Música

Nick Cave exorciza su duelo en el Primavera Sound

El cantante australiano, que el mes pasado perdió a su hijo Jethro, ofreció un catártico concierto con un repertorio antológico que cubrió desde sus clásicos pospunk a las dolidas baladas de sus últimos discos

Festival Primavera Sound. Concierto de Nick Cave en el Parc del Forum.

Festival Primavera Sound. Concierto de Nick Cave en el Parc del Forum. / Ferran Sendra

Había dudas sobre el tono del concierto que ofrecería Nick Cave este sábado, en el marco del Primavera Sound, habida cuenta de la reciente tragedia que ha sufrido el cantante, la muerte de su hijo Jethro, de 31 años, el pasado 9 de mayo, tras arrastrar un historial de trastornos mentales (y llueve sobre mojado: en 2015, Cave perdió a Arthur, de 15 años, al caer de un acantilado). Pero el australiano hizo de tripas corazón y volcó toda su angustia, su pena y su ira en un concierto catártico, fiel a sus esencias, con sus clásicos más arrolladores y algunas incursiones en la mística flotante de sus últimos discos. 

Cave ha sostenido siempre que el arte debe doler y hurgar en la llaga para ser genuino, y nunca había estado él tan cargado de razones para dar un sentido literal a su música. Sin preámbulos, al grito redentor de ‘Get ready for love’, entró en escena con sus jinetes del apocalipsis, los Bad Seeds, reforzados por un trío vocal que acentuó los tonos góspel de esa pieza del álbum ‘Abbatoir blues / The lyre of Orpheus’ (2004), del que cayeron otros dos temas.

Con contacto físico

Ahí estaba el predicador, alcanzando las manos de los asistentes situados en las primeras filas, buscando el contacto directo, y junto a él, adláteres como esa bestia multitarea llamada Warren Ellis, rasgando un endemoniado violín. Sacudidas procedentes de otra era, como ‘From her to eternity’, con sus balbuceos diabólicos y su fanfarria pospunk. 

La diferencia respecto al Cave de otros tiempos la pusieron las citas a sus últimos discos, en particular el sobrenatural ‘Ghosteen’, marcado por la muerte de Arthur, que deslizaban un subtexto de redoblado dolor íntimo. Mención para ‘Bright horses’, con versos sobrecogedores (“mi niño está volviendo a casa ahora, en el tren de las 5.30”), acompañados de los aullidos lastimeros de Ellis. Y qué decir de ‘Waiting for you’, otra desconsolada balada al piano. Esa secuencia la amplió ‘Carnage’, el tema titular de su disco a medias con Ellis, marcado por el trauma colectivo de la pandemia.

Más allá de la muerte

Pero Cave no se olvidó de que estaba en un macrofestival, y los números más reconocidos de su repertorio dominaron en el segundo bloque, entre las campanadas de ultratumba de ‘Red right hand’, el paroxismo ‘in crescendo’ de ‘The mercy seat’ y hasta una cita remota, la ochentera ‘Tupelo’. Y esa balada en llamas que responde por ‘The ship song’. Recital de avasalladora autoridad, el segundo de esta gira (que arrancó el jueves en Aarhus, Dinamarca), con el que Nick Cave pareció querernos decir que ahí está él, plantando cara a su destino y llevando su arte más allá de la muerte.

Si a Cave le correspondió hacer temblar el suelo (y hasta el aire) del festival encaminando la medianoche, horas antes, el mismo escenario acogió a uno de sus más carismáticos antiguos cómplices, Blixa Bargeld, al frente de Einstürzende Neubauten. Intimidante artefacto cuyas raíces se remontan en el Berlín de 1980, nido de vanguardias y pulsiones industriales pospunk. La banda de los ‘edificios nuevos que se derrumban’ moduló su arte extremo en su último álbum, ‘Alles in allem’ (2020), de modo que la ‘set’ gravitó en torno a una sutil danza de crujidos eléctricos, ambientes flotantes y la voz narrativa del siniestro ángel Bargeld, vestido de negro y con purpurina en los párpados.

Quincalla industrial

Sesión con un toque teatral, de cabaret berlinés distópico, en torno a un repertorio de tonos solemnes, procesando señales del krautrock y la música concreta e incorporando el chirrido de planchas y tubos de metal (en ‘Zivilisatorisches missgeschick’) y el roce de la escobilla en un torno mecánico en la repescada ‘Sonnenbarke’, allá en el “inframundo”, donde “la luz penetra entre las grietas”. El grupo demostró que su búsqueda sigue, ahora con más serenidad, rehuyendo el efectismo y confiando todavía, en plena era digital, en esos venerables artilugios sacados de desguaces fabriles y vertederos para crear secuencias de calma intranquila, como en ‘Seven screws’ y ‘How did I die?’.

La otra atracción del atardecer la puso Jorja Smith, británica con buena estrella gracias a su carnosa voz neosoul y su repertorio equilibrado entre la seda y la rítmica sensual. Transmitió elegancia y cierto conservadurismo, en la estela de una Sade o la primera Erykah Badu, con sus guitarras ‘funky’, sus pianos de quiebros jazzísticos y sus funcionales refuerzos corales. Se basó en ese álbum que sigue sin tener relevo, ‘Lost & found’ (2018), con las dianas de ‘Be honest’, dinámico número ‘up-tempo’, y un ‘On my mind’ con preludio acústico, así como algunas citas el epé del año pasado, ‘Be right back’.

Flamenco ultramoderno

Y en pleno desfile de estrellas de ultramar, un familiar quejido del sur, el de María José Llergo, cordobesa de Pozoblanco crecida en la barcelonesa Esmuc, aventurándose en un recital que arrancó con ortodoxia flamenca, apegada a la guitarra de Marc López (tangos tradicionales y asalto a ‘Mira que eres linda’, evocando a Machín), y que incorporó luego sutiles tramas electrónicas.

Presencia teatral, con un vestido rojo de amplísima falda, y depurados melismas para deleite de fans y pasavolantes. Su ‘Sanación’ (2020) quedó en su día un poco enturbiado por la niebla pandémica, pero la vida sigue: ahí estuvo el rescate de la popular ‘Soy como el oro’ y el tema propio que lanzó el año pasado, ‘Que tú me quieras’. Perfiles tan ‘jondos’ como ultramodernos para este Primavera al que le queda todavía una semana por delante.

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