Opinión | ESPEJO DE PAPEL

Hierro y Gas, en son de despedida

José Hierro

José Hierro / EPC

Qué rabia da, qué rabia, que ya no esté, que ya no esté desde hace tanto, Pepe Hierro entre nosotros. Y, sin embargo, ahí está, lo trae Mario Gas hasta este escenario destartalado, música de Bárbara Granados, un público que tiene ganas de poesía, la emoción de escuchar en directo lo que escribieron otros, a los que el gran actor versátil les regala lo que tiene por dentro: emoción y alegría.

Qué rabia que no esté Hierro, pero está Gas, es una aleación perfecta, la ausencia escrita, la voz impecable, su ritmo. De pronto estuvo Hierro escribiendo o pintando, con bolígrafo o con tinta de vino, el público escuchaba, en la voz del actor recién afeitado, su pañuelo de colores, junto al carrito de la compra que heredó de su madre, ese poema que parece raspar la memoria de quienes le vimos recoger papas de la huerta en Titulcia, la azada al hombro, los parientes esperando su risa, su cabeza rapada hasta la sangre, el cordero haciéndose en la gallarda cocina, tanta gente riendo, y él haciendo bromas, guardando por dentro la imborrable borrachera de llanto que fue el rescoldo que mantuvo odiando al régimen que hizo la guerra civil y que a él lo llevó, un muchacho aún, al penal hasta cuya puerta lo había llevado su amigo Cantalapiedra.

"A Pepe le cayó como el diluvio de piedras en que se convertía su memoria cuando aparecía el terrible dueto, guerra y civil"

Dijo Gas que iba a recitar a Hierro, entre los poetas que ya había recitado, de Luis García Montero a Benjamín Prado, Lope de Vega o Gabriel Celaya, entre la música sin frenos y alegría de la biznieta de Granados, tan divertida como Mario, tan bailona como el público y como el actor, y cuando lo anunció me vinieron a la memoria algunas de aquellas escenas de Titulcia, y me vino también la penúltima vez que lo vi llorar, en mitad de un programa de radio en el que evocamos al pasar aquel camino a la cárcel con Cantalapiedra. Ante el micrófono, instrumento que él tocó tantas veces, a Pepe le cayó como el diluvio de piedras en que se convertía su memoria cuando aparecía el terrible dueto, guerra y civil, y empezó a llorar sin consuelo.

No hubo manera de recuperarle la voz, hasta que bajamos, con mi amigo Pepe Rubio, a una cantina en la que le dieron Chinchón, que era como el gas bueno, o como licor de vida, y entonces volvió para hablar en una emisión que podía haberse titulado como Mario Gas titula su espectáculo de voces de poetas, Amici Miei. En su casa Hierro luego nos enseñó el artefacto fofo del que salía el aire que revitalizaba sus pulmones, pero ahí, en su nariz, estaba el testigo de que aquel beneficio también producía martirio, y con él anduvo hasta que el 21 de diciembre de 2002 todo fue nada, como si el último poema de su Cuaderno de Nueva York se hiciera presente igual que la realidad de los epitafios.

Dijo Hierro Mario Gas y a mí me vinieron de golpe todos esos estruendos, hasta que empezó a recitar Mario En son de despedida, y nos fue llevando, por ejemplo, a esta estrofa que une nombres propios que producen iguales resonancias, amistades que van más allá del tiempo. Con los brazos apoyados en el atril, conjugando las palabras como si le llevara la mano (y la voz) el propio Hierro, Gas dijo: “Estoy cansado, muy cansado./ Don Antonio Machado dijo hace más de medio siglo/ Soy viejo porque tengo más de sesenta años,/ que es mucha edad para un español`./ (Sin comentarios.) / He vivido días radiantes/ gracias a ti./ Entre mis dedos se escurrían/ cristalinas las horas, agua pura. Benditas sean./ Fue un tercer día carcelario:/ regresas a la cárcel por la noche,/ por el día –espejismo—te sientes libre, libre, libre./ Nadie pudo, ni puede, no podrá por los siglos de los siglos/ arrebatarme tanta felicidad”.

“No vine por decirte/ (aunque también) que no volveré nunca,/ y que nunca podré olvidarte.” Así comienza En son de despedida leído por Gas… Termina con palabras que resonaron de nuevo como recién escritas por el poeta y que vienen de otra voz que él asumía en esa evocación y que el propio Gas hacía suya: “(…) no tengo fuerzas para celebrar/ la melancólica liturgia de la separación./ Sólo deseo ya dormir, dormir, tal vez soñar…”. Igual que acaba Réquiem, su impresionante poema, diré que al final de ese episodio poético tan bello no dije a nadie que estuve a punto de llorar.

El espectáculo poético Amici Miei dirigido por Mario Gas se mantiene en cartel en el Teatro Español hasta el 1 de mayo inclusive.  

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