HISTORIA EN FEMENINO

Gladiadoras, mujeres que dirigían guerras y abortos que practicaban ellas: la antigua Roma, como nunca nos la habían contado

La serie El corazón del imperio y el libro Soror. Mujeres en Roma arrojan luz sobre los mitos y realidades de un tiempo histórico en el que las mujeres también tuvieron mucha relevancia a pesar de su discriminación, y que puso las bases de la sociedad actual.

Aitana Sánchez-Gijón interpreta a la senadora Julia Mesa en las escenas dramatizadas de 'El corazón del Imperio'.

Aitana Sánchez-Gijón interpreta a la senadora Julia Mesa en las escenas dramatizadas de 'El corazón del Imperio'. / MOVISTAR+

Ángeles Castellano

El primer episodio de El corazón del Imperio, la serie sobre la vida de las mujeres en la antigua Roma que acaba de estrenar Movistar+ y en la que se mezclan documental y ficción, se centra en dos gladiadoras. En un momento determinado, una le dice a la otra: "Estás encinta". Y la siguiente escena nos cuenta -nos deja ver, y además de forma sanguinolenta, explícita- cómo la gladiadora encinta aborta. Porque esta no es "otra" serie de romanos. En ninguna otra nos han explicado que los ludus, esos lugares en los que vivían y entrenaban los gladiadores -y también las gladiadoras, que eran menos pero existían-, contaban con el mejor equipamiento médico para interrumpir embarazos no deseados o inconvenientes. Que sellaban los ojos con cera a las mujeres que abortaban para que no vieran la carnicería. O quién tenía o no tenía derecho, de acuerdo a la legislación romana, a someterse a uno o ser castigado por hacerlo.

El aborto, como tal, no estaba legislado en Roma. Era un acto privado y una práctica muy habitual, tanto en las etapas tempranas del embarazo, a través de baños muy calientes o brebajes de hierbas, como en fases más avanzadas, cuando no había funcionado el intento anterior o por otros motivos. En esos casos se realizaba a través de procedimientos médicos instrumentales que a menudo se convertían en operaciones a vida o muerte: la embriotomía consistía, básicamente, en introducir un bisturí en el útero, desmembrar al feto y cortarlo en pedazos para poder extraerlo de la mujer gestante.

Una de las gladiadoras, interpretada por Joana Pastrana.

Una de las gladiadoras, interpretada por Joana Pastrana. / MOVISTAR+

"Es cierto que en Roma no existe una legislación respecto al aborto", explica Cristina de la Rosa, doctora en Filología clásica. "Pero quienes lo practicaban o tenían que ver con mujeres desde el punto de vista ginecológico, sí la tienen y es muy específica, hay muchísima literatura sobre estas prácticas". En esta sociedad clásica, en el siglo I, había médicas, nodrizas, obstetras y todas fueron mujeres. "Esto tiene una cara B: en Roma la medicina se considera una profesión de esclavos, una actividad manual, no propia de gente poderosa. Pero tienen una legislación clarísima con penas tremendas si se demuestra que han practicado o ayudado a practicar un aborto".

Todas las que se cuentan en la serie, aunque haya episodios dramatizados, son historias reales. Porque El corazón del imperio, a pesar de sus conocidas intérpretes, es una serie documental y muy documentada. Esas historias de gladiadoras y abortos, aunque no se hayan contado mucho hasta ahora, están recogidas en fuentes históricas como los epígrafes de las lápidas o los hallazgos arqueológicos. Las mujeres estaban ahí, siempre estuvieron. Y la serie dirigida por Israel del Santo (Conquistadores, El Palmar de Troya, Lola), que presenta el superventas de novela histórica Santiago Posteguillo, les da por fin voz. Su estreno coincide además con la salida de un libro, Soror. Mujeres en Roma, que publica la editorial especializada Desperta Ferro y que ha escrito la doctora en historia Patricia González, que también es la principal asesora de la serie.

Segunda clase

En una sociedad marcada por el clasismo y fuertemente jerarquizada, en la que las desigualdades económicas y sociales eran brutales y una buena parte de la población era esclava, las vidas de las mujeres dependían fundamentalmente de la familia en la que nacían. No eran todas iguales, pero todas tenían elementos comunes. Por un lado, lo que la sociedad esperaba de ellas: que se dedicaran al hogar, al espacio privado. Por otro, que en su mayoría dependían de un hombre: padre o marido. Por no tener, no tenían ni nombre propio: adoptaban el de su padre -si se llamaba Julio, su hija sería Julia- y si había varias hijas, cada una tendría un segundo nombre que señalaría su lugar entre las hermanas (mayor o menor; primera, segunda o tercera).

"Las mujeres no eran sujetos activos, no son protagonistas de la historia en los textos antiguos ni en la historia antigua" explica de la Rosa, que es otra de las expertas que participan en El corazón del imperio. "Tienen prohibido el acceso a la vida pública, a la vida política, y desde luego no pueden participar en la guerra, que es un elemento fundamental, ni tampoco en la religión, que es el tercer pilar de la sociedad romana".

Sin embargo, la serie cuenta que sí hubo gladiadoras, que hubo una senadora, Julia Mesa, o que Fulvia fue la primera mujer en ponerse al frente de un ejército y la primera cuyo rostro apareció en las monedas. Y esto sí que lo cuentan los clásicos. "Los romanos no pretendían ser objetivos", dice Patricia González en su libro. Sus obras defendía un ideal de mujer y todo lo que se saliera de eso era considerado negativo y, por tanto, criticado. Pero era contado.

Las poderosas

Fulvia nació en una familia muy influyente de la política de la Roma republicana. Cicerón la atacaba constantemente, a su familia y a ella, por ser de una facción política contraria. Cuenta González en su libro que de ella llegó a decir que era una mujer "sólo en lo referente al cuerpo". Tuvo tres matrimonios con tres hombres dedicados a la política. Apoyó al primero, Clodio, con su fortuna familiar y participando en sus decisiones. Clodio controlaba los altercados en las calles y llegó a manipular unas elecciones. Cicerón siempre situaba a Fulvia al lado de su marido en sus apariciones públicas, y Valerio Máximo le reprochaba que se sometiera a los caprichos de su mujer.

Cuando Clodio fue asesinado en la calle, ella se encargó de preparar un funeral que terminó con disturbios callejeros y la quema del Senado. Fulvia usó el funeral de su primer marido como un acto de propaganda, algo que luego repetiría con el de Julio César, en el que intervino Marco Antonio, que en aquel momento era el tercer marido de Fulvia. Cuando se casaron, ella era una mujer con influencia en la vida pública y poder económico, y Cicerón siempre le criticó esto. Estando su marido ausente se declaró la guerra de Perusia y fue ella quien organizó y dirigió a las legiones de Marco Antonio.

La historia de Roma está repleta de falsos mitos que han llegado hasta nuestros días en relación a la vida de las mujeres, como que no tenían acceso a la educación. "Esto es mentira. Niños y niñas iban juntos a la escuela, aunque claro, sólo los niños solían tener acceso a la educación superior, porque las niñas cuanto antes se pusieran a tener hijos mucho mejor", explica De la Rosa. "A los niños se les formaba fundamentalmente en oratoria, porque se esperaba que tuvieran una vida pública, pero muchas niñas seguían formándose tras la instrucción y tenemos muchos ejemplos de mujeres poetisas. Y está Ovidio, que se dice de él que era el poeta favorito de las mujeres, con lo cual es obvio que leían, al menos la pequeña élite que tenía dinero para acceder a los carísimos libros de aquella época".

Igual ocurre con Cleopatra, un personaje histórico recreado constantemente en la literatura y el cine de la que siempre se obvia que era una mujer poderosa y rica, y que para Roma, tejer alianzas con el Egipto que ella dirigía era fundamental. "Cleopatra ha pasado a la historia como la devoradora de hombres que echaba burundanga en la bebida de Marco Antonio", recrea el director de la serie, Israel del Santo. "Pero esa devoradora de hombres tiene muchísimo escrito sobre ella y en esas crónicas, si las lees, aparece que habla ocho idiomas y que está formada en la biblioteca de Alejandría, que es una diplomática excelente, que ha escrito tratados de medicina, de retórica…".

Cavar en las fuentes

Hay que releer, por tanto, a los clásicos, y eso es lo que han hecho para construir esta serie. "La premisa parece una perogrullada, que las mujeres existían y hacían cosas, pero es que nos hemos olvidado de esto. Hay que recordarlo. ¿Por qué todo el rato los relatos de Roma al final son de hombres haciendo cosas?", defiende González. "Hay que cavar, hay que cavar en la tierra pero también hay que cavar en las fuentes".

González pone, en su libro, el ejemplo de Julia Mesa, que fue abuela del emperador Heliogábalo -de hecho, ella le proclama emperador-, dirigió el imperio en su nombre -él no estaba demasiado interesado en la gobernanza- y participó en las decisiones del Senado como la primera mujer senadora de Roma. Ella, junto a otras mujeres cercanas al emperador, formaban parte de la corte antes de que se le proclamase y acercaron a ella a intelectuales como el médico Galeno. Cuando no consiguió que el emperador -su nieto- se moderase en sus presentaciones públicas, trabajó para su sustitución por un primo suyo, Alejandro Severo.

Fulvia, mujer con influencia política y económica, comandó las legiones de Marco Antonio en la guerra en ausencia de su marido. En la serie es interpretada por Sandra Escacena.

Fulvia, mujer con influencia política y económica, comandó las legiones de Marco Antonio en la guerra en ausencia de su marido. En la serie es interpretada por Sandra Escacena. / MOVISTAR+

Además de esas mujeres poderosas, referentes, en Roma también hubo muchas de las que apenas quedan vestigios, pero que formaban parte de un mundo muy diferente del que se ha contado hasta ahora. De ellas no hablan los grandes oradores, pero hay pruebas de que estuvieron ahí: la arqueología y la epigrafía son fundamentales para conocerlo. "Es quizás lo más invisibilizado, porque las fuentes sí hablan de las mujeres poderosas, para bien, para mal o aunque sea de una manera estereotipada: hablan de Cleopatra, Livia o Julia Mesa, que son personajes que conocemos por esas fuentes", explica González. "Pero las médicas, las panaderas y otro oficios que a priori descartaríamos como herreras, armeras... También estaban ahí: tenemos que bajar a la epigrafía o a la arqueología, pero las encontramos. Y es importante reivindicar esto, que las mujeres nunca se limitaron a estar en casa y parir hijos, aunque esto también fuese importante".

Esta metodología no es nueva: Mary Beard, catedrática de clásicas en el Newnham College de Cambridge -recientemente ha anunciado su jubilación-, Premio Princesa de Asturias en Ciencias Sociales en 2016 y una de las grandes divulgadoras de Roma en la actualidad, recorría las calles de esta ciudad repasando epígrafes, inscripciones conservadas en piedra, para contar cómo se vivía en la Antigua Roma en la serie de la BBC Cómo vivían los romanos. Los epígrafes permiten conocer la historia de las personas corrientes, por lo que se cuenta de sus vidas en las lápidas, y reconstruir así cómo era la vida cotidiana, aunque sea de forma incompleta. Ahora, El corazón del imperio y Soror. Mujeres en Roma también acuden a estas fuentes.

Patricia González, autora de Soror. Mujeres en Roma.

Patricia González, autora de Soror. Mujeres en Roma. / CEDIDA

"En el mundo romano, la importancia es para el ciudadano, el hombre libre. Todo lo demás es el otro: el esclavo, la mujer y el extranjero", cuenta De la Rosa. "Y el papel que tienen esos tres es un papel que se está reivindicando en los estudios que se están realizando desde hace algunos años, pero no hace tanto. Tengamos en cuenta que se empieza a poner atención en las mujeres escritoras a partir del siglo XXI".

Para qué sirve la historia

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Tanto El corazón del imperio como el libro de Patricia González explican cómo vivían las romanas, pero no eluden cuestiones que aún hoy, dos mil años después, siguen sin resolverse, como los debates en torno al aborto o la violencia sexual. "Claro, es que somos romanos y de esos polvos vienen estos lodos", afirma rotunda De la Rosa. "Occidente es romano, Roma está presente hoy". El director y su principal asesora asienten. "Haciendo la serie he aprendido mucho sobre las diferencias con lo que ocurre hoy en día y no hemos cambiado tanto en muchas cosas", reflexiona Del Santo. "Somos culpa de Roma, para lo bueno y para lo malo, y revisar la historia es también revisarnos a nosotros mismos cada día”. González añade: "Si la historia no nos sirve para cuestionarnos, se queda en un ejercicio estético. Y lo repetiré todas las veces que haga falta. Si te sabes los años en que empezaron todas las guerras y los nombres de los emperadores romanos pero no sabes cómo funcionaba todo, qué ha pasado y cómo funcionas tú, pues para qué, para qué sirve la historia y para qué hacemos lo que hacemos".

Seis capítulos para seis nombres propios

La serie El corazón del imperio se articula en torno a algunos nombres propios de la Roma del siglo I, que en las escenas dramatizadas son interpretadas por actrices como Aitana Sánchez-Gijón, Sandra Escacena o Carolina Garrido. "Necesitábamos unas mujeres que nos sirviesen también como referentes; no puede ser que los hombres tengamos algunos como "mi nombre es Máximo Meridio, capitán de las regiones del norte" [el célebre discurso de Russell Crowe en Gladiator], y que no haya ninguno femenino", explica Israel Del Santo.

El proyecto no tenía ese foco exclusivo inicialmente. Fue Patricia González, a la que el director contactó a través de la editorial Desperta Ferro, la que le dio la perspectiva de dedicarla a las mujeres. Para no volver a caer en el error de ser hombres -Del Santo y Posteguillo- que cuentan la historia de ellas, decidieron rodearse de un equipo coral dirigido por mujeres. El de expertas lo conforman seis: a Patricia González y Cristina de la Rosa las acompañan la doctora en Derecho Romano Amelia Castresana, la psicolóloga Mireia Darder, la arqueóloga e historiadora María Engracia Muñoz y la actriz e historiadora Lidia San José. Pero además, los equipos técnicos también están dirigidos por mujeres, llevando la coherencia de la serie un paso más allá.

La producción está cuidada hasta el punto de rodar en latín y contar con una asesora lingüística para lograr una interpretación realista. "Nos ganamos la enemistad eterna de las actrices y actores y yo al principio no estaba muy convencida", indica González divertida, "pero al final, meterte en el ambiente es meterte en el lenguaje. Es escuchar esas voces que han sido un poco silenciadas en su propio idioma". Las secuencias de ficción se rodaron, en plena pandemia, entre Madrid, el Museo de las Villas Romanas de Valladolid y los estudios Nu Boyana de Bulgaria.

La serie sigue un cierto recorrido cronológico, pero ha quedado tanto material desechado que todo apunta a que no acabará en el siglo I. "Se nos quedaron fuera las agripinas, por ejemplo, que es algo interesante: contar la historia de la familia imperial de una manera diferente", explica González. "También se nos quedó fuera contar cómo veía una mujer romana a las otras mujeres o a la política. Y se nos quedó fuera mucha vida cotidiana, muchísima. Si hubiera una segunda parte, metería más historia cotidiana: mucha más panadera y menos emperatriz".