UNA LEYENDA

Marlene Dietrich: la diva subversiva que lo hizo todo antes que nadie

La actriz alemana, prototípica ‘femme fatale’ y enemiga del nazismo, fue un ejemplo pionero de lucha contra el sesgo patriarcal en el cine y contra los tabúes sexuales y morales. Se cumplen 30 años desde su muerte

La actriz Marlene Dietrich, en una sesión de fotos durante el rodaje de ‘De isla en isla’ (1940).

La actriz Marlene Dietrich, en una sesión de fotos durante el rodaje de ‘De isla en isla’ (1940). / ARCHIVO

Nando Salvà

"Me hicieron para el amor, así nací y no puedo evitarlo; los hombres me rodean como polillas alrededor de una llama, y yo no tengo la culpa", cantaba Marlene Dietrich en El ángel azul (1930), la película que impulsó su salto desde Berlín hasta Hollywood y la erigió en icono sexual de mirada casi siempre entreabierta, propia de quien no siente dudas ni preocupación porque lo tiene todo bajo control. Pero ella fue mucho más que una prototípica femme fatale. Gracias a sus conexiones con el disoluto mundo del cabaret durante la república de Weimar, a su posterior oposición al nazismo y a los experimentos que entretanto llevó a cabo con su propia imagen, fue un emblema de libertad y subversiva para su tiempo y, en realidad, para todos los tiempos. Este viernes se cumplían 30 años desde su muerte.

Sirva como muestra de esa actitud una de las frases más célebres de la actriz: "En el fondo, soy un caballero". La Dietrich era tan transgresora que hasta detestaba a las feministas de la época, de quienes afirmó que tenían "envidia del pene". Y convirtió las prendas de vestir hasta entonces reservadas para los hombres en artículos de moda para las mujeres; en una escena de su primera película en Hollywood, Marruecos (1930), besó a otra mujer mientras lucía un esmoquin, y a menudo se hacía fotografiar vestida con traje y corbata. 

A la creación de su look, es cierto, contribuyó particularmente el cineasta Josef Von Sternberg, a quien ella describió ocasionalmente como "mi amo" y "el hombre que me creó"; él fue quien la llevó a Estados Unidos con la intención de convertirla en la nueva Greta Garbo, y en cuanto la tuvo allí la ayudó a sacudirse de encima su carnalidad típicamente teutona, con un poco más de contundencia en cada uno de los seis largometrajes que hicieron juntos en Hollywood. La transformación queda en evidencia especialmente irrebatible en El diablo es una mujer (1935), la película que la propia actriz consideraba su obra maestra y en la que, despojada ya del afán seductor y la proclividad a las frivolidades románticas que sus personajes habían mostrado en el pasado, se muestra como una auténtica destructora de hombres.

Marlene Dietrich mantuvo relaciones íntimas con constancia y sin hacer distinciones de género, en una época en la que la bisexualidad era castigada sin atenuantes. Su lista de amantes incluye a Tallulah Bankhead, a Gary Cooper, a Mercedes de Acosta, a Orson Welles, a Edith Piaff, a Kirk Douglas, a Marion Barbara y a John Wayne; y cuando el actor y director austro–suizo Maximilian Schell le preguntó acerca de sus romances con otras mujeres durante el rodaje del magnífico documental Marlene (1984), ella se limitó a contestar: "Oh, ya sabes, en ocasiones hay un hombre y una mujer, y entonces él se recuesta encima de ella y pasa lo que tiene que pasar; pues cuando hay dos mujeres funciona igual".

En todo caso, la intérprete jamás se divorció de su marido, el ayudante de dirección Rudolf Sieber, con quien se había casado en 1923. Fue ella quien lo urgió a que huyera de Europa durante la década de los años 30 junto a la hija de ambos, Maria –con quien, por cierto, posteriormente tuvo incontables problemas personales–, poco antes de renunciar ella misma a la ciudadanía alemana para adoptar la estadounidense. 

Escapó de Goebbels

Dietrich fue siempre enemiga de los nazis y crítica con las políticas antisemitas de la época. Joseph Goebbels, el ministro para la Ilustración Pública y Propaganda del Tercer Reich entre 1933 y 1945, en su día trató por todos los medios de convencerla para que volviera a su país y se coronara como musa hitleriana, pero fue en vano; la respuesta de ella fue aportar fondos para ayudAr a judíos y disidentes a escapar de Alemania, e incluso grabar varios discos de temática antinazi en alemán. Cuando Goebbels entendió que no había forma de recuperarla para su causa, se aseguró de censurar sus películas y convertirla en una apestada a ojos de los alemanes. Cuando regresó a Alemania en 1960 fue abucheada por el público, y no fue hasta 2002 que obtuvo el título de ciudadana honoraria de Berlín.  

Para entonces ya habían pasado 10 años desde su muerte, y casi tres décadas desde que decidió abandonar la interpretación a causa de las secuelas dejadas por una fractura de fémur, de sus adicciones al alcohol y los barbitúricos y, sobre todo, sus problemas para aceptar las huellas dejadas en ella por el paso del tiempo. En ese sentido no está de más recordar que, aunque Dietrich nació en 1901, en su pasaporte siempre figuró 1905 como fecha oficial de nacimiento; a pesar de lo que esa mirada casi siempre entreabierta y aparentemente indolente pudiera sugerir, después de todo, al menos una cosa sí escapaba a su control.

Sin embargo, su miedo a envejecer ha demostrado ser infundado porque, en un momento en que el tratamiento de las mujeres en Hollywood y la fluidez de las identidades de género están en el centro del debate público, su figura sigue sirviendo como ejemplo pionero de lucha tanto contra el sesgo patriarcal en la industria del cine como contra los tabúes sexuales y morales.

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