímenes de guerra. Y, bueno, no voy a mentirte: ahora mismo no siento la necesidad de estar ahí para tomar fotos.

Meiselas elabora cada uno de sus proyectos basándose en tres preguntas: “¿Dónde me ubico como fotógrafa?, ¿para quién es la foto? y ¿quién soy yo en relación con los que aparecen en la foto?” Para ella, la fotografía es el punto de partida para construir un relato (“pienso más en la historia que en la noticia”) y lo más importante es ver lo que una foto puede revelar sobre el pasado cuando se ve varios años después de haber sido tomada (“siempre estamos viviendo la historia, pero pensamos que es tan sólo la vida diaria”). Además de la insurrección nicaragüense y de las strippers, también se ha ocupado de la guerrilla de El Salvador, del cruce migrantes en la frontera entre México y Estados Unidos o de la violencia de género, gracias a los días que pasó en un refugio para mujeres maltratadas en Inglaterra, y el genocidio kurdo después de la primera Guerra del Golfo, recabando imágenes de fosas comunes e historias de los sobrevivientes.

P. ¿Qué semejanzas o diferencias establecería entre lo que vio en América Latina y en el Kurdistán?

R. Cuando fui al Kurdistán dije: "Bueno, pues me voy a otro continente, a ver qué descubro, a ver qué tan lejano de Latinoamérica es lo que ocurre ahí". Pues bien, descubrí que los problemas que tienen que ver con los Derechos Humanos no son exclusivos de Latinoamérica. En el Kurdistán documenté las fosas masivas. Eran fosas que, claro, me recordaban a las que ya había documentado en Latinoamérica. Son historias trágicas que comparten muchos elementos. Bueno, tal vez para el Kurdistán es más trágico porque no tienen una Nación. Los latinoamericanos han tenido y tienen muchos problemas pero, por lo menos, todavía conservan su destino.

P. ¿En qué está trabajando ahora?

R. Vengo de Beirut. He pasado tres días analizando el trabajo de la Fundación Magnum, formando a un grupo de fotógrafos de la región, de la zona de los países árabes y ha sido emocionantísimo ver el trabajo que han hecho los últimos seis meses. Ahora vuelvo a Nueva York para prepárame para el 75 aniversario de Magnum, una comunidad que se está reinventado constantemente, o debería, y a ver qué hacemos. La pandemia fue un periodo muy tranquilo: pude hacer este proyecto de libro, Ojos abiertos, e hice otro proyecto en mi barrio con fotos que hacían mis vecinos que luego me fueron dando. Cada uno me trajo parte de la historia de su familia durante la pandemia y hemos hecho un librito sobre eso. No sé qué haré este verano. Pero tengo muchas ganas de no saberlo. Creo que eso está bien. Ah, bueno, tengo una pequeña instalación en julio, un experimento con un compositor italiano, que estará ubicada en una sala, en una capilla pequeña pero… ¡ni idea de cómo será exactamente! Por un aparte eso me emociona y por otra me aterra. Hay una parte de mí que siempre quiere estar en movimiento, que teme quedarse quieta. Pero también sé necesito estar quieta para poder avanzar más allá de dónde estoy.