DOCUMENTAL

Bambino: el melodrama hecho carne y canción

El documental Algo salvaje. La historia de Bambino, recién estrenado de manera limitada en cines, acrecienta el culto a un cantante genial

Imagen promocional de Bambino, en los años 60.

Imagen promocional de Bambino, en los años 60. / ARCHIVO

Luis Troquel

El estreno de la película Algo salvaje. La historia de Bambino de nuevo despierta el interés por tan genial artista. O mejor dicho, lo acrecienta, pues desde poco antes de su fallecimiento, el 5 de mayo de 1999, no ha dejado de ir a más. Al revés de lo que le ocurrió en vida, su recuerdo ha sobrevolado siempre con el viento a favor. El culto a Bambino sigue cautivando a gente de nuevas generaciones y, año a año, le afianza entre los sacrosantos mitos del imaginario musical español del siglo XX.

Quien estas líneas escribe tuvo ocasión de entrevistarle. Estaba ya muy enfermo, pero alcanzó a ver el inicio de esa renovada reivindicación de su legado. Se acababa de publicar, esta vez por todo lo alto, un compendio de éxitos: Canciones de amor prohibido. Al preguntarle uno sobre dicho título, dejó claro que las prohibiciones no estaban hechas para él. "Amo todo lo amable", aseveró cordialmente. Y que prefería llevarse consigo la verdad sobre todas esas legendarias vivencias que se le atribuían y sobre las que nunca se pronunció.

Su nacimiento tuvo lugar en la localidad sevillana de Utrera; donde en 1940 había nacido Miguel Vargas Jiménez. Lo de Bambino le vino del desparpajo con que interpretaba un éxito de Renato Carosone. De familia gitana emparentada con otras figuras del arte flamenco. De niño, cuando estudiaba en los salesianos, quería ser cura. "Aunque hubiese sido un cura muy sinvergüenza", bromeaba al recordarlo. 

Cuando a mediados de los años 60 se instaló definitivamente en Madrid, causó frenética sensación. De tablao en tablao. De El Duende a Los Canasteros. De Las Cuevas de Nerja a Torres Bermejas. Circulan diferentes anécdotas de cómo entre el público había quien se desprendía de alguna de sus joyas para obsequiarle. Se entregaba al paroxismo en cada pase. Por no decir en cada instante de su existencia. Quemaba la vida a diario. Apuraba sin tregua el momento entre amistades y amoríos de toda condición. Se entregaba a bocajarro, tanto sobre el escenario como en su incombustible carrusel vital.

Su propio estilo

Bambino fue el Elvis de su propio estilo. Un género todavía sin nombre que arrasó en los tablaos durante más de una década y que él fue sin duda quien más contribuyó a crear. Parecido en esencia a la llamada salsa romántica o tantos derivados sentimentales de las músicas de raíz. Asentado en dos pilares rítmicos: la rumba y la bulería. Y siempre primando la melodía y las letras bigger than life en formato canción. Boleros, coplas, rancheras, baladas y diversos estilos cantados a compás y con sonido flamenco. Triunfaron sobre todo las versiones, aunque grabó también maravillosas piezas escritas para él. Artífice de la rumba fatal, de sabor amargo. Antorcha de la canción por bulerías. Pasional, desbordante, arrebatador…

¿Por qué Bambino nunca llegó a ser conocido por todos? Porque a diferencia de tantos con mucho menos éxito real, apenas hizo televisión. Reacio al playback y adicto a la intensidad. Había días que actuaba hasta en tres ocasiones y, tras la última, la noche terminaba enlazando con el día siguiente. Grababa los discos del tirón sin darles apenas más importancia que a cualquier actuación. Y todo lo que tenían por ello de imperfectos, lo ganaban con creces en fuerza y fuego.

Por otro lado, el veto televisivo era entonces una sentencia. Tras ciertas desavenencias con José María Iñigo, pasó largos años sin aparecer ni una sola vez en la pequeña pantalla. Por más discos que vendiera y salas que siguiera abarrotando.

Monaguillo torero

Tampoco hizo casi cine, como entonces aún se estilaba. Solo una película hoy perdida, en la que encarnaba a un… ¡¡monaguillo torero!! Su esplendor personal coincidió con la floreciente eclosión de la clase media en España. Esa que le ignoró. En pleno desarrollismo su estrella parecía no saber de medias tintas. Entusiasmaba entre los círculos más adinerados, y a la vez, a la gente de barrio degradado o extrarradio. Fue tal vez el primer rey de los casetes de gasolinera, y su ámbito se extendió también a boîtes en auge y bolos de discoteca.

Desde sus inicios tenía predilección por cantar historias de fracasos, amores truncados o dicha perdida. A partir de mediados de los 70, su propia trayectoria empezó a adquirir ese mismo tono crepuscular. Como sus canciones, en su vida el melodrama tendía inexorablemente a la tragedia. Pero aún quedaban infinidad de actuaciones al rojo vivo.

Canalleo, policías y aristócratas

En los años 80, Barcelona fue el epicentro de su arte. Frecuentó sobre todo la sala Las Vegas, en la calle de Aribau. Ya de madrugada, el último pase se llenaba del público con que entonces más se le identificaba. Canalleo y prostitutas. Policías y taxistas. Aristócratas decadentes y gente que venía del bingo. Artista también de artistas. Mientras los estudiosos del flamenco lo ninguneaban, los músicos lo veneraron siempre. Nada menos que en una grabación suya tuvo lugar el primer encuentro entre Camarón y Paco de Lucía.

La década de los 90 la pasó con los suyos, de nuevo en Utrera. En casi total ostracismo mediático. Había dilapidado fortunas, tanto por su estilo de vida como en desaforados actos de generosidad. Le costó horrores recuperarse de la muerte de su madre, a la que adoraba sobremanera. Tras 11 años sin grabar ningún disco, publica Resucité. Y cuando estaba aún promocionándolo, le dijeron que debía operarse de cáncer de garganta. Prefirió no hacerlo a perder con ello definitivamente la voz.

Su mejor amigo durante todo ese tiempo, Rafael Alfaro, recuerda cómo por entonces un paisano, con tanta mala pata como seguramente poca mala fe, le soltó a la brava: "¡Miguel, que me han dicho que te quedan 15 días de vida!". Y él, en décimas de segundo, le replicó: "Pero me los llevo todos".