CUNA DEL FLAMENCO EN MADRID

Vuelve el quejío bravío al Villa Rosa, el tablao más antiguo del mundo

El local con más solera del flamenco reabre sus puertas en el corazón de Madrid bajo la dirección artística de Antonio Canales

Un espectáculo de baile en el tablao flamenco Villa Rosa de Madrid, que reabre sus puertas estos días.

Un espectáculo de baile en el tablao flamenco Villa Rosa de Madrid, que reabre sus puertas estos días. / Miguel Oses - EFE

Víctor Núñez Jaime

Hace poco más de un año, el virus pandémico acabó con el tablao flamenco más antiguo del mundo. Tuvo su correspondiente funeral, con una desgarradora soleá entonada a cappella, y con claveles rojos y veladoras del mismo color, y un puñado de mantones y batas de cola esparcidas por el suelo de su entrada, como si un huracán hubiera pasado por ahí. Para entonces ya habían cerrado Casa Patas y el Café de Chinitas, sitios magnéticos de Madrid, sobre todo entre los forasteros, pero que el Villa Rosa echara el cierre fue, nunca mejor dicho, un sonado drama flamenco, pues desaparecía así su histórico abolengo. Por eso la noche del pasado jueves, cuando dentro de sus viejas paredes el quejío bravío, las guitarras, las palmas y el zapateo intenso volvieron a escucharse entre oles y alegrías, el alma del arte declarado Patrimonio de la Humanidad volvió a inflamarse.

“No ha sido fácil reanudar la actividad de un lugar tan emblemático”, cuenta su nueva propietaria, la empresaria Ivana Portolés, también dueña de Cardamomo, otro popular tablao de esta Villa y Corte. “Ya estaba planeado convertir este espacio en un restaurante temático, pero los impulsores de ese proyecto se echaron para atrás. Luego, un empresario de Barcelona quiso comprarlo para hacer una discoteca y, al final, tiró la toalla. Fue entonces cuando los dueños escucharon mi oferta, y hoy aquí estamos. Da un poco de vértigo y es toda una responsabilidad, pero confiamos en que todo saldrá bien”, agrega Portolés, quien ha encabezado un reciente “lavado de cara” del tablao (escenario, área de mesas, equipo de luz y sonido).

Detalle de la fachada del Villa Rosa.

Detalle de la fachada del Villa Rosa. / Cedida

De las tinieblas televisivas, además, ha llegado el bailaor y coreógrafo Antonio Canales para encargarse de la dirección artística de esta catedral flamenca. “El objetivo es que cada semana pase por aquí un elenco diferente. Vamos a combinar artistas consagrados y nuevas figuras. Ivana, además, tiene planeado hacer tertulias flamencas para los entendidos y talleres para niños. En eso ella tiene mucha experiencia y es importantísima la labor que realiza, porque es increíble que este arte sea más valorado en el extranjero que aquí en España”, dice el hombre que obtuvo el Premio Nacional de Danza en 1995.

Situado en el número 15 de la madrileña Plaza de Santa Ana, antes de ser un tablao el Villa Rosa fue un molino de chocolate y luego una freiduría andaluza. El local se abrió por primera vez en 1911 y, después de esas dos experiencias comerciales, en 1921 un empresario llamado Tomás Pajares adquirió el negocio e invitó al cantaor Antonio Chacón a dirigir el recinto. El éxito artístico y económico no tardó en llegar y, con el paso de los años, las principales figuras del cante, el baile y el toque comenzaron a desfilar por su escenario. Cualquier noche, el público podía deleitarse con las voces rasgadas de Manolo Pavón, Juanito Mojama, Pepe de la Matrona, Fosforito o La Niña de los Peines. Más tarde se presentarían ahí Impero Argentina, Lola Flores, Juanito Valderrama, Miguel de Molina o Antonio Mairena.

Vestidos con sus mejores atuendos, los principales personajes del mundillo de la farándula y la política llegaban todas las noches para dejarse ver. Los fotógrafos y reporteros de sociedad también comenzaron a ir. Las estrellas de Hollywood que pasaban por España o venían a filmar aquí sus películas aparecían por sorpresa. Así, la alegría y el glamur se colaban, aunque fuera por unos instantes, en el país oscuro de entonces. Con frecuencia, los clientes podían encontrarse ahí con el escritor Ernest Hemingway o con la actriz Ava Gadner o con el torero Luis Miguel Dominguín. Pero dicen que antes de esa época dorada, uno de sus más asiduos visitantes era el rey Alfonso XIII. Cuentan que, para no ser visto, llegaba por uno de los túneles que conectan el tablao con el Palacio Real. Hoy, en el sótano, pueden verse tres entradas tapiadas. Cuentan —nadie asegura— que por una de ellas entraba y salía el monarca destronado en 1931 por la Segunda República.

El tablao, en la presentación de su reapertura.

El tablao, en la presentación de su reapertura. / Cedida

En la fachada y en el interior del Villa Rosa, su azulejería capta la atención. Afuera hay paisajes madrileños y andaluces, como La Cibeles o La Alhambra. Adentro, custodiando varias columnas y arcos arábigos, hay una sucesión de escenas flamencas y toreras. Es posible haber visto esta decoración aunque nunca se haya ido, porque ha servido de escenario para algunas escenas de las películas Tacones lejanos, de Pedro Almodóvar, Ocho apellidos catalanes, de Emilio Martínez-Lázaro o La Reina de España, de Fernando Trueba. Aquí, además, se han llevado a cabo varias juergas de famosos. La más sonada recientemente quizá sea la del cumpleaños número 70 del cantautor Joaquín Sabina, amenizada con un nutrido grupo de enjundiosos mariachis que el torero José Tomás le trajo desde México.

Quién sabe si el Villa Rosa volverá a tener otra época de esplendor, pero el pasado jueves, día en que, por cierto, el flamenco fue reconocido con el Premio Princesa de Asturias en las figuras de Carmen Linares y María Pagés, quedó claro que esa es su meta. El tablao revivió entre copas de vino, tapas tradicionales y, sobre todo, con la gracia y el compás de los cantaores Juañares, El Pola y Gabriel de la Tomasa, las guitarras de Jesuli y José Romero, y el baile de José Carmona Rapico y Mónica Méndez. Todos actuaron para el público con una mezcla de cariño y coraje, de triunfo y sufrimiento, con furia creativa constante. Y con la intención de que el tablao más antiguo del mundo vuelva a ser uno de los epicentros de las noches madrileñas.