El mejor partido de la historia del fútbol y todo lo que cambió después

El periodista Piero Trellini publica ‘El Partido’, un análisis que aborda con una profundidad sin precedentes el Italia-Brasil del Mundial de España de 1982, considerado por muchos como el mejor que se ha disputado nunca y que supuso un momento de inflexión en este deporte

Paolo Rossi se escapa del brasileño Júnior en un momento del partido.

Paolo Rossi se escapa del brasileño Júnior en un momento del partido. / ARCHIVO

Juanjo Villalba

Dicen que el fútbol nunca se recuperó de lo que ocurrió el 5 de julio de 1982 en el ya desaparecido Estadio de Sarrià de Barcelona durante el Mundial de Fútbol de España. Aquel día, el juego vistoso y alegre de la selección brasileña de Zico, Sócrates, Júnior y Falcão, quizá la mejor de toda la historia, fue derrotado por la organización y la férrea defensa de una Italia cartesiana, comandada por Rossi, Conti, Tardelli o Zoff, en plena búsqueda de su identidad tras años de escándalos y problemas de todo tipo.

Un partido emocionante y épico marcado por la vuelta a la selección de Paolo Rossi, que fue el héroe indiscutible de Italia y anotó los tres goles que le dieron la victoria. El jugador llevaba dos años suspendido de la competición debido a su supuesta implicación en un escándalo relacionado con las apuestas deportivas en la Liga Italiana. Él siempre defendió que aquello había sido una conjura contra él y el Mundial 82 iba a ser su manera de reclamar la gloria que se le había negado.

De Italia nadie esperaba nada. De Brasil, todo. El equipo latinoamericano solo necesitaba un empate para pasar, pero salieron a por todas y quizá ese fue su mayor error. A los cinco minutos del inicio, Rossi consiguió el primer gol aprovechando la debilidad en defensa brasileña, pero la ventaja fue rápidamente igualada gracias al gol de Sócrates. Unos minutos después volvió a pasar lo mismo: gol de Rossi y jugadón de Falcão, que despistando a los italianos se quedó solo ante Zoff, el portero azzurro. Finalmente, cuando parecía que todo ocurriría como se esperaba y Brasil pasaría, Rossi aprovechó un rechace del único córner del encuentro para marcar el 3 a 2 definitivo. Lo imposible había pasado, Brasil nunca pisaría el césped del Bernabéu donde Italia levantaría la copa dorada solo unos días después.

Aunque si este encuentro recibe el sobrenombre de “el mejor partido de la historia” no es solo por lo que pasó sobre el campo, sino porque la victoria italiana supuso todo un cambio de ciclo en este deporte. No es que “muriera el fútbol”, como declaró Zico unos años después, refiriéndose al fin de un estilo de juego que hasta entonces había caracterizado a la canarinha. Supuso mucho más que un cambio de tácticas: que la ingenuidad del fútbol se disipara para siempre.

Desde entonces, muchos amantes del fútbol han recordado hasta el infinito aquel encuentro; especialmente en Italia, el país que finalmente se hizo con la Copa del Mundo. De hecho, para muchos italianos, su pasión por el fútbol nació durante aquel partido y hasta ahora nadie lo había analizado de manera tan detallada como el periodista Piero Trellini, que acaba de publicar El partido, editado en español por Debate, una visión de 360 grados de un momento histórico del fútbol internacional.

Un fresco monumental


Trellini se define a sí mismo como longformer, un estilo periodístico caracterizado por los libros y artículos largos y muy documentados, que cada vez está más en desuso debido a la brevedad que exigen los algoritmos. El autor confiesa que esta aparente pasión por la extensión está provocada por un afán de analizar los temas que trata en toda su profundidad, tirando de todos y cada uno de los hilos que entretejen los hechos que está investigando hasta llegar a sus últimas consecuencias.

En sus páginas llegamos a saber que el árbitro saltó al campo preocupado por si su hijo había muerto en la Guerra del Líbano, o que uno de los periodistas que lo cubrieron acabó ganando un premio Nobel (Mario Vargas Llosa)"

Es así como en las páginas de El Partido llegamos a saber que el árbitro del encuentro, el israelita Abraham Klein, saltó al campo preocupado por si su hijo había muerto o no en la Guerra del Líbano, que uno de los periodistas que cubrieron el encuentro acabó ganando un premio Nobel (Mario Vargas Llosa), o que Raimundo Saporta, el Presidente del Comité Organizador del Mundial, ocultó su pasado judío para evitar problemas con los nazis durante la ocupación de Francia.

“Sé que soy parte de la resistencia”, nos dice Trellini desde Roma, refiriéndose a la brevedad y simplicidad que cada vez se estila más en el mundo del periodismo. “Para mí no es una cuestión de longitud; es una consecuencia, una cuestión de complejidad. Por mucho que me tiente ser breve, la realidad no se puede explicar en dos palabras”.

El periodista Piero Trellini.

El periodista Piero Trellini. / Debate

Para explicarlo mejor, el periodista, que a lo largo de su carrera ha publicado en La Repubblica, La Stampa o Il Sole 24 ore, recurre a un descriptivo ejemplo. “Imagina a un juez a punto de condenar o no a un acusado. Es perfectamente plausible que en su decisión influya que en ese momento esté sufriendo una acuciante dolencia estomacal originada por las berenjenas que se ha comido al mediodía en forma de parmigiana. En ese momento, la decisión de comer berenjenas del magistrado se convierte en algo de vital importancia para el preso. Su historia se ve marcada porque el juez decidió comer ese plato y no otro. Lo importante para él es lo que pasó en el restaurante, no en la sala de justicia”.

En el caso del Italia-Brasil de 1982, la historia se había contado siempre, según Trellini, de una forma demasiado unidimensional. “Me había dado cuenta de que esos noventa minutos siempre conducían a puntos fijos, sin variaciones particulares sobre el tema”, recuerda el autor. “Yo quería contarlo a mi manera, fijándome en aspectos aparentemente insignificantes pero que para mí resultaban interesantes y de los que nunca se había hablado”.

El método de trabajo del autor consistió en recopilar la mayor cantidad de información posible sobre el partido. Desde aspectos más evidentes como datos sobre el terreno de juego, el balón, los equipos, el árbitro o los técnicos, hasta otros aparentemente menos importantes como el silbato, las vallas publicitarias, los fotógrafos, los cámaras de televisión, los periodistas o las personalidades presentes. Después buscó periódicos, diapositivas, películas, fotografías (tiene más de tres mil), documentos ‘burocráticos’ como las agendas de trabajo de la organización del Mundial, los planos de los estadios o los formularios para la acreditación de los periodistas.

Una vez que tuvo toda esta información, la organizó según varios niveles: humano, político, deportivo, periodístico, técnico, filosófico, científico o sociológico. Y finalmente cruzó los datos y recorrió todos los caminos que se iban generando a partir de ellos, trazando, editando y combinando varias decenas de historias individuales. “En un momento dado, tienes que terminar de investigar, aunque el proceso podría seguir hasta el infinito. La primera versión del libro era muy compleja y tenía el doble de extensión que el volumen final”, señala Trellini. “Finalmente, por claridad, opté por una versión menos caleidoscópica y más lineal en la que se alternan los hilos narrativos”.

El inicio de una nueva era


Lo que averiguó Trellini es que aparte de un triunfo deportivo que disparó la moral de un país como Italia y traumatizó a otro acostumbrado a ganarlo todo, con ese partido y tras ese día, el fútbol se hizo mayor. “Después de ese Mundial, todo empezó a cambiar”, comenta el autor. “El fútbol perdió su última pizca de inocencia, de espontaneidad y de ingenuidad. En poco tiempo, todas las estrellas de aquel partido (Zico, Sócrates, Cerezo, Junior) y de aquel Mundial (Maradona, Rummenigge, Boniek o Platini) vinieron a jugar a Italia, transformando nuestra liga en la más potente del mundo. Pero eso lo cambió todo. El fútbol se transformó en espectáculo, en negocio, en moda. Se podría resumir en tres palabras: estrellas, tácticas y patrocinadores. El número de partidos aumentó, las ventas de camisetas se dispararon, los músculos de los jugadores se inflaron y los cánticos se manufacturaron”.

El cambio se podría resumir en tres palabras: estrellas, tácticas y patrocinadores. El número de partidos aumentó, las ventas de camisetas se dispararon, los músculos de los jugadores se inflaron y los cánticos se manufacturaron"

Aquel partido ha quedado en la memoria de los italianos y de los brasileños como los últimos retazos de una forma de entender el fútbol. “Los italianos pueden dividirse entre los que ‘vivieron’ el Mundial y los que nacieron después”, apunta el autor. “La mayoría de las personas a las que les gusta hablar de ese partido tenían mi edad cuando lo vieron, 12 años. Para muchos de ellos, el fútbol nació y murió allí. Nunca ha vuelto a ocurrir nada tan hermoso porque el propio deporte se ha transformado con nosotros. Sin embargo, nos queda el recuerdo imborrable de aquella tarde de verano que vivimos frente al televisor sentados en los comedores de nuestras casas, de aquella felicidad loca que nos asaltó a todos inesperadamente, haciéndonos sentir por primera vez, como italianos. Y nos convencimos de que sí, de que lo lograríamos y realizaríamos nuestros sueños. Esos noventa minutos fueron el deporte, el fútbol, el partido, el estadio, los jugadores, las historias de un momento preciso, como nunca lo habían sido y como nunca lo volverían a ser”.

La alineación italiana, que acabaría ganando el Mundial de España 82.

La alineación italiana, que acabaría ganando el Mundial de España 82. / ARCHIVO

“Y en Brasil”, continúa el autor, “aunque fueron derrotados, el pueblo siempre mostró más estima por la selección de 1982 que por la de 1994, que sí que ganó el Mundial. Aún hoy, el Brasil del 82, junto con el de Pelé, sigue permaneciendo en la memoria colectiva como el más bello de la historia”.

La posibilidad del cuento de hadas


Durante el pitido final del Italia-Brasil se produjo una escena sencilla y hermosa: once jugadores levantaron los brazos al cielo al mismo tiempo, como niños. “Hoy en día los deportistas no dejan nada a la espontaneidad”, afirma Trellini, “se han convertido en actores sobre el terreno de juego y si actúas no eres auténtico. Pero así es el mundo que nos ha tocado vivir. Todos nos enfrentamos de alguna forma a esa pérdida de la inocencia. La espontaneidad permitió que ese partido se convirtiera en una experiencia global, portadora de valores, ejemplos y modelos, con grandes historias de solidaridad y gratitud, sin simulaciones, con un juego limpio, sin patadas y lleno de deportividad. Hoy, los futbolistas tienen una forma más inteligente de jugar: han aprendido a caer, a simular, a mostrar dolor y a engañar al árbitro. Eso no puede sino crear un sentimiento de desagrado en quienes han visto cómo era todo antes. Porque incluso la emoción tiene sus reglas”.

El periodista recuerda cómo hasta 2006 no se vivió un momento comparable al del partido de 1982. Fue cuando Grosso marcó un gol memorable contra Alemania que dio el paso a Italia a la final del Mundial que acabó ganando. “Tras marcar el gol, el jugador empezó a sacudir la cabeza gritando ‘No es verdad, no me lo creo’, una frase que reflejaba la alegría de un futbolista que hasta unos años antes jugaba en la Serie C1 [la tercera división italiana]. Esa debería ser la belleza del fútbol. La posibilidad del cuento de hadas. Pero el mundo cambia y es natural que lo haga. Para bien o para mal. Y algún día habrá otro partido que emocionará a toda una generación. Simplemente ocurrirá en otro mundo y funcionará según otros valores”, concluye. 

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