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Nora Ephron: la escritora y cineasta que se enteró de todo y lo contó mejor que nadie

Se publica en España 'No me acuerdo de nada', el libro de ensayos en el que la directora de 'Algo para recordar' y guionista de 'Cuando Harry encontró a Sally' disecciona diferentes capítulos de una vida de película

La escritora, guionista y directora de cine Nora Ephron, en su casa de Nueva York en 2010.

La escritora, guionista y directora de cine Nora Ephron, en su casa de Nueva York en 2010. / Lucas Jackson

Carmen López

“No empieces nunca un artículo con una cita”, fue una de las lecciones que Nora Ephron aprendió a principios de los años 60. Trabajaba como reportera en The New York Post y entonces aún existía la figura del corrector en los medios, como la de acomodador en las salas de cine. En aquella época la escritora aún creía que el cinismo y el desapego emocional eran idóneos para el periodismo, y que cuando los políticos afirmaban que los medios conspiraban contra ellos, no tenían ni idea de que las empresas eran demasiado ineptas como par urdir ese tipo de planes maléficos. Todavía estaba enamorada de la profesión.

Esa es una de las historias que cuenta en su libro de ensayos No me acuerdo de nada, que se publicó originalmente en inglés en 2010 y que acaba de hacerlo en España de la mano de Libros del Asteroide y traducido por Catalina Martínez Muñoz. Fue el último título que la autora publicó en vida. Murió dos años después, debido a una neumonía derivada de la leucemia que ocultó a sus seres cercanos durante más de un lustro.

No es fácil contar detalles nuevos de la vida de esta periodista, escritora, guionista, directora de cine y celebrity de la élite intelectual de Estados Unidos. En parte, porque en 2015 se estrenó el documental Todo es una copia, dirigido por su hijo Jacob Bernstein y el cineasta Nick Hooker, un retrato coral de Nora Ephron en el que participan algunos de sus amigos como Jonathan Cohen, Tom Hanks, Meryl Streep y familiares como sus hermanas Delia y Amy. Además, actrices como Lena Dunham o Reese Witherspoon leen pasajes de sus ensayos más famosos, algunos recogidos en este libro que ahora se publica. (El 26 de junio, TCM emitirá el documental coincidiendo con el décimo aniversario de la muerte de Ephron, además de su película Tienes un email).

Pero también es complicado porque Ephron utilizaba su propia existencia para su trabajo, siguiendo uno de los mejores consejos que le dio su madre: si te resbalas con una piel de plátano, te haces daño y los demás pueden reírse de ti; pero si eres tú misma la que lo cuentas, te haces con el control de la historia y eres tú la que haces reír a la gente. Fue así como se libró de la vergüenza que le provocó que su segundo marido le hubiese sido infiel cuando le quedaban dos meses para dar a luz a su hijo pequeño. La escritora lo contó todo en su primera novela Se acabó el pastel, que se publicó en 1983 y que fue un éxito de ventas. Nada raro teniendo en cuenta que su esposo era Carl Bernstein, uno de los periodistas que destapó el caso Watergate. Su ruptura fue más que sonada.

Carl Bernstein y Nora Ephron en 1978.

Carl Bernstein y Nora Ephron en 1978. / ARCHIVO

El libro se adaptó a la gran pantalla con Meryl Streep y Jack Nicholson como protagonistas, pero la película no tuvo la misma acogida. Fue un fracaso de crítica –y por lo tanto de recaudación en taquilla– aunque después siguió el camino que un autor siempre espera que siga una obra mal valorada en su estreno: la esperanza de que aparezca un crítico para defenderla y se enfrente a sus compañeros de profesión por no haber sabido apreciarla. Sin embargo, cuando al cabo de un año, Vincent Canby, de The New York Times, señaló que estaba perplejo por la torpeza cometida por el resto, Ephron no se sintió especialmente consolada.

Lo cuenta en el capítulo de No me acuerdo de nada titulado Fracasos. “Una de las caras más tristes del fracaso es que, incluso cuando, con el tiempo, el producto llega a tener una vida saludable, incluso aunque en parte se redima, la herida y el dolor de la experiencia se borran. Lo peor es que, al final, acabas dándole la razón al público, que desde el principio no valoró gran cosa de la película”, escribe. Además, este ensayo contiene una de sus reflexiones más señaladas: “Yo creo que la enseñanza principal del fracaso es que es muy posible que vuelvas a tener otro fracaso”. De hecho, a Ephron le esperaban unos cuantos más, aunque después fueron superados por sus éxitos. Tres nominaciones a los Óscar, dos por sus guiones de Silkwood (1983) y Cuando Harry encontró a Sally (1989), y otro por Algo para recordar (1993) –película que también dirigió– son una buena prueba de ello.

Un adiós encubierto


La propia vida puede ser una fuente de inspiración, aunque también puede traer problemas con las personas que se ven implicadas. Por ejemplo, su ex marido Carl Bernstein incluyó una cláusula en el documento de divorcio en la que ella se comprometía a presentarle como un buen padre en sus obras, más allá de su comportamiento como esposo. Y el rodaje de la película Colgadas (2000) le supuso tensiones con su hermana Delia, también guionista y autora del libro homónimo en el que estaba basada.

El filme, protagonizado por Meg Ryan, Lisa Kudrow y Diane Keaton –que también era la directora– cuenta la historia de tres hermanas que se tienen que enfrentar a la enfermedad y posterior muerte de su padre. Keaton interpreta a una poderosa mujer de negocios que tiene su propia revista, Kudrow a la atolondrada hermana pequeña y Ryan a la hija que se mantiene al lado del progenitor, hundido en la miseria tras el abandono de su mujer. Delia se inspiró en su historia familiar para escribir la novela y no es difícil identificar a Nora en el personaje de Diane Keaton, siempre demasiado ocupada.

Henry y Phoebe Ephron (en el centro), con sus hijas. Nora era la mayor de las cuatro.

Henry y Phoebe Ephron (en el centro), con sus hijas. Nora era la mayor de las cuatro. /

Los padres de las hermanas Ephron habían sido dos exitosos guionistas de Hollywood hasta que la madre se hizo alcohólica. La idílica vida de la familia, plagada de comidas en las que se comentaban anécdotas cotidianas y cenas con glamourosos invitados del negocio [como llamaban a la industria cinematográfica] se convirtió en un descenso a los infiernos plagado de peleas y problemas laborales. “Los padres alcohólicos son muy desconcertantes. Son tus padres, y por eso les quieres; pero son unos borrachos, y por eso los odias. Pero los quieres. Pero los odias”, escribió en el capítulo La leyenda. Ella se fue alejando de los problemas y no estuvo al lado de Delia, como esta cuenta en Colgadas y en el documental de su sobrino.

Aunque estaba acostumbrada a contar detalles divertidos pero también dolorosos de su biografía, como el anterior, Nora Ephron mantuvo en secreto su último resbalón con la piel de banana. No me acuerdo de nada sirve para repasar su vida –sus inicios profesionales, recuerdos familiares, observaciones gastronómicas– y aunque no menciona su enfermedad [pese a que en los agradecimientos menciona a sus médicos], funciona también como carta de despedida. Quizá no fue evidente en su momento, pero sí ahora que se puede leer desde la distancia que da el tiempo.

“Darme cuenta de que me quedan solo unos años buenos me ha impactado sinceramente y me ha dado mucho que pensar”, explica en La palabra que empieza por V. “Intento descubrir cada día qué me apetece hacer en realidad. Me digo: Si este es uno de los últimos días de mi vida, ¿estoy haciendo exactamente lo que quiero? No tengo grandes aspiraciones. Mi idea de un día perfecto es tomar unas natillas heladas en Shake Shack y después dar un paseo por el parque. (Y, después, una pastilla para la intolerancia a la lactosa)”. En el momento en el que publicó el libro tenía 69 años, murió a los 71.

Las últimas páginas del volumen corresponden a dos listas, un formato al que la escritora era aficionada. Son dos índices en apariencia tan sencillos como los que podría hacer cualquiera: Cosas que no echaré de menos y Cosas que echaré de menos. Pero una de las grandes habilidades de Nora Ephron era conseguir que lo cotidiano se convirtiese en extraordinario. Hay que tener mucha pericia para emocionar a alguien con una lista de despedida que termina con “Las tartas”. Quizá a ninguno se nos hubiese ocurrido incluirlas, pero todos las echaremos de menos. Como a ella.  

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