El malvado payaso real en el que se inspiró 'It': John Wayne Gacy y nuestra fascinación por los asesinos en serie

El documental de Netflix 'Las cintas de John Wayne Gacy' ahonda en la personalidad de uno de los asesinos en serie más crueles del siglo XX y alerta sobre la vulnerabilidad de una sociedad que, en muchas ocasiones, carece de las herramientas necesarias para detectar a tiempo este tipo de amenazas

John Wayne Gacy, caracterizado como el payaso Pogo y en su ficha policial.

John Wayne Gacy, caracterizado como el payaso Pogo y en su ficha policial. / ARCHIVO

Eduardo Bravo

Los ciudadanos de Chicago no olvidarán las Navidades de 1978. Ese año, en lugar de Papá Noel, el protagonista de las fiestas fue Pogo, un payaso que, a diferencia de Santa Claus, no llegó cargado de los tradicionales regalos para toda la familia, sino de una veintena de cadáveres de adolescentes.

Pogo era el alter ego de John Wayne Gacy, empresario del ramo de la construcción y destacado miembro de su comunidad gracias, entre otras cosas, a su militancia en el partido demócrata, que le permitió conocer a la mismísima Rosalynn Carter, esposa del Presidente de los Estados Unidos Jimmy Carter. De hecho, Pogo había sido creado originalmente para amenizar desfiles y fiestas infantiles de dicha organización política, aunque, posteriormente, John Wayne Gacy lo emplease como tapadera para dar rienda suelta a sus perversiones.

"Gacy me contó que, como payaso, podías sentarte en el regazo de las mujeres y hablar con ellas. Podías hacer con ellas lo que quisieras. Podías tocarlas y nunca dirían nada porque eras un payaso”, recordaba el agente de policía Michael Albrecht. En todo caso, y a pesar de las facilidades que le proporcionaba el disfraz de Pogo, lo cierto es que a John Wayne Gacy no le interesaba demasiado sentarse en el regazo de las chicas. Aunque se declaraba bisexual y mantuvo relaciones con mujeres hasta el punto de contraer matrimonio en dos ocasiones, su deseo se decantaba claramente hacia los adolescentes de género masculino.

Depredador experimentado, Gacy solía buscar a sus parejas en estaciones de autobuses, tiendas y bares de ambiente. Una vez roto el hielo, los tentaba ofreciéndoles un puesto de trabajo en su empresa de construcción y, cuando la artimaña no funcionaba, recurría a la coacción. En una época en la que la homosexualidad estigmatizaba socialmente, Gacy utilizaba una de las múltiples placas de policía de las que disponía, a pesar de no ser miembro del cuerpo, y se aprovechaba de unos muchachos, cuyas edades oscilaban entre los 15 y 20 años, a los que la amenaza de ver revelada su sexualidad les dejaba a merced de Gacy.

A pesar de su buena reputación en la comunidad, la preferencia del empresario por los jóvenes despertaba ciertas suspicacias. Cuando los vecinos, a los que solía agasajar con fiestas y barbacoas, le preguntaban la razón por la que prefería chavales sin experiencia a obreros más veteranos y resolutivos, Gacy salía del paso afirmando que, de ese modo, podía enseñarles el oficio desde cero y evitar los “vicios” profesionales de los empleados con más años de trabajo a sus espaldas.

A pesar de todo, las explicaciones de Gacy no acababan de encajar. Esos jóvenes por los que el empresario se desvivía y al que tanto debían laboralmente, no acostumbraban a durar demasiado en su puesto de trabajo. De la noche a la mañana, muchos de ellos desaparecían sin dejar rastro ni despedirse de compañeros o familia. Cuando sus padres, hermanos o amigos acudían a las comisarías a denunciar su desaparición, la policía acostumbraba a despacharlos con frases como “son jóvenes”, “es normal que los muchachos se escapen de casa” o “ya volverá”. Cualquier cosa menos dudar de la honorabilidad de un miembro tan principal de la comunidad como Gacy.

Sin embargo, todo eso cambió en diciembre de 1978, cuando la policía de Chicago comenzó a investigar la desaparición de Rob Piest, un joven de quince años visto por última vez en compañía de Gacy a las puertas de un supermercado. Tras obtener una orden judicial para registrar la casa del contratista, la policía halló en el sótano un enterramiento con los cuerpos de más de veinte jóvenes, entre ellos varios de los antiguos empleados de Gacy, aunque no el de Piest.

Después de varios interrogatorios, el empresario confesó que el joven al que buscaban no estaba en la propiedad. La acumulación de cadáveres había hecho imposible nuevos enterramientos, por lo que se había visto obligado a deshacerse de los cuerpos lanzándolos a un río. Una explicación tan convincente como alarmante, desde el momento que demostraba que, además de esa veintena de cadáveres, había más víctimas cuyos cuerpos podían no aparecer nunca. De hecho, hubo que esperar hasta abril de 1979 para que el deshielo permitiera que el cadáver de Rob Piest saliera a la superficie y fuera recuperado.

El atractivo de lo truculento


Hace unos días Netflix reconoció haber perdido doscientos mil suscriptores durante el primer trimestre de 2022. Según los responsables de la compañía, las causas de estos malos resultados eran la gran competencia en el sector, la inestabilidad política por la guerra de Ucrania y que los usuarios compartían contraseñas. En ningún momento la empresa hizo autocrítica alguna sobre la calidad de un catálogo anodino en el que, salvo honrosas excepciones, el lema “Producido por Netflix”, más que un reclamo para el visionado, es una alerta disuasoria.

No obstante, la plataforma cuenta con un importante comodín para sobrellevar esa sangría de abonados: los documentales de true crime que, si bien no suelen alcanzar grandes picos de audiencia, tienen un público fiel al que le fascina conocer los entresijos, nunca mejor dicho, de algunos de los casos criminales más relevantes de las últimas décadas. Entre ellos, los asesinatos del payaso Pogo narrados en Las cintas de John Wayne Gacy, documental de tres capítulos estrenado recientemente por la plataforma que recoge declaraciones inéditas del famoso asesino en serie.

El sótano en el que Gacy enterraba a sus víctimas.

El sótano en el que Gacy enterraba a sus víctimas. / ARCHIVO

“Los seres humanos vivimos en una constante tensión entre ser agresivos, competitivos e individualistas o cooperar, ser prosociales y cuidar los unos de los otros. Si hemos podido avanzar como especie es, precisamente, porque el espíritu cooperativo se ha superpuesto a la agresividad y a la violencia. No obstante, las emociones que disparan las conductas violentas son tan humanas y universales como sus contrarias. Por eso, ver representaciones en cine, literatura, pintura o cualquier otra expresión artística de las emociones más oscuras que habitan en todos nosotros, ejerce un poder de fascinación especial”, comenta la psicóloga Violeta Alcocer.

En el caso de Las cintas de John Wayne Gacy, a esa atracción por lo oculto en sí misma se suma un elemento aún más perturbador: la capacidad de esos criminales para presentarse ante la sociedad como personas ejemplares, cuyo testimonio merece más credibilidad que el de sus propias víctimas o sus familiares y que, en último término, provoca que la comunidad se encuentre aún más indefensa y desamparada.

“Lo que subyace muchas veces a estos perfiles, fundamentalmente narcisistas y psicopáticos, es una identidad muy fragmentada. Por eso son capaces de funcionar de forma totalmente normal e incluso prosocial en algunos ámbitos de su vida, mientras que en otros, por ejemplo en la intimidad, son incapaces de regularse emocionalmente y se disparan las conductas violentas como forma de encontrar, aunque sea temporalmente, la calma, el placer, el alivio o la sensación de control en el ámbito de lo interpersonal”, explica Alcocer, quien señala que, en el caso concreto de los asesinos en serie, “lo que sucede es que estas sensaciones mencionadas anteriormente se buscan de forma premeditada, creando así un hábito o una especie de ‘adicción’ al ritual en sí mismo”.

Delirios de grandeza


Antes de ser detenido, John Wayne Gacy fue sometido a una estricta vigilancia por parte de la policía de Chicago. Los agentes, organizados en turnos de ocho horas, estuvieron pendientes del sospechoso las veinticuatro horas del día, hasta el punto de acompañarle en sus rutinas diarias y sentarse con él a charlar mientras almorzaban o tomaban un café.

Durante esos encuentros, Gacy solía mostrarse altivo, soberbio y prepotente. “¿Sabes una cosa, Mike? Un payaso puede salirse con la suya”, llegaría a confesarle al agente Albrecht un Gacy que estaba tan pagado de sí mismo, que había comenzado a descuidar la meticulosidad que caracterizaba sus asesinatos y que, con el tiempo, acabaría aportando las pruebas necesarias para su procesamiento.

“En el caso que nos ocupa, puede que Gacy se considerase superior, pero esa superioridad es evidentemente patológica y poco conectada con la realidad. De hecho, es al sobrevalorar su capacidad de donde surgen sus errores”, comenta Violeta Alcocer, quien apunta que es, justamente por esa actitud de pretendida superioridad, por lo que “el hecho de ser detenido no tiene el mismo significado que para un delincuente común. Para él la detención puede ser incluso vivida como un pequeño triunfo y un reconocimiento público de su poder”.

Disfruté de estar sentado todos los días ahí y ser el centro de atención. Me gusta ser el centro de atención, pero también me lo he ganado", decia Gacy

A la vista de Las cintas de John Wayne Gacy, el análisis de Alcocer es más que acertado. En las conversaciones que se reproducen en el documental, el asesino llega a reconocer haberse sentido a gusto en el juicio: “Disfruté de estar sentado todos los días ahí y ser el centro de atención. Me gusta ser el centro de atención, pero también me lo he ganado. Nadie más tuvo agallas para hacer lo que yo y salirse con la suya. Si ganara el caso, podría sentarme y reírme durante toda una puta hora”.

Finalmente no hubo risas. El 13 de marzo de 1980, John Wayne Gacy fue declarado culpable por un jurado, que no tuvo en cuenta los argumentos de la defensa para que el acusado fuera declarado enajenado mental y cumpliera condena en una institución psiquiátrica. Después de varias apelaciones, cuya resolución se alargó más de una década, John Wayne Gacy fue ejecutado por inyección letal el 10 de mayo de 1994, en el Centro Correccional de Stateville de la localidad de Crest Hill, en el Estado de Illinois.

El asesinato y las bellas artes


John Wayne Gacy ya conocía las rutinas de la vida en prisión cuando fue condenado a muerte. En 1968, había sido sentenciado a diez años por abuso sexual a un menor, de los que apenas cumplió dieciocho meses en la cárcel de Anamosa, Iowa. Durante ese tiempo, Gacy decidió actuar como había hecho mientras estaba en libertad y convertirse en un miembro destacado de la comunidad penitenciaria, con objeto de que su notoriedad le mantuviera a salvo de agresiones por parte de los demás reclusos. En consecuencia, se convirtió en el encargado de la cocina y participó de diferentes actividades lúdicas como, por ejemplo, el coro.

Cuando volvió a prisión una década después, Gacy ya era suficientemente conocido por sus compañeros de cárcel y los funcionarios, por lo que, despreocupado, decidió emplear el tiempo en la cárcel, que es mucho, pintando al óleo. Entre 1980 y 1994, fecha de su ejecución, Gacy realizó decenas de cuadros con motivos que abarcaban desde retratos de Pogo el payaso, a perturbadoras escenas protagonizadas por Blancanieves y los siete enanitos, pasando por cráneos humanos o lienzos en los que aparecían Elvis Presley, Adolf Hitler o Jeffrey Dahmer, más conocido como El carnicero de Milwaukee.

Un dibujo de John Wayne Gacy subastado hace unos años.

Un dibujo de John Wayne Gacy subastado hace unos años. / ARCHIVO

Como había sucedido con sus crímenes, el arte de John Wayne Gacy despertó la admiración de algunos coleccionistas, que no dudaron en desembolsar cantidades nada desdeñables por sus lienzos, lo que también dio lugar a encendidos debates sobre la conveniencia de aumentar la notoriedad de personalidades tan narcisistas y ávidas de reconocimiento como peligrosas.

Los medios tienen la responsabilidad de informar sin convertir a los criminales en héroes. Lo contrario es una irresponsabilidad"

“El reconocimiento y la visibilidad pueden ser un aliciente externo, pero no siempre son la causa profunda de estas conductas. Cada caso tiene sus peculiaridades y, aunque habrá criminales que persigan únicamente la visibilidad, para otros esta puede ser una recompensa secundaria”, comenta Violeta Alcocer, que destaca la responsabilidad de los medios de comunicación a la hora de tratar estos temas. “Obviamente, los medios tienen la responsabilidad de informar sin convertir a los criminales en héroes. Lo contrario es una irresponsabilidad, aunque desgraciadamente tenemos multitud de ejemplos en esta línea” concluye.

En 2001, se celebró en Las Vegas una exposición con parte de la obra pictórica de John Wayne Gacy que provocó gran indignación en un sector de la población estadounidense. Para intentar minimizar la polémica, la organización de la muestra decidió que parte de los beneficios obtenidos por las ventas de los cuadros fueran a parar al National Center for Victims of Crime, cuyos responsable no tardaron en desmentir esa información: “La idea de beneficiarse de una actividad relacionada con crímenes tan atroces y violentos sería de muy mal gusto. Por respeto a las familias de las víctimas, no hemos aceptado ni aceptaríamos ninguna contribución que provenga de la venta del trabajo de John Wayne Gacy”, afirmaron.

A punto de cumplirse tres décadas de la ejecución de Gacy, los aficionados a la 'murderabilia' —neologismo anglosajón para referirse a los aficionados a coleccionar materiales relacionados con asesinatos—, no parecen compartir los planteamientos de los responsables del National Center for Victims of Crime. De hecho, las obras del asesino siguen disfrutando de una gran demanda, como demuestra la página bidsquare.com, en la que se puede encontrar una sección dedicada a las obras de Gacy.

Pagina en bidsquare.com en la que se puede pujar por las obras de Gacy.

Pagina en bidsquare.com en la que se puede pujar por las obras de Gacy. /

Si bien los precios no son públicos, sino que deben de ser consultados por los interesados previo envío de un correo electrónico a los vendedores, si se atiende a las ventas realizadas en los últimos años, las obras de Gacy oscilarían entre los 6.000 y 175.000 dólares —aproximadamente 5.700 y 166.000 euros—. Habida cuenta de que el mercado del arte se basa en la escasez y la demanda, estas cantidades, que ya quisieran para sí muchos artistas en activo, no han parado de aumentar, lo que convierte a Gacy en una muy buena inversión, al menos para aquellos coleccionistas con pocos dilemas morales.