Opinión | ESPEJO DE PAPEL

GCI, TTT, iniciales de la alegría y de la inteligencia

Guillermo Cabrera Infante

Guillermo Cabrera Infante / Juan Ramón Iborra

Jordi Soler, el catalán de México, autor de Los rojos de ultramar, uno de los libros más importantes de la historia reciente de la autobiografía, es además un hombre de memoria agradecida, generosa, abocada al reconocimiento y no a los despistes que naturalizan el olvido.

Este último viernes intervino en el consultorio literario del programa Hoy por hoy de la Cadena Ser y de Ángels Barceló y fue consultado por un oyente interesado en que le recetara un libro que le regalara música que también fuera gran literatura.

Soler, hombre de palabra bien plantada en las frases, sobrio, con esa voz que combina el mejor maridaje de sus tres acentos, el español, el catalán y el mexicano, no dudó un instante su elección: Tres tristes tigres, la novela de Guillermo Cabrera Infante.

Se me erizaron los pelos de la gratitud, pues esa novela fue la primera de todas las que leí en las que sentí que, en efecto, leer y bailar podían terminar siendo la misma cosa. Me levanté de la silla, caminé por la habitación sin ruido y sentí que tenía que llamar a alguien, sin duda al propio Guillermo, para decirle que un escritor que es de muchas partes, que tiene en su armario de fichas de preferidos a grandes de la literatura, como James Joyce, de cuya cofradía es, con Enrique Vila Matas, un puntal, le había emparentado con la música y se había entusiasmado de hacerlo ante unos micrófonos de la principal radio española.

Y cómo iba a encontrar a Guillermo. Murió en 2005 en su casa de Londres, cerca del metro de Gloucester Road, donde vivía exiliado desde que Cuba, su tierra natal, y España, tan desnaturalizada en tiempos de Franco, lo condenaron, a él y a su mujer la actriz Miriam Gómez, a las tinieblas sin ritmo del exilio.

Antes de que ese viaje último lo alejara de Cuba y de la alegría que en un tiempo fue para él la isla de la noche intensa y divertida Guillermo había escrito ese libro preferido de su sucesor mexicano-catalán-español, autor de Los rojos de ultramar entre otras novelas que se remarcan como lo de lo mejor de la literatura de nuestras lenguas mestizas. Es imposible decir qué dirían los que ya no están, pero cierto conocimiento de aquel gigante de la literatura permite imaginar que, si hubiera sabido que Soler tenía hacia su libro mayor esa estima musical, precisamente, es fácil aventurar que hubiera exclamado: “Ven acá, ¿y cómo así?”.

Cabrera Infante ha sido para los amantes de su obra una incesante sorpresa, desde que apareció a finales de los años sesenta en una página oscura de la revista Índice, hablando de lo que él mismo nombró swinging London cuando ya los Beatles y Carnaby Street iban perdiendo hasta las letras y advenía la decadencia inglesa que, además, le resultó igual de atrayente que el brillante pasado. Había hecho cine, y sobre todo se había dejado las pestañas en poner en limpio (para filmar) Bajo el volcán de Malcolm Lowry y en escribir y escribir y escribir, a veces para divertirse (casi siempre) y otras veces para comer, pues la vida del exilio además de perseguida por ruines espías de su viejo país fue muy aperreada, difícil como subir una escalera cubierta de hiel.

Ese desarrollo del exilio tuvo contratiempos, pero también venturas, sobre todo la de tener al lado siempre a Miriam Gómez, actriz de memoria sabia y mujer de enormes talentos, cuya inteligencia estaba llena de misterios y de cuentos que Guillermo disfrutaba como un niño riendo.

El Premio Cervantes se le resistió porque se lo merecía, pero al fin lo tuvo algunos años antes de morir. Ocurrió este infeliz momento de la pérdida en un febrero muy frío de 2005; recuerdo la llamada final de Miriam Gómez. Se acababa la música extraordinaria del escritor que, desde Así en la paz como en la guerra, contó Cuba como si la abrazara y recorrió las noches del Malecón como si estuviera entregado al azar que le dio el genio de escribir y hacer hablar como si Cuba fuera no sólo un país sino una lengua y una música y una escritura que nos legó y que en una mañana sorprendente de esta primavera, exactamente cuando él hubiera cumplido 93 años, fue citado por su colega muy joven Jordi Soler como el escritor cuya música de Tres tristes tigres sigue sonando desde aquella vieja portada en la que unos negros se aprestan a llenar de sonido un libro inmortal e inigualable, que pasó a la historia con sus iniciales, TTT de GCI. Inolvidable personaje, persona extraordinaria, escritor al que jamás le llegará el olvido.   

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