EXPOSICIÓN

Arne Jacobsen, el diseñador nórdico que enseñó al mundo a sentarse en sillones redondos

Una muestra en el Colegio Ofical de Arquitectos de Madrid recorre la obra del arquitecto danés, nombre imprescindible del diseño y la arquitectura del siglo XX cuyo legado sigue radicalmente vivo

Lobby del Hotel SAS (hoy en día Radisson Collection Royal Hotel) de Copenague, el primero de diseño que hubo en el mundo, inaugurado en 1960 con interiorismo y mobiliario firmado por Jacobsen.

Lobby del Hotel SAS (hoy en día Radisson Collection Royal Hotel) de Copenague, el primero de diseño que hubo en el mundo, inaugurado en 1960 con interiorismo y mobiliario firmado por Jacobsen.

Andrés Rubin de Celis

Dicen que el primer paso nunca lleva a dónde uno quiere ir, pero no hay otra forma de abrir camino en esa dirección que darlo, y la trayectoria de Arne Jacobsen (Copenhague, 1902-1971) lo demuestra. Antes de soñar con la arquitectura desatendiendo su auténtica vocación, la de jardinero, Jacobsen empezó formándose como albañil en la Skolen for Brugskunst de la capital danesa. Una vez alcanzada la maestría en el oficio, se matriculó en la Real Academia Danesa de Bellas Artes, donde se graduaría como arquitecto en 1927. En París y Berlín conoció las obras de dos genios que le abrirían la mente: Le Corbusier y Mies van der Rohe.

De regreso en su país, comenzó a trabajar en el estudio de Paul Holsøe, y, para una exposición organizada por el Colegio de Arquitectos de Copenhague en 1929, concebiría tanto “la casa del futuro” –en colaboración con su colega Fleming Lassen–como varias piezas de mobiliario en metal tubular inspirados por el Racionalismo y la Bauhaus. No tardaría en ir más allá que esos nombres y movimientos en el juego con las formas. Por ejemplo, con las líneas curvas, que se convertirían en un rasgo distintivo de su trabajo. Por fin todo cobraba sentido, y, como dejó escrito Epicuro, ese fue el principio. Del encuentro de las tres formaciones de Jacobsen –práctica, teórica y artística– y sus omnívoras inquietudes surgiría una visión pionera, muy anterior al diseño holístico que los italianos venden como propio. “Yo no tengo una filosofía concreta, lo que me gusta es sentarme en mi estudio a trabajar”, declaraba.

A lo largo de este mes de abril –aunque sus organizadores den extraoficialmente por hecha una prórroga hasta bien entrado mayo– y con motivo del 120 aniversario de su nacimiento, el Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid (COAM) viene albergando una sugerente exposición, Arne Jacobsen x 120. El arte en lo cotidiano, en torno a un creador total imprescindible para entender el diseño contemporáneo. Sin entrar en su arquitectura, Jacobsen firmó en vida alrededor de 1.500 piezas, entre muebles, estampados para textiles y papeles pintados, lámparas, relojes, cuberterías, cristalerías y muchísimos otros enseres domésticos, de los cuales cerca del 90% siguen en producción medio siglo después de su muerte. Toda esa estela creativa está representada en la exposición, entre otros objetos e imágenes, por 69 iconos de la talla de la silla Serie 7, de la que se han vendido más de cinco millones de unidades desde su lanzamiento; el sillón Egg, giratorio y basculante, un prodigio más cercano a la ingeniería que al diseño; las imitadísimas lámparas AJ; o su cubertería 600, que Stanley Kubrick inmortalizó en 2001. Una odisea del espacio (1968).

El célebre sillón 'Egg' (1959) de Arne Jacobsen, en la exposición.

El célebre sillón 'Egg' (1959) de Arne Jacobsen, en la exposición. / Cedida

La irrupción del diseño nórdico

Para entender las claves de su victoria sobre el tiempo hay que remontarse siete décadas atrás y a otro abril, el de 1954. En el Museo de Brooklyn, el segundo mayor de la ciudad de Nueva York, se inauguraba entonces otra exposición, titulada Design in Scandinavia. Estaba compuesta por 700 muebles y objetos decorativos diseñados y producidos en Dinamarca, Suecia, Finlandia y Noruega, y durante los tres años siguientes giraría por los Estados Unidos y Canadá. Allí estaban, codo con codo, Alvar Aalto, Finn Juhl, Hans J. Wegner, Børge Mogensen, Ilmari Tapiovaara, Poul Henningsen, Bruno Mathsson, Tapio Wirkkala o Per Lutken. También Arne Jacobsen. En el programa se trazaba un resumen ideal de la aspiración común al diseño nórdico: “crear un entorno que satisfaga las necesidades del hombre moderno cumpliendo de forma sencilla y natural con toda exigencia práctica y estética; y también algo no menos importante: enseñar a la gente a darse cuenta de los valores de dicho entorno”.

Ese texto parece escrito hoy mismo, igual que las sillas de Jacobsen, tan modernas hoy como cuando se concibieron. Y no solo eso, sino también plenamente instaladas ya en el imaginario colectivo. En primer lugar por el hecho de nacer conectadas a una estética atemporal, una de las características principales de la tradición nórdica que Jacobsen pondrá al día con su trabajo siguiendo una regla de oro: “economía más función igual a estilo”. También porque, si es cierto que llevaba su talento al límite en cada proyecto, perteneciese al ámbito o disciplina que fuese, en el diseño de mobiliario ese mandamiento personal fue casi una obsesión, como basta para demostrar el hecho de que fuese el primer creador escandinavo de la historia en atreverse a prescindir de la madera –sagrada en las culturas del norte de Europa– al concebir un asiento.

Detalle de las exposición de Arne Jacobsen en el COAM.

Detalle de las exposición de Arne Jacobsen en el COAM. / Cedida

Azar y exposiciones

Hablando de decisiones insólitas, y volviendo al COAM: en una de sus novelas premiadas, la escritora belga Amélie Nothomb proponía una curiosa forma de enfrentarse a una exposición. “Me atraía la idea de no saber si iba a ver pintura, escultura o una retrospectiva de cachivaches varios –escribía–. Uno siempre debería acudir a las exposiciones así, por azar, con absoluta ignorancia. Alguien desea mostrarnos algo: eso es lo único que importa”. En otras palabras, dejarse llevar. Eso es justo lo que plantean los comisarios de Arne Jacobsen x 120. El arte de lo cotidiano, una muestra que, al no estar estructurada siguiendo un hilo cronológico, temático ni de ninguna otra naturaleza, invita al visitante a crear no solo su propio itinerario sino, también, un personal acercamiento a la figura del creador danés. Como señala Marco Gil, a la cabeza del equipo curiatorial: “hemos querido abrir un agujero negro cognitivo que te absorba y, tras proporcionarte muchísima información y estímulos de muy distinta naturaleza, te permita darle un sentido personal a lo que has visto”.

Marco Gil, director general de EGE Marco y comisario de 'Arne Jacobsen x 120'.

Marco Gil, director general de EGE Marco y comisario de 'Arne Jacobsen x 120'. / Cedida

Su colega Francisco Domouso, profundizando en el debate que los cinco comisarios mantuvieron sobre si debían intelectualizar o popularizar esa experiencia, añade: “al final preferimos buscar una percepción intuitiva por parte del público, con la intención de ofrecer aún más inquietud que conocimientos”. Jacobsen dijo una vez que cuando la gente compra una silla no le importa quién la ha diseñado. Eso no es lo importante, sino saber si es cómoda y resistente. Y por eso en el COAM los asientos expuestos no solo están a disposición de los visitantes, sino que la organización insiste en invitarles a instalarse cómodamente en ellos en busca de lo que todas las exposiciones deberían pretender: sentir antes de comprender. A Jacobsen le hubiese encantado.