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Ascenso y caída de William Lindsay Gresham, una víctima más en 'El callejón de las almas perdidas'

El sello Sajalín recupera la novela de culto que fue película en 1947 y vuelve a serlo ahora de la mano de Guillermo Del Toro

Tyrone Power, protagonista de la versión de 1947 de 'El callejón de las almas perdidas'.

Tyrone Power, protagonista de la versión de 1947 de 'El callejón de las almas perdidas'. / Archivo

Elena Hevia

La vida de William Lindsay Gresham acabó un mal día de septiembre de 1962 en un mugriento hotel del sur de Manhattan de una sobredosis de pastillas. Tenía 53 años, le habían diagnosticado un cáncer de lengua y arrastraba una larga y trabajada trayectoria de alcoholismo. El cuerpo lo encontró un botones 24 horas después de que se hubiera inscrito con otro nombre. Y sin embargo, el difunto había sido años atrás un escritor de fama y dinero gracias a una novela única, El callejón de las almas perdidas, que solo un año después de su aparición en 1946 llegó a Hollywood para convertirse en una de las películas más extrañas y desagradables jamás rodadas allí, una historia sórdida de vidas miserables -incluso para los parámetros 'poco amables' de un Horace McCoy o un Jim Thompson- sobre un mentalista de feria ambulante que escala fugazmente hasta la alta sociedad como vidente para descubrir que la monstruosidad se exhibe en las ferias y se oculta entre la gente bien, pero existe en ambos lugares.

El escritor norteamericano William Lindsay Gresham.

El escritor norteamericano William Lindsay Gresham. / Archivo

El éxito que le trajo al escritor esta rareza -su debut en la ficción, convertida hoy en objeto de culto y rescatada de nuevo por el sello Sajalín en ocasión de la actual adaptación de Guillermo del Toro- fue instantáneo, especialmente entre los lectores, aupada por el morbo de un lenguaje callejero y procaz y unas imágenes que hipnotizaban por lo que entonces era de un considerable mal gusto: el horror explícito. Esa fue la cumbre de Gresham, un tipo que conocía de primera mano los ambientes sucios y sórdidos de aquella obra, pero la buena recepción ya no se repetiría. Con el resto de sus libros fue cayendo de fracaso en fracaso hasta llegar a lo más bajo como oscuro autor de literatura pulp, el infierno de cualquier escritor con ambiciones. Su último trabajo, un manual de gimnasia destinado a los niños.

EN CONEY ISLAND Y ESPAÑA

Si hubiera que aislar dos momentos seminales de aquella extraña novela, el primero se gesta en sus visitas infantiles a Coney Island, donde se acuñó su fascinación por las ferias tenebrosas que tan buenos réditos han dado a las ficciones con Stephen King o Ray Bradbury, sin olvidar la serie de culto Carnivale. En la feria de Brooklyn, el pequeño Gresham contempló un repulsivo espectáculo en el que se mostraba al público a un hombre de cuyo abdomen colgaba un gemelo parasitario, del tamaño de un niño de dos años, un cuerpo sin cabeza ni órganos propios, vestido con un llamativo trajecito y zapatitos de charol.

La otra historia es más definitoria y está emparentada con la trayectoria política de Gresham, convencido comunista que en 1936 se desplazó a España con las brigadas internacionales donde sirvió en el servicio de sanidad. Fue allí donde oyó la historia de un alcohólico que se exhibía descabezando pollos vivos a mordiscos a cambio de una botella de vino. Durante años le acompañó esa imagen con la que quiso abrir y cerrar la novela, que fue apuntalando con algunas de sus obsesiones: la lectura de las cartas del tarot -de hecho la novela tiene 22 episodios que toman su título de los arcanos mayores de la baraja-, el psicoanálisis freudiano y un miedo profundo a la propia destrucción.  

UN 'SPIN OFF' EN OXFORD

En la biografía de Gresham hay otro relato colateral que merece ser contado, y que funciona independientemente a modo de spin off. Cuando el escritor regresó de la contienda española, con dos matrimonios fracasados a su espalda y una potente neurosis, estaba preparado para casarse una tercera vez. Lo hizo con una poeta de clase alta, Jay Davidson, con la que compartía inclinaciones políticas. Tuvo con ella dos hijos y se fue a vivir a Ossining, una localidad residencial a las afueras de Nueva York, donde curiosamente también vivió otro dipsómano autodestructivo, John Cheever.

Casi de un día para el otro, Jay, judía de origen, experimentó una conversión al cristianismo, gracias a las lecturas del británico y catedrático en Oxford C. S. Lewis, más famoso entonces por sus ensayos espirituales que por los libros infantiles sobre los mundos de Narnia por los que acabaría siendo mundialmente reconocido. Jay, que arrastró a Grisham brevemente a la fe cristiana, acabaría divorciándose de él, para irse a vivir con el solitario y asexual Lewis como ilustra la película Tierras de penumbra.

Facsímil de la tarjeta encontrada en el cadáver de Gresham.

Facsímil de la tarjeta encontrada en el cadáver de Gresham.settings / Archivo

Gresham sobrevivió dos años a su ex. Como relata Nick Tosches en el prólogo de la edición de Sajalín, en un bolsillo de su cadáver se encontró una enigmática tarjeta de visita en la que se presentaba como "retirado", "sin dirección", "sin teléfono", "sin trabajo" y "sin dinero".

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