CÓMIC

La exposición más completa sobre la historia del cómic aterriza en CaixaForum Madrid

La muestra reúne 350 piezas, de las que más de 300 son originales, en un recorrido cronológico sin precendentes por las grandes obras del tebeo occidental

Ilustración de Jean Giraud, Moebius, para su obra ‘Cristal Majeur’ (1985).

Ilustración de Jean Giraud, Moebius, para su obra ‘Cristal Majeur’ (1985). / 9e Art Références, París.

Jacobo de Arce

Jacobo de Arce

Si nos propusiéramos hacer una investigación arqueológica exhaustiva para dar con los orígenes del cómic, la travesía sería larga. Tendríamos que remontarnos a las pinturas secuenciales de algunos yacimientos rupestres, recuperar códices medievales suntuosamente ilustrados o, haciendo una parada en 1827, fijar la atención en Los amores del señor Vieux Bois, aquel relato ilustrado con el que Rodolphe Töpfer entretenía a sus alumnos y que muchos consideran el primer tebeo de la historia. Pero el cómic es un arte y una industria desarrollados fundamentalmente a partir del siglo XX, y por eso las primeras piezas que se exhiben en la ambiciosa muestra que CaixaForum Madrid dedica al noveno arte pertenecen a los albores del siglo pasado.

La exposición se ha concebido como un paseo cronológico a través de una práctica que tuvo su primera casa en las tiras cómicas de los periódicos, que fue sobre todo un producto infantil y juvenil durante décadas, y que solo a partir de los años 60 y 70 empezó a ser considerado un arte adulto. Está centrada en el cómic occidental y por eso no recoge el ámbito del manga, aunque algunas de sus actividades paralelas sí que dedicarán atención al género que tiene hoy más fans entre las jóvenes generaciones.

De las 350 piezas que se exponen, unas 300 son originales. La inmensa mayoría provienen de los fondos particulares de Bernard Mahé, fundador de la galería parisina consagrada al cómic La Galerie du 9ème art y probablemente el mayor coleccionista del mundo en esta materia. "Llevo 50 años coleccionando y debo de tener… ¿cuántos?… unos mil originales?", contaba divertido durante su presentación el miércoles. Mahé es el comisario de una muestra que ha contado también con el asesoramiento de Vicent Sanchis, periodista y especialista en cómic que se ha ocupado del capítulo dedicado a la historia del cómic español.  

De izquierda a derecha: el galerista, coleccionista y comisario de la exposición, Bernard Mahé; la directora general adjunta de la Fundación ”la Caixa”, Elisa Durán, y el director corporativo de Cultura y Ciencia de la Fundación ”la Caixa”, Ignasi Miró, en la muestra 'Cómic. Sueños e historia'.

De izquierda a derecha: el galerista, coleccionista y comisario de la exposición, Bernard Mahé; la directora general adjunta de la Fundación ”la Caixa”, Elisa Durán, y el director corporativo de Cultura y Ciencia de la Fundación ”la Caixa”, Ignasi Miró, en la muestra 'Cómic. Sueños e historia'. / Fundación la Caixa

Periódicos y superhéroes

El recorrido arranca con una viñeta de 1896 de la serie The Yellow Kid. Su autor, Richard Felton Outcault, fue el primer dibujante que utilizó los bocadillos de texto y por tanto el padre fundador del cómic tal y como lo conocemos. Y su personaje, un niño pequeño con camisón amarillo, es el origen del término 'prensa amarilla', porque ocupaba la tira ocupaba las páginas más leídas de los diarios con los que Pulitzer y Hearst competían, a base de sensacionalismo, por el liderazgo de la prensa neoyorquina. Otro pionero, Winsor McCay, fue el primero en dibujar animación fotograma a fotograma. Su serie Little Nemo es un alarde de dibujo extraordinario, mucho más detallista que el trazo gamberro de George Herriman y su Krazy Kat, primer gran hit de la historia del tebeo con un animal -un gato- antropomorfo como protagonista. Incomprendido al principio, el autor tuvo seguidores fanáticos en el mundo del arte. "Uno de ellos fue Picasso", comenta Sanchis, "que decía que el verdadero maestro era Herriman".

EEUU y sus periódicos fueron la gran cuna del cómic, y a la era de los pioneros siguió la de su conversión en un fenómeno de masas entre la crisis del 29 y la Segunda Guerra Mundial. Fue entonces cuando las tiras cómicas pasaron de las ediciones dominicales a los diarios, y cuando se hizo habitual desayunar cada día con personajes de Disney y con Popeye, Dick Tracy, Tarzán o Flash Gordon, que permitieron a una sociedad aplastada por las penurias evadirse con historias que calcaban los géneros del cine o de la literatura popular: la comedia, el crimen, la aventura o la ciencia ficción. 

Fue también entonces cuando irrumpieron los superhéroes y su nueva mitología. En la exposición, las láminas de SupermanBatman o Spiderman se despliegan a lo largo de una rotonda en la que un diorama ofrece una panorámica de Nueva York (quién sabe si Gotham, o Metrópolis) bajo la mirada vigilante de una silueta masculina. 80 años tienen ya estas figuras que el universo Marvel mantiene eternamente jóvenes.

Producto local

El apartado dedicado al cómic español se divide en tres partes. La que va desde sus inicios hasta el final de la Guerra Civil contiene joyas como la portada original del Almanaque TBO 1919. Después viene la producción aventurera franquista, fomentadora de valores patrióticos y viriles con títulos como Roberto Alcázar, El Guerrero del Antifaz, Hazañas Bélicas, El Jabato o El Capitán Trueno. "De este último es muy difícil conseguir originales -explica Sanchis-, porque la editorial Bruguera explotaba tanto el trabajo de dibujantes como Ambrós que retocaba y volvía a montar las páginas hasta dejar los originales inutilizables". Luego, presididos por un diorama dibujado para la exposición por Paco Roca, es el turno de los dibujantes que fueron emergiendo desde los años sesenta, que en muchos casos tuvieron que irse a trabajar fuera y de los que muchos siguen todavía activos: Purita Campos, Ibáñez, Escobar, Nazario, Max, Gallardo o los Canales y Guarnido de Blacksad.

La exposición se detiene también en el gran fenómeno viñetista de la Europa de posguerra: el tebeo franco-belga. Aparecen aquí Tintin, Spirou, Blake y Mortimer o Astérix. Del primero hay un valioso original de Tintin en la luna en el que los bocadillos han sido tapados y sobre el que, cuenta Bernard Mahé, existe la disputa con la Fundación Hergé, siempre celosa de su legado, sobre si se puede restaurar. También está la plancha del primer encuentro entre el orondo Obélix y su amor platónico Falbalá, puro oro para los fanáticos de Astérix. Y figuras de los ‘irreductibles galos’ a tamaño real, para que nunca pare el circo de los selfies. Afortunadamente, dos pasos más allá el comisario se detiene delante de una de las planchas que Jean Giroud (más tarde Moebius) dibujó para una historia de su Teniente Blueberry. En la escena, con una luz y un detalle espectacular, hay unas bailarinas de cancán. "Giroud era un dibujante con fama de rápido -cuenta Mahé-, pero esto tardó 15 días en hacerlo".

Una era de libertad

El cómic italiano y argentino tiene su gran momento en los años 60 y 70, con su explosión de erotismo y aventura producto de una era de liberación sexual y revoluciones. Es el momento de Breccia y Oesterheld en el cono Sur, y de Hugo Pratt, Crepax y Manara en el país de la bota. Esta es una exposición pensada para todos los públicos y las viñetas 'solo para adultos' son muy escasas. Aún así, de las paredes cuelga una pequeña muestra de aquellas ilustraciones que tanto juego han dado a varias generaciones de adolescentes. En un terreno totalmente distinto, también se exhibe en esta sección una de las joyas de la exposición: unos originales de la Mafalda de Quino que es la primera vez que salen de Argentina.

Esa mayor libertad de la segunda mitad del siglo, con la desparición de leyes de censura, permite que tanto en Europa como en EEUU se dé rienda suelta no solo al sexo y a la violencia, sino también a la fantasía. Surgen entonces los cómics de autores como Moebius y Jodorowski, siempre al borde de lo psicotrópico, o de ese genial creador de universos que es Enki Bilal. En paralelo, la contracultura ampara el nacimiento de los fanzines y de las revistas underground, y con ellos emerge en EEUU toda una generación de autores que hacen gala de libertad creativa para contar lo que les da la real gana, desde sus problemas mentales hasta sus lastimosa vida sexual: Robert Crumb, Lynda Barry o Charles Burns.

También nace un nuevo formato más literario y que a menudo bordeará la autoficción: la novela gráfica. De su obra fundacional, el Maus de Art Spiegelman, la muestra exhibe ejemplares de Raw, la revista en la que se comenzó a publicar. También hay un par de números de Tits & Clits, la revista de vanguardia feminista underground que mezclaba un alto contenido sexual con el activismo y la denuncia, entre otras cosas, del masculino y misógino mundo del cómic. Afortunadamente, esa situación está en proceso de cambio. El final de la exposición demuestra el peso cada vez mayor de las autoras y sus universos, con originales de las españolas Laura Pérez Granel, Ana Galvañ, Ana Penyas o María Medem. Porque todo apunta hacia un futuro mucho más diverso para un arte que, como demuestra esta exposición, ya es prácticamente infinito.

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