LIBROS

Ansiolíticos, coches tuneados y elogio del cotilleo: la novela rural de Óscar García Sierra

El salto del joven autor leonés de la poesía a la novela da como resultado 'Facendera', editada por Anagrama. Una ficción que aleja la imagen romantizada del pueblo y ofrece una visión más industrializada de este espacio

En torno a la Central Térmica de La Robla, cerrada en 2020 y demolida hace solo unas semanas, ejemplo de la desindustrialización de la España vaciada, se desarrolla la novela de García Sierra.

En torno a la Central Térmica de La Robla, cerrada en 2020 y demolida hace solo unas semanas, ejemplo de la desindustrialización de la España vaciada, se desarrolla la novela de García Sierra. / ARCHIVO

Manuel Guedán

"Era incapaz de apartar la mirada del lugar que los últimos cincuenta años habían ocupado las chimeneas de la térmica, como si el paisaje se tratase de una persona con alguna extremidad amputada, como si fuese posible que en el paisaje quedasen huecos, como si bastase una explosión para que un lugar deje de encontrarse donde dicen los recuerdos, como si en cambio, se necesitase toda una vida para que un lugar se encuentre donde dicen los mapas". La escena la retransmitió la cadena local La 8 León: suenan dos disparos y las faldas de las dos torres van deshaciéndose hasta que las bocas se rompen contra el suelo. Primero quemaron carbón, luego carbón de importación y ahora han desaparecido. De la Central Térmica de La Robla, que durante 50 años dio de comer a la comarca, solo quedan escombros, recuerdos y, ahora, una novela de Óscar García Sierra (León, 1994).

El autor vivió hasta los 18 años en Llanos de Alba, un pueblo de 400 habitantes perteneciente al municipio de la Robla. "Un poco de rebote acabé en Valladolid, pero no sabía muy bien qué hacer allí y dejé la carrera. Pasé medio curso en el pueblo y al siguiente tuve claro que quería venir a Madrid. Tampoco es que necesitara salir de allí, pero León no me parecía suficiente. Éramos un grupo de amigos de cuatro y tres nos vinimos, aunque ahora alguno se ha vuelto". En Madrid estudió Filología Hispánica, aunque tenía claras las prioridades: "Fue por venirme aquí; si me dices que tenía que hacer una ingeniería, lo hubiera preferido a hacer Filología en León. Y no me arrepiento".

De la poesía a la novela

Ya en Madrid conoció a Luna Miguel por internet, y de su mano publicó algunos poemas en revistas. Más tarde encontró en Belén Bermejo a su primera editora formal. Ella le publicó el poemario Houston yo soy el problema (Espasa, 2016), que se anunciaba como "el libro escrito por un veinteañero con el móvil". Belén Bermejo murió en 2020 a causa de un cáncer y hoy, al cariño constante con que se la recuerda en el mundo editorial y en las redes sociales, García Sierra suma la dedicatoria de su novela. "Ella fue la primera y casi la única que se interesó por mi libro. Teníamos muy buena relación. Tiempo después, cuando estaba malita, ella sabía que yo estaba pensando en una novela y se ofreció a leerla, a ayudarme. Era así con todo el mundo. Nunca oí nada malo de ella. Le dedico la novela para que su nombre quede ahí también".

En la novela me divierto un poco más [...]. Los poemas acaban siendo todos muy parecidos, por lo menos los míos"

La salida de Facendera (Anagrama), su primera novela, ha pillado a su autor de mudanza. La entrevista por Zoom se fija entre visitas de pisos. Sorprende encontrar a un autor que habla con tanta naturalidad de su proceso creativo y, sobre todo, de forma tan desmitificadora. Para él la escritura no es una urgencia, ni una necesidad. Aquí no hay grandes revelaciones, ni personajes que se aparecen en mitad de la noche, ni dolorosas catarsis frente al teclado. Sobre su paso de la poesía a la novela, dice que "en la novela me divierto un poco más. Me lo pasé bastante bien pensando cómo solucionar tal o cual cosa… como si fuese un juego. El otro día ponía algo parecido en Twitter Gonzalo Torné, que le parecía divertido jugar a qué hacer con los personajes ya que eres su dueño. Ya estaba un poco aburrido de lo otro. Todo el día con poemas… acaban siendo todos muy parecidos. Si quisiera escribir otra novela podría hacerla más diferente a esta, pero con los poemas al final acaban siendo todos muy similares, por lo menos los míos".

Ansiolíticos y masculinidad


Facendera empieza con la historia del hijo de la farmacéutica y la hija de "El de los piensos" (que nadie busque nombres propios aquí, porque en la comunidad estrecha de los pueblos tu nombre es siempre el de alguien más). Él solo es feliz los domingos, cuando todos los chavales del pueblo se juntan en las afueras para la competición: gana el dueño del coche cuyos altavoces alcancen más decibelios. Ella sospecha que él esconde algo. Y ahí empieza un enredo hecho de acusaciones y números de teléfono pintados en los baños.

Hace diez años apenas conocía a nadie que tomara ansiolíticos y ahora todos mis amigos, mi familia… Se han vuelto muy populares"

Al fondo, un pueblo deprimido y fantasmagórico, donde los pocos que resisten trafican con unos extraños ladrillos que les ayudan a aplacar la ansiedad y a dormir mejor. Houston, el problema soy yo ya contenía un poema sobre el Tranquimazín. Aquí el tema vuelve: todos los personajes son adictos a los ansiolíticos. "Sin llegar al absurdo del libro, a mi alrededor lo he notado muchísimo. Hace diez años apenas conocía a nadie que los tomara y ahora todos mis amigos, mi familia… Se han vuelto muy populares. Corre el humor de que si vas al médico… [sonríe un poco] y le dices que no puedes dormir, te receta esto. La gente más mayor sí veo que se puede avergonzar de tomarlos. Mi abuela dice esa de allí toma pastillas para dormir. Y de puertas para dentro en mi familia lo dicen con la boca pequeña. Pero para los jóvenes es diferente. Lo ven en el rap, por ejemplo. Ahí hay muchas referencias a las medicinas".

En Facendera los habitantes del pueblo tienen ojeras, vómitos y un constante dolor de tripa. A menudo los chicos se encierran en el baño con los pantalones subidos y la tapa bajada, al contrario que el resto del mundo, porque lo que necesitan es otra cosa: no ver y dejar de ser vistos, detener el tiempo. Eso hace le pasa al hijo de la farmacéutica justo antes de una competición de decibelios crucial. Afuera le esperan todos con sus móviles para grabar el duelo. Le puede la presión y se refugia en el baño. Allí se queda un rato encerrado, contemplado la infinidad de penes que hay pintados en la puerta: "Uno se parecía a una nave espacial tuneada, otro a la chimenea de una fábrica que no estaba del todo abandonada, y otro a un pajarito que se acaba de estrellar contra la luna delantera de un 206".

La escena pone sobre la pista al lector de otro de los principales temas de la novela: la masculinidad atascada, entrenada para oficios que ya no existen, y necesitada de vías de escape y remedos para su orgullo. Más allá de las carreras, los chicos del pueblo Facendera aspiran fundamentalmente a una cosa: acostarse con la hija de El de los piensos. Pero a menudo el dolor de tripa no les deja.

¿Novela rural?


En la contraportada Luis Magrinyà define Facendera como "una novela ruralita que acaba con las novelas ruralitas, o al menos con sus corderitos y sus suspiros". Y es que aquí no hay helechos, breza ni retama. Es una novela de pueblo en la que abundan los coches, y de montañas enmarcadas por chimeneas. Una novela que no romantiza el medio y que entiende que, igual que en la ciudad lo más preciado es una cesta de fruta orgánica, en el pueblo lo más valorado pueden ser los decibelios. "Yo quería representar bien la parte industrial y la parte de la montaña. Supongo que habrá literatura al respecto pero yo por lo menos no he leído sobre la combinación de ambas cosas. Creo que eso es un poco original".

El estilo de García Sierra es lacónico, como sus personajes, y tan sintético que a veces el pueblo pareciera una maqueta. "Si no hay descripciones tampoco es porque esté planificado. A lo mejor es que no sabría hacerlo o no se me ocurrió. No me gustan las cosas recargadas". Y sin embargo, de esa prosa tan pulida cada tanto emergen comparaciones urbanas e imágenes poéticas pero vocacionalmente antilíricas, capaces de darle la vuelta al imaginario rural, como ese "el hijo de la farmacéutica no podía evitar sentirse como si estuviera de fiesta en una cadena de montaje", o aquel "el cielo parecía el suelo de un bar de viejos". "A lo que más tiempo he dedicado es a las imágenes. Le he dado muchas vueltas. Lo típico que escuchas una canción y te gustaría haberla escrito a ti, pues quería buscar ese efecto. Es a lo que más vueltas le doy. La trama se me apareció de repente, pero las imágenes es lo que más trabajado está". Imágenes, por cierto, que remiten al estilo y el universo de las novelas de Esther García Llovet, escritora a la que el García Sierra hoy admira —"soy fan"—, pero a la que aún no había leído cuando escribió su Facendera.

El pueblo es una fuente inagotable de mentiras"

La sencillez con la que García Sierra habla de su escritura contrasta con su impresionante dominio de la narración. Es la misma engañosa sencillez con la que los protagonistas, chavales consumidos y sin aparente doblez, van desplegando su talento para la manipulación y la mentira. Así es como el lector se ve metido, sin darse apenas cuenta, en una estructura novelística compleja, donde los hechos se acaban convirtiendo en un extraño laberinto de espejos del que es difícil salir sin romperse algo. Un laberinto hecho de cotilleos en los que importa más el afán de hablar de los demás que la verdad de lo que se cuenta: "Me hace mucha gracia eso tan típico en un pueblo de que sabes la historia que le ha pasado a tal y que todo el mundo sabe que es inventada, pero se sigue contando de unos a otros y al final la sabe todo el mundo. Y el que sale fuera puede contarla como si fuese suya, porque nadie más va a saber que estás mintiendo. El pueblo es una fuente inagotable de mentiras".

Así es la Robla que dibuja García Sierra: un lugar donde nada se mueve salvo la información, pero la información no para de moverse. Y un lugar con un enorme poder para conseguir que todo lo que hay en él acabe pareciéndose: colores que se funden en un solo tono, verdades y mentiras indistinguibles y personas que se convierten todas en un único fantasma, el de un pueblo que es antes un vacío en el paisaje que una presencia en el mapa.

'Facendera'

Autor: Óscar García Sierra

Editorial: Anagrama

160 páginas. 17, 9 euros