La Plaza, el bar asturiano que vio nacer el Xixón Sound

El escritor Luis Argeo narra la historia de este mítico local de Gijón, uno de los epicentros del 'indie' español de los 90 frecuentado por miembros de Australian Blonde, Manta Ray o Penélope Trip, y en el que puso copas el mismísimo Nacho Vegas.

Los miembros de Manta Ray, en la puerta La Plaza. En los extremos, Nacho Vegas (izda.) y Nacho Álvarez, también dueño del bar.

Los miembros de Manta Ray, en la puerta La Plaza. En los extremos, Nacho Vegas (izda.) y Nacho Álvarez, también dueño del bar. / Luis Mayo

Eduardo Bravo

La Movida madrileña, con su nada desdeñable dosis de centralismo y apoyo institucional, ha capitalizado históricamente la atención de unos medios de comunicación que, enamorados de la moda juvenil, han olvidado una y otra vez que en España ha habido otros movimientos culturales tanto o más interesantes que aquel. Desde los pioneros del rock de la década de los 50, a la contracultura sevillana de los 60, pasando por el progresivo catalán de los 70, la movida de Vigo de los 80 y, ya en los 90, la ruta del bakalao, la escena electrónica o el Xixón Sound. Aquella explosión musical que convirtió a Gijón en una de las principales factorías del indie nacional, cuando este apenas comenzaba a existir, y en la que surgieron bandas y artistas tan importantes como Australian Blonde o Nacho Vegas, es una historia que todavía buscaba su relato.

"El Xixón Sound también fue una ficción muy bien armada, otra historia basada en hechos reales. Por eso creo que hay que volver a reivindicarlo como eso mismo", comenta Luis Argeo, periodista y escritor, cuya más reciente obra, La Plaza, aborda parte de la historia del Xixón Sound, un movimiento clave para la ciudad asturiana que, tal vez por su carácter espontáneo y periférico, sigue sin ser suficientemente valorado. "Creo que fue un impulso colectivo y juvenil que no se fijó tanto en grupos sino en iniciativas que ya había en marcha: la emisora comunitaria Radio Kras, el asociacionismo vecinal progre, movimientos contestatarios como la insumisión, la ruta del bakalao y la farra sin límites de los años 90. A esa base se le añadieron pequeñas dosis de inglés, el grunge, el noise, el garage, algo de pasta para comprar instrumentos musicales y… voilà", comenta Argeo.

Nacho Vegas, cobrando a un cliente de La Plaza.

Nacho Vegas, cobrando a un cliente de La Plaza. / CEDIDA

En opinión del autor, transcurrido un tiempo razonable para analizar el fenómeno con perspectiva, ya ha llegado el momento para que la ciudad y sus instituciones consideren con mayor orgullo ciertos hitos vinculados al Xixón Sound y les empiecen a sacar provecho mediático, como ha hecho Madrid con la Movida. "Algunos eventos culturales como el Laboratorio de Electrónica Visual [el festival L.E.V.] o el Festival Internacional de Cine de Xijón (FICX), surgieron o encontraron su camino entre la juventud alternativa de la ciudad. El FICX de 1995, por ejemplo, reunió en el teatro más importante de la ciudad a la camada de grupos que alimentó la leyenda Xixón Sound. Bandas como Manta Ray, Penélope Trip, Undershakers, Australian Blonde o Doctor Explosión, que tocaron en vivo temas de cine, los cuales se recogieron en el disco Gijón Goes to the Movies. No todas las ciudades pueden presumir de haber promovido un disco como ese y, aunque Gijón sí podría, no lo está haciendo. Xabel Vegas, miembro de Manta Ray y hermano de Nacho Vegas, dijo de coña en una entrevista que él con ver una estatua de Manta Ray frente a La Plaza se daba por satisfecho».

Ahí empezó todo

La Plaza es posiblemente el nombre más utilizado para denominar bares, cafeterías, pubs o cervecerías en España. La localización del establecimiento es, en la mayoría de los casos, el elemento que determina esa denominación. De hecho, aunque el local se traspase y cambie de dueños, el nombre suele mantenerse para evitar problemas burocráticos relacionados con las licencias y demás permisos municipales. Eso es lo que sucedió justamente cuando Nacho Álvarez y su por entonces pareja decidieron abrir un bar en el barrio de Cimadevilla a principios de los años 90. Aunque por los gustos de sus propietarios y su clientela tal vez hubiera encajado mejor un término en inglés, el local siguió llamándose La Plaza. Si bien en un primer momento pareció solo la solución menos mala, con el paso del tiempo se reveló la mejor de todas. Como escribe Argeo en su libro, "¿qué os habría parecido entrar al Noise Bar o El Grunge […]. Si alguien escuchara hoy 'eh, ¿vamos a tomar una al Grunge Bar?' se quedaría a cuadros". Definitivamente, La Plaza, por común y por autóctono, resultó, a la larga, un nombre mucho menos anacrónico que cualquier extranjerismo de temporada.

"La Plaza es un bar singular, con alma propia que, al mismo tiempo, representa eso que han sido todos los bares musicales de entresiglos e incluso muchos no musicales: un segundo hogar. Un lugar especial que, a diferencia de otros locales, tiene sus peculiaridades y que gracias a eso ha sobrevivido", explica Argeo, que duda que eso hubiera sucedido si su propietario le hubiera cambiado el nombre, si hubiera transformado la disposición interior de cuando era una pizzería y un bar gay o si hubiera buscado una ubicación en otro barrio.

A principios de los años 90, el barrio de Cimadevilla no era precisamente uno de los lugares turísticos de la ciudad de Gijón. Degradado urbanísticamente, frecuentado por toxicómanos y sentido como entorno menos hostil por un colectivo LGTBI+ que todavía estaba lejos de vivir normalizado, poner en marcha un negocio en esa zona no era precisamente lo que se consideraría una inversión segura. No obstante, desde que abriera sus puertas en noviembre de 1992, La Plaza se convirtió en un punto de reunión de esos chicos y chicas con ganas de divertirse y que empezaban a pensar en montar sus propios grupos de música. Futuros miembros de bandas como Australian Blonde, Doctor Explosion, Eliminator Jr., Nosoträsh, Undershakers o Penélope Trip, muchos de los cuales acudían al bar desde primera hora de la tarde para escuchar los discos que habían comprado ese mismo día en las tiendas de la ciudad o que acaban de recibir de Madrid, Barcelona o Londres.

Nacho Álvarez, dueño de La Plaza, entre Jorge Ilegal (izda.), de los Ilegales, y Jorge Explosión, de Doctor Explosión.

Nacho Álvarez, dueño de La Plaza, entre Jorge Ilegal (izda.), de los Ilegales, y Jorge Explosión, de Doctor Explosión. / CEDIDA

"Los discos en aquella época no eran fáciles de conseguir ni baratos. Cualquier espacio juvenil resultaba idóneo para conocerse, para coincidir con gente que tenía gustos similares, para aprender, compartir, ligar, sentirse identificado —recuerda Argeo—. Antes existían las salas de recreativos o los campamentos de verano, pero en un bar podías saciar la sed y salir ebrio de alcohol, de amor, de ensueños. En un bar musical, además, podías encontrar la música de tu vida. En ese sentido, los bares musicales han sido los lugares donde acudir maqueados, maquilladas, bailar y volar entre la gente cada tarde noche hacia las estrellas gracias a un puñado de canciones. No sé si eso se llega a conseguir en redes sociales desde casa".

El bar se confiesa

La importancia de La Plaza en la vida cultural de Gijón ha sido tal que, a pesar de la apatía demostrada por las instituciones —o justamente por eso—, Luis Argeo consideró que sería buena idea contar la historia del establecimiento y su influencia en el Xixón Sound. "En 2017, el bar iba a cumplir 25 años y los hijos de Nacho Álvarez, el dueño de La Plaza, y el mío coincidieron en la fila del cole con cuatro años de edad. Yo conocía al Nacho músico, al que había sido miembro de Manta Ray y del Quarteto Bendición, pero no tanto al Nacho dueño de bar. Fue en el patio del colegio donde le entré, ofreciéndome para promocionar el aniversario y sus fiestas en prensa. De un café matinal con grabadora nació nuestra gran amistad y también el libro".

Cinco años más tarde ha visto la luz La Plaza. Confesiones de un bar musical, un libro editado a través de una campaña de crowdfunding en el que la propia sala relata su historia. "Fue una decisión narrativa que llegó por sí misma. La ficción es un refugio, igual que lo es un bar. Para escribirlo, busqué fanzines de los 90, leí libros, revistas, regresé a esa banda sonora dejada atrás y entrevisté a clientes, artistas, camareras, hasta al repartidor de bebidas y, sobre todo, a Nacho, que al principio tenía voz propia. Sin embargo, todas esas voces se alejaban de lo 'real'. Unas porque se lo pasaron tan bien que no lo recuerdan. Otras por prudencia. Al final la historia de La Plaza la conforman muchas voces y algunas canciones dentro de una ficción. De ahí el hecho de que el bar sea narrador, en lugar de una memoria oral como hizo Nando Cruz en Pequeño Circo. La historia oral del indie en España, creo que es lo que hace que el libro sea diferente".

El indie español tiene una deuda importante con Gijón y con aquella generación de bandas y artistas que debutaron en los 90 en la que se conoció como la "Seattle española", en referencia a la ciudad epicentro del grunge. Cuando el público de esa escena en todo el país apenas la formaban unos cientos de personas, Australian Blonde fue el primer grupo "independiente" que consiguió colocar un hit -Chup Chup- en una película -Historias del Kronen- y en un anuncio -de Pepsi-. El sonido característico de aquella generación -el noise pop- tuvo en las bandas gijonesas Penelope Trip, Eliminator Jr. o Manta Ray a algunos de sus principales representantes, y en aquel ambiente surgieron figuras que después se convirtieron en grandes personalidades de la música española, como el cantautor Nacho Vegas o el productor Paco Loco. Una anécdota que aparece en el libro ilustra bien cómo el Xixón Sound tocó con sus dedos cierto éxito masivo pero sin acabar de alcanzarlo. La cuenta el propio Nacho Álvarez, cuando rememora un momento del festival de Benicassim de 1998 en el que su grupo, Manta Ray, se prepara para tocar ante 25.000 personas, en el hueco del cartel que hay entre dos gigantes internacionales como Yo La Tengo y PJ Harvey. "En ese momento de éxito paralizante, a punto de saltar al escenario, yo me respondí: 'joder, pensar que el lunes voy a estar limpiando los baños de La Plaza...'"

Treinta años después de que La Plaza abriera sus puertas, Gijón apenas se parece a aquella ciudad que fue. Cimadevilla es ahora un barrio gentrificado, con calles peatonales y terrazas en las que esos jóvenes que frecuentaban La Plaza las madrugadas de los fines de semana, acuden hoy con sus hijos a tomar el vermú o una cerveza 0,0. "Los músicos que aún siguen activos se han 'cortado el pelo', cuando no se les ha caído solo, y han continuado más o menos vinculados a aquella manera independiente y sencilla de entender la música", comenta Argeo. Ese es el caso de la banda Petit Pop, formada por antiguos miembros de Pauline en la Playa, Nosoträsh, Undershakers o Penélope Trip, que hace música para toda la familia, o el propio Nacho Álvarez, que continúa componiendo sus propias canciones y reuniendo de vez en cuando a Manta Ray para celebrar los sucesivos aniversarios de La Plaza. "El bar ha sobrevivido a la cultura del pelotazo, el ladrillo, la piratería, el 'España va bien', la burbuja tecnológica, la guerra de las cerveceras, la ley antitabaco, las vinotecas, las redes sociales, el quédate en casa viendo series de televisión… Y ahí sigue, recibiendo a gente con ganas de disfrutar y pasar un rato con buena luz y música a un volumen adecuado", concluye Argeo.