Opinión | ESPEJO DE PAPEL

Aire y luz de la Machado

Miguel y Aldo García, dueños de la librería Antonio Machado de Madrid.

Miguel y Aldo García, dueños de la librería Antonio Machado de Madrid. / JOSÉ LUIS ROCA

Un golpe de aire limpio, el olor de la madera, el poderoso y suave impacto que producen las distintas gradaciones del aroma que desprenden los libros te reciben en la nueva Librería Antonio Machado, que se ha ido en Madrid de su ubicación más longeva en la calle Fernando VI a una esquina de la plaza de Las Salesas. A unos pasos tan solo del viejo establecimiento.

Una luz que parece hecha para acariciar libros. En el piso bajo Aldo y Miguel García, hijo y padre, este último librero desde los diecisiete años (ahora tiene 80 y luce joven) y el primero responsable ahora de lo que inventaron sus padres hace medio siglo, cuentan el último viaje, por ahora, de la librería que lleva el nombre de tan imponente poeta.

Retratos del autor sevillano que simbolizan el triste último viaje de la guerra dominan distintos espacios, igual que están presentes vestigios de lo mucho que hizo Alberto Corazón, como un hermano de Miguel, para las primitivas andanzas editoriales de esta fábrica de la cultura escrita.

Tras un episodio de librero de cine, Miguel montó una librería de poesía, que luego sería editorial y cuyo primer autor fue Gabriel Celaya. Eso fue con el hermano menor, Chus, pero éste siguió con la poesía y el más veterano se volcó en la historia, los ensayos, la cultura de pensar y de narrar, y ahora cuenta con orgullo que aquí, por donde estamos paseando, hay bien colocados ochenta mil libros, un dique para que Amazon no se cuele con un reparto exprés que disputa a las librerías de siempre su capacidad para servir con la prisa precisa, con el conocimiento boca a boca de lo que están vendiendo.

Imagen de Antonio Machado en la librería que lleva su nombre en Madrid.

Imagen de Antonio Machado en la librería que lleva su nombre en Madrid. / JOSÉ LUIS ROCA

El nuevo establecimiento es la consecuencia de esta pasión que ha hecho a Aldo librero, y él es ahora quien habla de esta Machado recién inaugurada como el que va a continuar una saga a la que pertenece también su hermana Verónica, el brazo que se ocupa de la distribución, otra faceta de la empresa machadiana montada por el matrimonio Paz-Miguel, que impulsó la aventura de la que arranca este corazón librero de Madrid. Miguel vivió las épocas de la censura, de los expedientes administrativos; a Aldo le corresponde otro tiempo. Padre e hijo están felices (“los libreros tienden a ser felices”) de presentar “una librería con libros”, en los que los clientes pueden hallar con facilidad lo que buscan, sin tener que recorrer espacios como de pasos perdidos. Le pregunté al hijo que me recomendara un libro de ahora mismo, y él me puso en la pista de Azucre, de la joven Bibiana Candia, en la editorial Pepitas de Calabaza, la que publicó a Rafael Azcona y a José Luis Cuerda. Me la compré en seguida. El padre le recordó que también podría recomendarme Panza de Burro, de Andrea Abreu, pero ya fui feliz lector de esa maravilla.

Aldo es hijo de libreros, pero también ha vivido toda su vida de fiesta en fiesta con escritores que eran amigos de sus padres. Una vez le dijo a Carmen Martín Gaite, que lo tenía en brazos: “¿Y tú también eres escritora?” Ana María Matute fue otra escritora que lo tuvo en brazos, como Esther Tusquets o como Rafael Conte, una leyenda a la que la cultura literaria tiene lamentablemente postergada, y en realidad tendría que haber sido nombrado, alguna vez, santo patrón de las librerías…

El piso bajo es la zona friqui de la librería, pues allí está la mezcla de lo que gusta ahora por igual a distintas generaciones; junto a esa colección que une la infancia con la adolescencia y las restantes edades indecisas que aman los cómics y las novelas gráficas con los inventos más recientes de los japoneses hay virguerías machadianas, como las ediciones de los libros ilustrados de Valeriano Bozal, que parecen de ahora mismo pero que fueron editados hace por lo menos hace medio siglo…

Las librerías han vivido, dicen, varias incertidumbres, pero su espacio regresa como una imposición natural de la cultura. Ellos son libreros felices, de modo que igual que era prematura la noticia de la muerte de Mark Twain, eso de que el librero tiende a desaparecer es solo un deseo desavisado de los que desconocen la energía que da la felicidad de vender y de hacer libros. Y de leerlos. Y de leerlos.

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