ENTREVISTA

Luis Landero: “Hay un clima tóxico que se ha inventado para hacer creer que en este país nos odiamos todos”

Después de la parada memorialística que supuso su anterior libro, Luis Landero vuelve con una novela filosófica sobre un hombre que esconde su ruindad bajo una buena oratoria.

El escritor Luis Landero posa después de la entrevista. FOTO JOSÉ LUIS ROCA

El escritor Luis Landero posa después de la entrevista. FOTO JOSÉ LUIS ROCA / José Luis Roca

Juan Cruz

Luis Landero, de Alburquerque, Badajoz, 1948. El autor de Juegos de la edad tardía, Lluvia fina o El huerto de Emerson asciende en su maestría. En Una historia ridícula (su última novela, como siempre en Tusquets) no hay ni un titubeo en su modo de agarrar la ficción como si la tuviera dominada por el cogote. El asunto, las instrucciones que da un loco para explicar la maldad. Habla en su casa llena de luz en Chamberí.

Ha escrito un libro de filosofía. Un tratado de urbanidad. Pero es, sobre todo, filosofía. Filosofía sobre la maldad.

¡Qué bien visto está! Sí, es un libro de filosofía porque el protagonista es un filósofo y se considera a sí mismo un filósofo.

Y escritor.

Bueno, eso ya menos. Más bien orador. Es un hombre que ama el lenguaje, la oratoria. Ya desde pequeño le gustaban los debates y hablar bien. Pero él mismo se califica como alguien a quien le gusta la filosofía. Cuando se enamora y tiene que aparentar lo que no es ante su pretendida, no tiene reparos en decir que es filósofo. Y no miente. Es un filósofo. Tiende a preguntarse por la vida, tiene su propia visión de las cosas. Se preocupa sobre la convivencia con los demás… Bueno, él no sólo cuenta la historia de su vida sino que hace un ensayo sobre sí mismo. De estos yo he conocido muchos. No son Hegel o Kant, pero tienen sus propias ideas.

Se considera dueño de la verdad. Quizá esa arrogancia es el origen de su maldad.

Yo no creo que sea malo. Yo creo que es un ingenuo, un inocente. Mientras lo escribía noté que había una inocencia, una transparencia. No obstante, sí: tiene cierta arrogancia, un poco impostada por cierto. Él no ha hecho daño a alguien, se limita a odiar. Pero odia porque, la infancia, ya sabes: lo que Juanito no aprende, nunca lo sabrá Juan. Lo que te pasa de niño, te pasa para toda la vida. Si, cuando era niño, se burlaban de él y eso… pues es algo que le queda para siempre. Queda herido.

Y eso lo lleva a mantener ante los otros una desconfianza letal.

Sí, porque él está siempre al acecho. Incluso piensa que el doctor Gómez, o los posibles lectores que pueda tener su historia, se van a burlar de él. Y se mete con ellos. Les advierte, se enemista con ellos.

Inquieta que muchas de las cosas que dice nos pasan a nosotros mismos.

Es que Marcial habla mucho de las miserias humanas. Habla del prójimo y de sí mismo y, en consecuencia, de la maldad del hombre hacia los demás. Son miserias que normalmente ocultamos: la envidia, la hipocresía… A veces el mal que deseamos a los demás. Bueno, pues habla de esto atribuyéndoselo a sí mismo y hacia los demás y por eso es probable que el lector se sienta interpelado, señalado.

Dice con frecuencia frases que parecen de Fraga Iribarne: “Nunca hablo en vano”.

Sí. Es la ira del español. ¡La cólera del español! La cólera de alguien sentado, muy seguro de sí mismo.

Hay quien se reafirma en los errores sólo por no conceder al oponente una disculpa”

Leyendo el libro no es difícil imaginar un paisaje humano en el que hay ahora mismo gente así. Como el Congreso de los Diputados.

Bueno, es que los diputados de ahora no tienen ideas. Tienen creencias. Para ir hoy al Congreso de los Diputados no hace falta ideas. Y tienes que defender tus creencias machaconamente. Un hombre como éste hoy podría estar ahí y no desentonaría. Porque así hay muchos políticos. Y algunos periodistas, eh. Hay quien se reafirma en los errores sólo por no conceder al oponente una disculpa.

Juan Cruz entrevista a Luis Landero

/

Es una crónica de ahora mismo. Están las redes, las tertulias, la prensa, la televisión, las reuniones sociales…

Sí, es posible. Es que además Marcial es existencialista, como yo. Por eso se ocupa del aquí y del ahora. No levanta el vuelo hacia lo abstracto. Se ocupa de lo que pasa en la calle. Y de lo que pasa en el alma humana a pie de obra, sin elevarse. Lo que pasa en la convivencia diaria. Quizá por eso me ha resultado relativamente fácil escribir. Es que yo he conocido mucha gente así. Conozco el pensamiento y el modo de hablar que tiene una suerte de talento para parecer culto, aunque no se tenga mucha formación. Es como la gastronomía de alguien pobre: tiene pocos ingredientes, pero le sale algo bueno. Como la sopa de ajo, las migas, el gazpacho… Con pocas cosas se hacen un buen apaño.

No me gustan las premisas de la autoayuda. Son un poco ridículas, un poco cursis. Van en contra del existencialismo, de nuestra manera de ver el mundo"

Ahí están “los profesionales de la simpatía y del optimismo, algo que yo odio desde niño”, dice el personaje.

Yo también los odio. No me gustan las premisas de la autoayuda. Son un poco ridículas, un poco cursis. Van en contra del existencialismo, de nuestra manera de ver el mundo. Porque esto de la felicidad nunca se ha tratado de manera tan frívola como ahora. La publicidad tiene mucho que ver con esto, claro, nos dan la esperanza que nos engaña.

A lo largo de todo el libro hay un ritmo. ¿Ese ritmo le va dictando todo?

Sí. Es la magia del lenguaje oral que se une al escrito. Y cuando se unen surge la mejor literatura. Yo ya tenía este personaje desde hace varios años y esa voz, ese tono, esa música… se me quedó. Una mañana me levanté y dije: ¿por qué no hago hablar a este? Escribí, taché… hasta que conseguí una buena primera frase. ¡Esa es la música que necesitas! Ya está. ¡A trabajar! El primer compás es el germen de lo que viene después. El personaje es un perturbado mental, se supone que está recluido en un centro psiquiátrico. Entonces necesitaba una voz peculiar y libre, para que diga lo que le dé la gana. Ahí empieza a fluir la oralidad y el lenguaje más culto, por decirlo así. Y luego hay que trabajarlo.

Se presenta como un matarife y revindica la carne, la sangre… Hay una violencia como la que está en el principio de las guerras… Una metáfora de la crueldad cotidiana.

Sí. Y hay una amenaza en ciernes en casi todo lo que dice. En cualquier momento puede salir la bestia que tiene escondida, ¿no? Puede salir el asesino, el calumniador… sólo hace falta tener una oportunidad para hacerlo. ¡Estoy teorizando, eh! He escrito el libro, pero explicarlo… eso es más difícil.

Portada de 'Una historia ridícula', de Luis Landero.

Portada de 'Una historia ridícula', de Luis Landero. / ARCHIVO

Al lector a veces le parece que eso lo ha vivido. ¿Le sucedió lo mismo?

No necesariamente a mí. O vagamente, tal vez. Hay cosas que se te pasan por la cabeza pero que no son realmente tuyas. Dicen que hay periodistas que, al enterarse de que alguien famoso está muy enfermo, les entra el deseo de que esa persona muera. No lo sé. Los sacará del tedio. ¡Quieren que pasen cosas! Uno como escritor, si lee una crítica mala de un libro que ha escrito un colega, en el fondo se alegra. A veces, a veces. Sobre todo si no lo estima demasiado. Hay una propensión al mal, que afortunadamente tenemos reprimida. Pero ahí está. El mal está merodeando en torno a nosotros.

Es una ficción, pero es una descripción de este tiempo. Basta mirar la televisión, leer la prensa, ver lo que pasa en el hemiciclo.

Sí. Desde ahí se ha creado un clima de odio, un clima tóxico que se ha inventado para hacer creer que, en este país, nos odiamos todos. Pero yo no veo eso en la calle. Todos, más o menos, somos mejores que eso que se dice, ¿no?

Pero si pasa por ahí arriba, a lo mejor baja a la sociedad, ¿no?

El problema es que cale, sí. Si hay condiciones económicas adversas, calará. Si hay problemas de salud, calará. Si hay problemas de seguridad, calará. Pero, en principio, es un discurso de los políticos que luchan unos contra otros. Y lo que los periodistas están vendiendo es mercancía maleada. Yo creo, sin embargo, que no está teniendo mucha repercusión. Hablo con gente de todo tipo y no veo que exista ese odio a un nivel estratosférico. Bueno, caló mucho lo de Cataluña, la crisis económica… Pero todos sabemos que no es bueno vivir en un estado continuo de histeria.

Como haya una chispa, todo ese gas tóxico que hay en la trastienda del alma de cada individuo puede explotar”

Pues su libro es una metáfora de todo eso. Preconiza ideas que terminan en tragedia.

Pues eso está muy bien visto. Sí, hay cosas que luego se traducen en sangre, en dolor. Muere alguien inocente. Hay alguien que no tiene que ver con esa guerra y que acaba mal. Si lo que me estás preguntando es si este clima de odio puede llevarnos a una situación de violencia, creo que puede. Va goteando, se va almacenado en el subconsciente de la gente y… como haya una chispa, todo ese gas tóxico que hay en la trastienda del alma de cada individuo, puede explotar. Espero que no. Pero es preocupante. A ver: esto no lo había pensado. ¡Lo que me haces decir!

Es un libro muy complejo. No es una historia ridícula, es preocupante.

Lo intuía mientras lo escribía, sí. Intuía esa complejidad. Pero en lugar de pensar, preferí escribir. Un narrador no debe pensar en el trasfondo, debe atender solamente a la historia.

En el libro hay una frase que pone los pelos de punta: “Sigue invicto el espíritu de Caín”.

Sí, yo creo que eso sigue invicto. Es que estamos a medio civilizar. No hace tanto que bajamos del árbol. El siglo XX, pues… mira todo lo que ocurrió. Y lo que está pasando en este nuevo siglo.

El personaje ridiculiza a la sociedad de la información. Se desmonta, por ejemplo, el lenguaje fácil para salir del atolladero. Los clichés.

Sí. Porque estoy en contra de los clichés. Primero como escritor y después como individuo pensante. Es que son estorbos, son cachivaches que no nos dejan pensar. Pero además de los tópicos o clichés, también aparece en el libro la banalidad de la cultura. Una cultura hecha con la recolección de pedazos de aquí o de allá. De internet, de la tele. De gente que no lee periódicos y, mucho menos, libros.

El escritor Luis Landero posa después de la entrevista.

El escritor Luis Landero posa después de la entrevista. / José Luis Roca

Una de las frases que desmiente el personaje es “envidia sana.” ¡Ninguna envidia es sana!

Eso lo dice él. No quiere decir que yo lo piense, eh. Puede que exista la envidia sana, no digo que no. Pero se alardea mucho de ella y… eso es sospechoso, ¿no? Es un oxímoron: envidia y sana, dos términos opuestos.

El libro también es una advertencia contra la estupidez. Dice, por ejemplo: “¡no es para tanto la primavera!”

Sí, jajajaja. Y las mujeres desnudas, tampoco son para tanto, jajaja. A ver: la estupidez se manifiesta continuamente. Convertir un cliché en una creencia y seguirla… es que el hombre es estúpido. Partiendo de eso, todo encaja. Se tropieza dos veces con la misma piedra, para decirlo con el tópico de rigor. Decía Galdós que el gran problema de España es la ignorancia, pues seguimos así. Ahora tenemos un juguete nada sustancioso que es Internet y picoteamos y ya. ¿A dónde nos lleva eso?

Al manicomio.

Sí, probablemente al manicomio. Si no hay una densidad espiritual en nosotros, estamos jodidos.

Su personaje está en el manicomio.

Bueno, a lo mejor ahora el gran negocio será poner un manicomio, jajajaja. 

TEMAS