LIBROS

Habitar antes de construir

Wolfram Eilenberger indaga en los vínculos entre arquitectura y filosofía en 'Tiempo de magos'

El escritor Wolfram Eilenberger.

El escritor Wolfram Eilenberger. / ARCHIVO

Rogelio Ruiz Fernández

Reconozco que siempre llevo el ascua a mi sardina, pero este libro de filosofía del alemán Wolfram Eilenberger recoge unas cuantas perlas que lo hacen merecedor de una lectura en clave arquitectónica (además de su contenido filosófico y, aun diría más, vital), pues recoge en la decena de años que van entre 1919 y 1929 las peripecias académicas y de vida de cuatro filósofos: CassirerHeideggerBenjamin y Wittgenstein; de sus esfuerzos por alcanzar (o mantener en el caso del primero) una posición académica que les permitiera vivir.

El asunto del judaísmo está muy presente; especialmente en el caso de Cassirer, al que trajo problemas explícitos su ascendencia; pero también en el de Benjamin, con su voluntad siempre postergada de ir a vivir a Palestina; y no digamos en el de Heidegger, a quien, todo lo contrario, le cupo el dudoso honor de ser elogiado por el mismísimo diablo del bigote pequeño.

Por otro lado, Eilenberger desciende también a lo prosaico, a la vida disoluta de algunos de ellos, que parece contrastar con la cordura y templanza del matrimonio Cassirer, que lleva una vida comme il faut.

Es curioso el caso de Wittgenstein, el más arquitectónico de los cuatro, que, tras la Primera Guerra Mundial se desliga de la fortuna familiar. El autor del Tractatus quería conocer la gravedad, el esfuerzo de una persona que trabaja para ganarse la vida (él, que había sido millonario desde la cuna), y decide convertirse en profesor de un pueblo de montaña. También abandona esta actividad, por razones que no desvelo por respeto a quienes aun no hayan leído el libro, y en seis meses se convierte en arquitecto, junto a su amigo Paul Engelmann, a quien había conocido en la guerra, y que fue alumno de Adolf Loos. Juntos, pero con una participación decidida y obstinada del filósofo, hacen una casa en Viena para la familia de Wittgenstein. Los planos están firmados por ambos, pero el pensador los modificó radicalmente, y durante la obra era él quien daba las órdenes. Lo que, según Eilenberger, no es tan raro: Kant presenta sus obras como una “arquitectónica de la razón” y en la segunda parte del Fausto de Goethe, la propiamente filosófica, el protagonista ejerce de arquitecto.

Sin embargo, Wittgenstein buscaba una perfección en lo construido, más acorde con las matemáticas que con la construcción. Cuando ya se estaban realizando las labores de limpieza de la obra, mandó tirar el techo de una sala para subirla tres centímetros porque así, sostenía, podría uno sentirse realmente a gusto. Recuerdo que hace años, leyendo sus aforismos, me llamó la atención el tratamiento de cosa bella que da a una bombilla desnuda, sin lámpara, que cuelga de un techo en su palacio. Lo que parece, bien un anticipo del minimalismo, bien una búsqueda de la sobriedad, del despojo del ornamento, como su paisano Loos había escrito en Ornamento y delito.

Orientación-imagen-palabra-acción

El edificio que acompaña a la figura de Cassirer es la Biblioteca Warburg, que estaba en Hamburgo y a la que el filósofo acudía con regularidad. Allí, bajo una bóveda de luz, los libros se dividían en orientación-imagen-palabra-acción. Esta colección particular, que tuvo gran importancia, partió en 1933 hacia Londres. La idea era que retornara, pero el regreso nunca se consumó.

Benjamin fue un escritor errante, y Eilenberger lo va llevando por París, Berlín, San Petersburgo y Capri, como flâneur que era, aunque siempre con la ambición de aprender hebreo e irse a vivir a la Tierra Prometida. Pese a esa errancia, su veneración por los pasajes de París denota una inclinación arquitectónica de la que dejó constancia en sus ensayos.

Y, por último, está Heidegger, que construye su casa, su “cabaña para pensar”, semejante a la que Wittgenstein levantó en Noruega en 1914, que el autor de Tiempo de magos no recoge, dado que su análisis se centra en el periodo 1919-29. Pero es en este punto de la construcción de su casa por un Heidegger de 38 años, cuando Eilenberger introduce, como de pasada, una reflexión que vale por un libro entero, al menos para un arquitecto: "El habitar antecede al construir”. A primera vista, la frase parece un error de traducción o un fruto de la dislexia; pero, después, una vez analizada, se da uno cuenta de lo necesario que es sentir el lugar antes de poner la primera estaca en él, antes de desatar en la cabeza el primer sueño de un nuevo lugar para pensar.