Estreno

Hiro Onoda, el soldado japonés que tardó 30 años en rendirse

Una película francesa y una novela del cineasta Werner Herzog evocan la vida del militar que alargó tres décadas la segunda guerra mundial desde una isla filipina

Una imagen de 'Onoda, 10.000 noches en la jungla'

Una imagen de 'Onoda, 10.000 noches en la jungla'

Quim Casas

Quim Casas

Algo debe de tener Hiro Onoda para haber suscitado el interés de un escritor (y cineasta) alemán como Werner Herzog y de un director francés como Arthur Harari. El año pasado, el primero publicó la novela ‘El crepúsculo del mundo’, dedicada a este militar japonés que permaneció tres décadas en una isla filipina convencido de que la Segunda Guerra Mundial no había terminado y aún existían posibilidades de ganarla. La novela la acaba de publicar en castellano Blackie Books. El filme de Harari, ‘Onoda, 10.000 noches en la jungla’, se estrenó el viernes. Libro y película comparten muchas cosas, la selección de lo que cuentan es distinta.

La fascinación del director de ‘Fitzcarraldo’ por Onoda viene de más lejos. En su novela cuenta cómo en 1997, encontrándose en Tokio para dirigir el montaje de una ópera, metió la pata al rechazar una invitación del emperador japonés y, en contrapartida, dijo que le gustaría mucho conocer a Onoda. Y así ocurrió. 20 años después, en un encuentro en el festival de Cannes, Herzog coincidió con Harari y quizás entonces cruzaron opiniones sobre tan fascinante personaje.

Un personaje mitológico

Onoda podría haber sido el protagonista de un filme de Herzog. Es tan mitológico como Lope de Aguirre, Fitzcarraldo, Cobra Verde o Dieter Dengler, un soldado alemán que combatió con las fuerzas estadounidenses y fue hecho prisionero en Vietnam, a quien Herzog dedicó un documental y una ficción protagonizada por Christian Bale. Como ellos, su experiencia vital está relacionado con la vida en la selva, en los confines del mundo. El director ha preferido convertirlo en protagonista de un documento-ficción estructurado como las páginas de un diario muy selectivo. Harari ha hecho algo parecido en su filme.

Pero ¿qué tiene de especial Hiro Onoda para generar tantas pasiones literarias y cinematográficas? Cómo se cuenta en la película, el joven militar se encontraba en un callejón sin salida a nivel personal cuando lo reclutó el general Yoshimi Taniguchi para una misión estratégica que debía ser fundamental para el triunfo en la campaña del Pacífico. Tenía entonces 22 años.

Una misión imposible

Nacido en 1922, Onoda se convirtió en oficial de inteligencia y responsable de una guerra secreta ideada por su superior. Para ello se desplazó a la isla filipina de Lubang en diciembre de 1944. Allí permaneció hasta mediados de 1974. Su misión era organizar una guerra de guerrillas. Pero, de entrada, topó con la opinión contraria de los soldados que tenía a su cargo. Nadie creía en aquella misión. Dos meses después, el 23 de febrero de 1945, los norteamericanos tomaban la isla. El 2 de septiembre de aquel año,

Japón

firmaba la rendición incondicional.

Onoda fue perdiendo a sus hombres, víctimas del hambre, las enfermedades, las deserciones o los ataques de los guerrilleros y pescadores filipinos. Pero él seguía convencido –o se autoconvenció de que así debía ser– de que la guerra no había terminado. Harari le muestra en varias escenas escuchando informativos radiofónicos gracias a un pequeño transistor encontrado en una aldea. Onoda creyó que lo que escuchaba formaba parte de una estrategia de desinformación estadounidense y llegó a pensar, según Herzog, que China, Siberia, Laos y la India se habían aliado en un nuevo eje para combatir a los aliados. Tampoco hizo caso de los panfletos lanzados sobre la isla anunciando el final de la contienda.

La rendición

Las cosas empezaron a cambiar cuando entró en escena el estudiante japonés Norio Suzuki. Llegó a Lubang, montó un campamento, colocó altavoces y puso en marcha una cinta con la grabación de la canción favorita de Onoda. Este bajó de las montañas y conversó con él. Al final Suzuki le convenció. Onoda solo se rindió al ordenárselo su superior directo, Taniguchi, que entonces se había retirado del ejército y trabajaba como librero. En plena selva, ante Taniguchi, Onoda entregó su uniforme, espada y armamento. El 11 de marzo de 1974, 28 años y medio después de la rendición del Japón, Onoda ofreció su sable en un acto protocolario al presidente de Filipinas, Ferdinand Marcos.

Onoda vivió hasta 2014, mientras que Suzuki falleció muy joven, en 1986. A su regreso a Japón, vitoreado, Onoda tanteó la política y publicó sus memorias. Finalmente, marchó a Brasil y se dedicó a la crianza de ganado. Regresó a Japón a mediados de los 80. Con todo, no fue el último soldado japonés de la guerra. Teruo Nakamura fue arrestado en la isla indonesia de Morotai en diciembre de 1974, aunque él se recluyó en una cabaña y dejó de combatir a mediados de los 50.